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Historias de quienes lo perdieron todo en Salto, donde hay mil evacuados. Arrecifes y Pergamino, también complicados
Lucas Pérezlindo, uno de los vecinos del barrio La Trocha, de Salto, recorre las calles del barrio en su bote asistiendo a vecinos: “Es la tercera inundación en un año”, contó. - cesar santoro
Envíados especiales de EL DIA a Salto Y Arrecifes
Omar Giménez y César Santoro
La calle Agustín Magaldi, en el barrio La Trocha, de Salto, marca el límite del vecindario y el de la inundación. Hasta allí llegó el río que lleva el mismo nombre del pueblo en su última crecida, la de la semana pasada, la más grande de su historia. Todos los vecinos de este barrio de trabajadores, la mayoría nacidos y criados en el lugar, tuvieron que dejar sus casas al ritmo acelerado que les impuso la veloz creciente y los que no lo hicieron se quedaron para cuidar las pocas pertenencias que escaparon al poder destructor del agua. La Trocha, es, junto con la zona del balneario y los barrios de La Tosca, Zapata y Molino, uno de los sectores más castigados por el agua en Salto, uno de los pueblos más comprometidos por las inundaciones que afectan al norte de la Provincia. Ayer, aunque el rio había empezado a bajar, seguían siendo 500 los evacuados a los que se sumaba otro medio miillar de autoevacuados. Mientras tanto, la situación también era complicada en otros partidos cercanos, como Pergamino y Arrecifes.
Los habitantes de La Trocha saben mucho de inundaciones. Sólo en lo que va del año ya sufrieron tres, aunque las primeras dos fueron de menor importancia. La última semana la iniciaron con el dato de que venía una creciente importante. Pero jamás imaginaron que fuera para tanto.
“Esperábamos que subiera unos 40 centímetros. Habíamos puesto ladrillos para elevar los muebles por encima de esa altura y habíamos subido todo lo que queríamos resguardar, pero en mi casa hubo el doble de agua. En lo peor de la inundación llegó a los 80 centímetros. Se arruinaron los roperos, la ropa, las camas, las sillas”, contó Sofía Balaguer, una de las vecinas afectadas, que ahora pasa las horas yendo y viniendo de su casa a la zona seca. “Lo que pasa es que ahora que el río bajó no se puede estar adentro de las casas. Hay mucha humedad y el olor es insoportable”.
Daniel Galván es un gasista que pasó sus 38 años de vida en el barrio y no tiene memoria de ninguna creciente que haya causado tanta devastación. Mientras camina con los pies hundidos en las aguas turbias del río que cubren la calle Carlos Gardel, donde vive, cuenta que lo perdió todo: los muebles, los electrodomésticos, la ropa suya, la de su hermano, la de su mamá la de su sobrino.
En el relato de todos los vecinos consultados hay un dato que se repite una y otra vez: el río subió tan rápido que no dio tiempo a nada, más que a escapar. Algunos dicen que llegaron a tener el agua a la altura del cuello en el pico de la creciente (cuando el río registró la altura récord de 9,5 metros) y que temieron lo peor. Otros, en su desesperación, trataron de rescatar lo que pudieran, fundamentalmente, ropa.
“En un par de horas tuve el agua al cuello. Nunca había vivido algo así”, dice Mónica Gizzi, una ama de casa de 50 años que vive en el barrio.
A medida que el nivel del río baja va quedando al descubierto la magnitud de los daños. Gizzi cuenta que en su casa, la acción del agua afectó sobre todo al piso. “Lo partió y lo levantó”, dice.
Radicalmente transformado, el paisaje de La Trocha mostraba ayer rutinas nuevas. Por sus calles convertidas en canales iban y venían botes cargando muebles y electrodomésticos para reparar en el pueblo o llevando viandas y agua a los que permanecen en las casas para cuidar sus bienes.
Lucas Pérezlindo, un albañil de 24 años, fue uno de los que se encargó de recorrer las calles del barrio en su bote asistiendo a familiares y vecinos: “es la tercera inundación en un año y esta vez mucho más grave. Este es un barrio de gente trabajadora. Es muy duro reponerse de algo así”, dice mientras rema hacia la casa de Juan Auyero (27), empleado de un peladero de pollos que se quedó en su casa inundada para cuidar sus cosas.
Para Flavia Zapata, una ama de casa de 48 años que eligió autoevacuarse del barrio y armó un campamento a pocos metros , la seguidilla de inundaciones le inspira otras reflexiones. “nací y crecí en La Trocha, conozco de inundaciones. Pero ya no es vida estar ahí”, dice. Cuando empieza a caer la noche sobre el barrio castigado por la inundación aparecen los bomberos otra vez. Vienen de Hurlingham, de San Miguel, de la propia Salto. Llevan viandas y agua a los que se disponen a pasar otra noche entre las calles inundadas, entre el olor a río y la humedad. Rogando que el clima acompañe y que no haya lluvias que compliquen más la situación.
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