Deja que Dios te ame

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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

Toda persona normal se realiza en la vida como varón o mujer sólo en tanto que ama; quien no ama es infeliz y su existencia no tiene ningún sentido. Pero... ¿es capaz de amar el que se niega a ser amado?

En su Última Cena, el Señor Jesús afirma: “Yo soy la vid, ustedes son los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer... Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor...” (Jn 15, 5. 9b. 10a).

“Permanecer en el amor de Dios” no significa, como podría pensarse, quedarse amando, sino dejándose amar por Dios. Esta verdad fundamental es la luz más eficaz que puede tener una persona en su vida. Nada puede ser más adecuado para motivar el amor que la conciencia de saberse amado.

Dios no pide que uno tenga la iniciativa en el amor, porque “Él nos amó primero” (1 Jn 4, 10), sino que tenga la certeza de ser un hijo amado de Él. ¿Puede haber algo más agradable, más satisfactorio, más sublime que ser amado por Dios? Y lo asombroso es que saberse amado por Él no es una audacia ni una soberbia, sino que Dios nos mueve a que tengamos esa convicción, esa fe profunda.

Cuando sabemos que hay algunos jueces inicuos, no pocos políticos corruptos, ciertos profesionales inmorales, determinados docentes incapaces, varios sacerdotes rutinarios (y la lista podría ampliarse), solamente cabe reconocer que ellos mismos son infelices – ¡seguramente los más infelices de la sociedad! – porque no permiten que el amor de Dios entre en sus vidas y, por lo mismo, están imposibilitados de ver con claridad y amar a los demás.

“Permanecer en el amor de Dios” no significa, como podría pensarse, quedarse amando, sino dejándose amar por Dios. Esta verdad fundamental es la luz más eficaz que puede tener una persona en su vida. Nada puede ser más adecuado para motivar el amor que la conciencia de saberse amado.

Pero no es necesario detectar el pecado en los otros y juzgar su situación, pues de nada sirve. Lo importante es examinar la propia conciencia y analizar detenidamente si cada uno se deja amar permanentemente por el Amor: “Si ustedes permanecen en mí – dice Jesús – y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán... Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 7. 9b).

Felices aquellos que, con humildad, comprenden que si son amados por Dios, Él está en la intimidad de ellos, ya que “donde hay caridad y amor, allí está Dios”.

Felices aquellos que, teniendo el amor de Dios en sus corazones, aman a los demás con el amor de Dios. Nadie que vive en el amor puede tener sentimientos malos contra otros.

Felices aquellos que, unidos en el mismo amor de Dios, viven con paciencia las tribulaciones y sufrimientos de cada día, porque son los verdaderos artífices silenciosos de una sociedad más humana y más fraterna.

Resulta difícil poder comprender que, teniendo los seres humanos todas las posibilidades de ser felices, sean tan pocos los que encuentren, acepten y vivan en el Evangelio de la Verdad y de la Vida, al que es el único Camino que colma todas las expectativas y anhelos, nuestro Señor Jesucristo.

Sin duda alguna, los que se saben amados de Dios también tienen el grave deber de invocar su Misericordia sobre quienes viven ajenos a Él.

“Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19). Dejémonos amar por Dios y vivamos en el Amor sin claudicar jamás.

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