Esas nuevas y extrañas protagonistas, las selfies
Edición Impresa | 5 de Marzo de 2017 | 07:45

Por MARCELO ORTALE
Hace diez días varios adolescentes que buscaban sacarse una selfie se internaron en el lago congelado del Central Park de Nueva York, sin hacerle caso a una advertencia que prohibía caminar sobre la superficie. Ingresaron y la delgada capa de hielo no resistió el peso. Sólo la acción de efectivos de seguridad y de algunos espectadores ocasionales, pudo rescatar del agua helada a los ocho menores, aunque hubo que trasladarlos a un centro de salud para tratar el grave cuadro de hipotermia que presentaban. Un video de la CNN documentó el episodio.
Lo cierto es que en pocos años las selfies -al decir “selfie”, según el diccionario Oxford de lengua inglesa, se habla de “una fotografía que alguien se hace a sí mismo, normalmente con un smartphone o una webcam, para subirla a un foro o red social”- se consolidaron como una costumbre adoptada en todos los países de la Tierra. Con la tecnología digital, las selfies empezaron en Inglaterra en 2002, es decir que son casi recientes, aún cuando los expertos advierten que ellas descienden de la Antigüedad. Se considera que el egipcio Bek, hace tres mil años, esculpió en piedra la primera selfie, el primer autorretrato del que se tiene noticia.
Haber comenzado con los jóvenes casi hibernados en Nueva York, esto es haber abordado el tema de las selfies y su relación con la seguridad personal no es caprichoso. La metralla de selfies riesgosas, a veces trágicas, que podrían mencionarse es interminable y llamativa: el que retrocede con su celular o cámara digital para sacarse una selfie y no advierte que, instantes después, caerá por un barranco; el que está colgado de la pared escarpada de una montaña y suelta una de sus manos para poder retratarse a sí mismo; el que se toma autofotos en lugares insólitos y peligrosos, como la punta de un edificio o de una antena a centenares de metros del suelo; el arquéologo que meses atrás murió en Machu Picchu al caer cuando se tomaba una selfie al borde de un abismo. Desde luego que abundan episodios en los que el autorretratista termina perdiendo dominio sobre el más básico de los instintos: el de la supervivencia. Alguna fuerza extraña y poderosa debe sustentar el fenómeno cultural de las selfies.
En Rusia se encuentra en curso de desarrollo una campaña preventiva –llamada Selfie Segura- al haber tomado nota las autoridades de los accidentes que ocurrían mientras las personas se fotografiaban a si mismas, por ejemplo en las vías del tren cuando la locomotora ya avanzaba hacia ellos o gentes que en los zoológicos hacían lo imposible para acercarse a los tigres y sacarse una selfie junto a ellos.
“Una selfie bien vale una vida”, habrá pensado otro joven ruso, que hace poco tiempo accionó al mismo tiempo la pequeña tecla de su Smartphone y el gatillo del arma con la que se suicidó.
¿Qué hay detrás de las selfies? ¿El simple aprovechamiento de una tecnología maravillosa, la más popular de Internet? ¿La expresión de una suerte de frivolidad, de vacío existencial? ¿Es un morboso auge de lo autoreferencial, de un narcisismo irrefrenable? ¿No podría transitar en las selfies un subconsciente viaje de regreso al yo, castigado por la masividad, una suerte de retorno al romanticismo? Todo eso y mucho más sugieren los sociólogos y psicólogos.
Es verdad que las selfies no son nuevas ni dependen exclusivamente de la existencia de los celulares. Hace décadas se le daba “cuerda” a las máquinas de fotos, el retratista corría y se ponía como modelo, sólo o acompañado: la máquina se ocupaba de sacar la foto. En los Estados Unidos se asegura que la primer autofoto la sacó en 1838 el fotógrafo Robert Cornelius, que creó un mecanismo que le permitía su prehistórica máquina de cajón activar una toma automática y al él le daba tiempo para ir a posar frente al lente.
Sin embargo, todo suena inevitablemente a nuevo, a muy reciente. Quienes forman el diccionario Oxford eligieron a “Selfie” como la Palabra Internacional del Año 2013, pues detectaron un crecimiento en su uso del 17 mil por ciento durante ese año, superando a otras palabras como bitcoin y onliguito, este último un pequeño mamífero colombiano y ecuatoriano que se volvió muy popular en internet.
Tan nuevas son las selfies que entre los principales “actores” que las popularizaron están el matrimonio Obama, el Papa Francisco, Lady Gagá, Brad Pitt, Leonel Messi, grandes atletas y basquebolistas, artistas y escritores. Los premios Oscars entregados en 2014 pasarán a la historia por la selfie que se tomaron muchos actores célebres. Se la considera como la foto más retuiteada de todos los tiempos y en ella puede verse a Ellen DeGeneres, Bradley Cooper, Meryl Sreep, Julia Roberts, Jennifer Lawrence y otros. Una anécdota que rodeó a esa toma fue la que la catapultó a las redes sociales del mundo.
LA VOZ DE UN FOTÓGRAFO
“Las selfies han revolucionado el mundo por su carácter autorreferencial e íntimo, de modo que cualquiera que navega por la red puede compartir momentos íntimos de personas que tienen una vida pública o mostrar, como un voyeur invertido que se descubre a millones de personas, su lado anatómicamente mas aceptado o escenas cotidianas de la vida de cualquiera de los mortales que habitamos este mundo”, expresó Gonzalo Mainoldi, reportero gráfico de EL DIA.
Mainoldi habló luego de la simultaneidad del fenómeno en la actualidad: “Una persona, en su pieza, se fotografía momentos previos a un acontecimiento de su vida privada; otra se retrata bajo la torre Eiffel; otra se fotografía en una manifestación popular; todas en distintas partes del mundo, a la misma hora y el mismo día. Pues bien, esas escenas forman parte de un entramado vital que puede aportarnos datos valiosos con los que construir una idea, tal vez no tan genérica como podría creerse, de tal o cual lugar en el mundo”.
Recordó luego que en 2012 viajó a la Bienal Argentina de Fotografía Documental de Tucumán. “En aquellas tardes presencié una conferencia del reconocido fotógrafo y curador estadounidense Fred Ritchin. En su exposición, Ritchin dijo algo que no olvidare jamás: “si quieres conocer un lugar, suéltale diez cámaras automáticas a lugareños y vuelve a buscarlas en una semana, seguramente conocerás aquel lugar que quieras descubrir”.
Dijo luego que el fotógrafo estadounidense “hizo hincapié en cómo los fotógrafos recortamos la realidad, tarea que, en verdad, le compete a todo aquel que opere un dispositivo con la capacidad de capturar una imagen, pero que en el caso de los profesionales se complejiza notoriamente, pues no es sólo el manejo del instrumento lo que nos convierte en fotógrafos sino también el dominio de un lenguaje para resumir lo que proponemos a los otros, en definitiva, construir un discurso propio”.
Esto, desde ya, no quiere decir que lo que estemos viendo en una foto sea falso, o esté falsificado, que no es lo mismo. Por el contrario, como ha propuesto el filósofo y semiólogo francés Roland Barthes, cuyo libro La cámara lúcida (editado en 1980) es una especie de manual del pensar una imagen para los fotógrafos de mi generación, la fotografía no puede afirmar nada más que la existencia de las cosas, es decir que la fotografía puede afirmar que las cosas son pero no puede afirmar que las cosas son así; ese sentido a la imagen lo pone su lector, él es quien, al ver una imagen, significa, interpreta y decodifica dotándola de sentido, un sentido cargado con su propia subjetividad en la manera de mirar e interpretar las cosas”.
Director de la Escuela de Fotografía Periodística y Documental de ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la Republica Argentina), Mainoldi agregó que sea o no una selfie, “lo que estamos mirando siempre es una fotografía cargada de sentidos, en donde se conjugan el primer plano –en el caso de la selfie un tanto narcisista, autorreferencial y egocéntrico– y un plano segundo, aunque no secundario, que nos permite elaborar una lectura de tipo global. En las fotos, como en la vida, hay un segundo plano; la lectura de este es tan importante o más que la lectura del primero, pues allí aparece el contexto, es decir dónde, por quién, cómo está tomada la imagen, y ese contexto nos “habla”, nos brinda información y nos otorga pautas para la interpretación”.
“Selfie o no selfie, lo que estamos viendo siempre es una foto, una historia de alguien que cuenta algo y que por eso merece un momento de nuestro tiempo para verla y dejarnos atrapar, para intentar descubrir ese algo y entregarnos a un lenguaje interesante y misterioso, como el fotográfico, un lenguaje cuya gran cualidad sea tal vez el poder decir tanto con tan poco”, concluyó.
LOS ADVERSARIOS
Los adversarios de las selfies advierten que en el idioma inglés existe una palabra parecida: “selfish”. Aún cuando tengan la misma raíz, quieren decir conceptos diferentes. O no, dicen los cuestionadores. “Selfish significa egoísta y el diccionario lo define como a una persona que piensa en su propio beneficio”. Los objetores de las selfies van más allá y se preguntan: “¿Qué es lo que hace una persona que contorsiona su cuerpo o su cara, como está de moda ahora, para exhibir su autismo, su ventajera autorreferencialidad…?”.
Hay millones de selfies en internet. No hay sentimiento humano que no se encuentre autorretratado. Pero la selfie más elegida en los últimos tiempos es la que tomó un águila: el ave robó en la orilla de un río una cámara de vigilancia de cocodrilos, voló con ellas, se hizo una selfie y luego transportó la cámara unas 70 millas hasta su nido.
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