El cambio climático no da tregua y provoca nuevos desastres en el país y en el mundo

Las inundaciones son el mayor desastre natural que amenaza al país y la Región. Se esperan mayores precipitaciones, retroceso de glaciares y caída feroz de la producción agrícola

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No son escenas de cine catástrofe sino postales que brotan de la más terrible realidad. Desde un alud en Perú que deja la mitad del país en estado de emergencia hasta una inundación en Comodoro Rivadavia que, en versión lodazal, genera cientos de escenas propias de un infierno de barro, el cambio climático -y su concentración de eventos meteorológicos excepcionales de las últimas semanas aquí y allá- parece alertar una vez más una verdad que a esta altura resulta inobjetable: algo en nuestro medio ambiente no marcha nada bien.

Si bien los expertos admiten carecer de evidencias concretas para atribuir estos episodios puntuales al calentamiento global, la mayoría señala que la seguidilla de eventos extremos como los sufridos en Argentina y buena parte de nuestro continente -como los aludes devastadores de Perú y Colombia- tienen lugar en un contexto no menos extraordinario: el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera nunca había sido tan alto como en la actualidad.

El cambio climático, se sabe, aumenta la temperatura y las precipitaciones en algunas zonas y provoca sequías en otras, y es también consecuencia de acciones como la deforestación y el mal uso de suelos, según los mismos expertos. “El alud de Perú, por ejemplo, es una consecuencia del cambio climático que nos afecta a nivel mundial y que provoca un aumento de las precipitaciones. En ese caso no hay un efecto directo de la deforestación, como pudo suceder en Tartagal, pero en las inundaciones hay una falta de política ambiental que tiene que ver con la desprotección de los bosques”, dice Hernán Giardini, coordinador de la campaña de Bosques de Greenpeace.

El especialista recordó que “Argentina está entre los 10 países que más ha deforestado en el mundo, y esto tiene un doble impacto: por un lado contribuye al calentamiento global y por el otro nos vuelve más vulnerable ante los efectos del cambio climático”.

Acaso para entender que las consecuencias climáticas que estamos sufriendo no son producto de un castigo bíblico sino de nuestro propio accionar en el planeta, un informe de septiembre pasado emitido por el Banco Mundial precisa que “entre 2001 y 2014 la Argentina perdió más del 12 por ciento de sus zonas forestales, lo que equivale a perder un bosque del tamaño de un campo de fútbol cada minuto”. El mismo relevamiento concluye que “las inundaciones son el mayor desastre natural que amenaza a la Argentina, y representan el 60% de los desastres naturales y el 95% de los daños económicos”.

Al analizar las inundaciones del sur de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y el norte de Buenos Aires, Miguel Angel Taboada, director de Suelos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), explica que el factor principal “es el clima, porque 250 milímetros en dos días es demasiado”. Sin embargo, señala que “el problema además es que gran parte de los suelos de la Argentina tienen una capacidad limitada para absorber el agua, fundamentalmente por la desaparición de los pastizales en la zona pampeana y el desmonte del Norte argentino, además del monocultivo de la soja”.

Aumento de lluvias en el centro y norte del país, incremento de la duración y frecuencia de sequías en el Oeste, multiplicación de eventos climáticos extremos, retroceso de glaciares e incrementos en las enfermedades de los cultivos de granos son algunos de los tantos efectos que ya se están haciendo sentir en la Argentina y que, al decir de quienes estudian el tema, podrían repetirse con intensidad creciente en los próximos años.

La seguidilla de eventos extremos tienen lugar en un contexto extraordinario: el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera nunca había sido tan alto como en la actualidad

Al analizar la inundación en el norte de la provincia de Buenos Aires, el ingeniero agrónomo Nicolás Bertram explica que “bajo nuestros pies corre un río subterráneo que llamamos napa freática y que se vino acercando históricamente: en la década del 70 estaba a diez, catorce metros, y hoy está en superficie, a los 50 centímetros o a un metro como mucho”.

Este acercamiento de la napa freática, dice Bertram, aquí tiene dos explicaciones: o llueve más o estamos consumiendo menos agua. “En promedio no está lloviendo más de lo que llovía en los 70 -apunta-. Hay eventos con más milimetraje pero el promedio anual es casi el mismo. Lo que sí cambió significativamente es el consumo de agua, porque en los 70 teníamos más superficies de pasturas y pastizales y hoy tenemos soja que consume menos cantidad”.

En sintonía con esta mirada aparece la de Vicente Barros, investigador del Conicet, miembro del Panel Intergubernamental de Lucha contra el Cambio Climático y quien, además, acaba de editar un libro junto a Inés Camilloni, doctora en Ciencias de la Atmósfera, dirigido a aquellas personas que toman decisiones en el área. “El cambio climático es un factor dentro de otros factores que incluso son más dinámicos, más fuertes y más rápidos -explica el científico-. La expansión de la frontera agropecuaria que obedece a los precios internacionales y a la demanda al mismo tiempo estuvo acompañada de un cambio de clima que favoreció esa expansión, pero eso trae consecuencias sobre los ecosistemas. No es que simplemente el cambio climático produce un daño, sino que es una interrelación”.

 

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