Argentinos con aroma a café

Por EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

Se llama Franco Armani es argentino”, comienzan a cantar “Los del Sur”, barra del Atlético Nacional. Y siguen: “En ídolo verdolaga se ha convertido. Se quedará por siempre en nuestra historia. El no quiere la plata quiere la gloria. La hinchada a vos te agradece toda la entrega y pasión. Sos un grande Franco Armani te llevamos en el corazón”. Armani, arquero argentino, devuelve con los brazos levantados, agradeciendo. “Lo amamos al “Flaco”, fue clave para que ganáramos la Libertadores y eligió quedarse acá pese a que River le ofreció volver a la Argentina”, me dice Raúl Martínez en plena tribuna del Atanasio Girardot, en Medellín, un estadio sin alambrados ni vallas. “Los del Sur”, aunque algunos todavía la critican, es una barra que evita peleas, formaliza acuerdos con la Alcaldía de Medellín, ofrece charlas antiviolencia y promueve iniciativas sociales. Aman a Armani porque además rechazó una oferta de River Plate para volver por la puerta grande al fútbol argentino y pidió la nacionalidad colombiana, con la esperanza de que “el Profe” José Pekerman lo llame a la selección “cafetera”.

Sabemos que el fútbol colombiano disfrutó de muchísimos jugadores argentinos. A Medellín, donde estoy desde hace unos días, se le une el amor por el tango. Estoy invitado a unas jornadas en la Fiesta del Libro, que incluyen literatura, periodismo, deportes y memoria, mucha memoria, porque Colombia votará el 2 de octubre por el Sí o por el No a un acuerdo de paz con la guerrilla que busca poner fin a más de medio siglo de conflicto armado. Es el tema de todos. Y Colombia apela a la memoria para decir que ya fueron demasiadas décadas de violencia, de narcos, de paramilitares, de guerrilla, de desplazados y de muertos. Escucho hablar del plebiscito hasta en los estadios de fútbol.

Armani, en rigor, continúa una historia que comenzó en los años 40. El Dorado Colombiano recibió a decenas de argentinosa tras una histórica huelga de nuestros jugadores de 1948. Colombia estaba afuera de la FIFA, sus clubes no temían sanciones y se animaban a negociar con jugadores que se declaraban con el pase en su poder. Carlos Aldabe, argentino en Colombia, gran amigo de Adolfo Pedernera, fue clave. El Millonarios que ganó cuatro de cinco títulos, incluído el de 1951, con 98 goles a favor y un fútbol de alto vuelo, tuvo, entre otros, a cracks argentinos como Alfredo Di Stéfano, Néstor Rossi, Julio Cozzi, Hugo Reyes y Antonio Báez, además de Pedernera, claro, que se alternó como entrenador. Colombia pagaba hasta cinco veces más. Ese Millonarios fue el famoso “Ballet Azul”. Fácil recordarlo por Di Stéfano (que partió de allí a Real Madrid, al que Millonarios había ganado 4-2 en el Bernabéu), pero no tanto por Báez.

Como Di Stéfano, Báez, aunque aún hoy siga siendo casi desconocido para muchos, jugó en La Máquina de River y, tras coronarse subcampeón argentino de 1949 con Platense, pasó luego al Ballet Azul de Millonarios. No siguió luego a Real Madrid o a otro grande, cuentan sus admiradores, porque le tenía fobia a los aviones. Tampoco viajaba en avión dentro de Colombia. Jugaba sólo los partidos de Bogotá. Tuvo una reivindicación tardía cuando Dante Panzeri, que ya estaba con un pie afuera de la revista, decidió darse un último gusto y le dedicó a Báez una tapa de El Gráfico en setiembre de 1962. “Justicia para un olvidado”, decía la portada, con una vieja foto de Báez, volante exquisito y sereno, que en Colombia apodaron “El Maestrito”, porque “El Maestro” era Pedernera. Pipo Rossi afirmó una vez que Báez, en rigor, estaba “a la altura” del Charro José Manuel Moreno, otro célebre integrante de La Máquina emigrado a Colombia, fanático del tango y cuyo nombre obliga uno a ponerse de pie acá en Medellín. Los hinchas más ancianos del Deportivo Independiente Medellín (DIM) cuentan coloridos relatos también sobre el paso del Charro por cantinas y bares de Medellín, siempre con un trago.

Gonzalo Medina, una institución en el periodismo de Medellín, me cuenta que tiene las voces grabadas de buena parte de los cracks argentinos que llegaron por aquellos años a Colombia. “Personas de una gran humildad, que echan por tierra eso de que los argentinos eran unos arrogantes”. Conocí a Medina por recomendación del colega y amigo Alejandro Wall, autor de una formidable y reciente biografía sobre Oreste Osmar Corbatta, aquel formidable wing derecho de Racing que muchos bautizaron como “el Garrincha argentino”, no sólo por su habilidad como número 7, sino tambien por su alcoholismo y su trágico final. Corbatta fue el otro argentino gran ídolo del DIM, al que llegó en los años 60, ya no en su mejor forma. John Jairo Restrepo, exvicepresidente del DIM, me habla de Corbatta en “Versalles”, una cantina en el corazón de Medellín, que fue centro de intelectuales bohemios en los 50 y también de todos los jugadores argentinos que llegaban a la ciudad. En las paredes del Versalles hay decenas de fotos de Carlos Gardel que, sabemos, se mató en Medellín en 1935 en un accidente de avión. Difícil que un argentino se sienta maltratado en esta ciudad.

Sabemos que el fútbol colombiano disfrutó de muchísimos jugadores argentinos. A Medellín, donde estoy desde hace unos días, se le une el amor por el tango

Casi todos mis interlocutores en Medellín aman al tango y a Buenos Aires, donde viajan seguido. En la sede social y cultural de Los del Sur, Raúl me muestra libros con las historias de Nueva Chicago, Ferro, Vélez, Racing, Huracán y toda la colección de El Gráfico. Me recuerda que Nacional, más orgulloso, decidió no contratar extranjeros entre 1950 y 52 y que sí lo hizo en 1953 y salió campeón. Y cuenta que en 1987, con Francisco Maturana DT, Nacional sí fue campeón con un equipo no sólo de jugadores “puros criollos”, sino también crecidos casi todos ellos en las barriadas de Medellín. Acaso por eso la historia toma otro color cuando se habla de los extranjeros del Nacional (el peruano César Cueto, El Poeta de la Zurda, ocupa el primer lugar para muchos). Otro arquero argentino, el cordobés Raúl Ramón Navarro Paviato, campeón en los 70, suele ser citado a la par de René Higuita como el mejor arquero en la historia del Nacional. Raúl dice que ya se puede sumar a esa lista el nombre de Armani, el santafesino exFerro que llegó a Medellín procedente del Deportivo Merlo y que fue clave para la conquista de la Libertadores. Confían en él para el hipotético duelo en final de Mundial de Clubes contra Real Madrid, en diciembre en Tokio. Los del Sur cantan: “Borombombón, borombombom, el que no salta no va a a Japón”.

Ya están lejos los años narcos (el Nacional fue manejado por Pablo Escobar, que era hincha del DIM). Raúl deplora la cultura mafiosa que dejó Escobar. Los del Sur tienen un cartel en su sede que afirma que “no apoyan la violencia” y tampoco a los hinchas que pidan dinero para alentar. Los del Sur tienen muy buena relación con la Organización Ardilla Lulle, una de las corporaciones más poderosas de Colombia, dueña del club. Se autofinancian, me dice Raúl, con el dinero que recaudan a través de un extra que obtienen en la venta de boletos para el Girardot. Jamás podría equipararse a Los del Sur con, por ejemplo, La 12 de Boca. Tampoco son equiparables las corporaciones dueñas de los clubes colombianos con las asociaciones civiles de los clubes argentinos, que tienen estadios propios y funcionan dentro de su barrio. Pero ni Armani ni Pekerman, está claro, son una casualidad en el fútbol actual de Colombia. Ambos son el presente de una historia rica, con muchos más puntos en común que otra cosa, aunque cierto discurso mediático y del fútbol, pretenda hacernos creer lo contrario.

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