La vida a bordo: repetitiva, sacrificada y muy exigente

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“Viajé varias veces en el Irizar, en viajes científicos que se extendían por alrededor de un mes y medio y en el que nuestro trabajo de investigación se hacía en alta mar, recogiendo algas para su estudio”, dice Eugenia Sar, jefa alterna del departamento de Ficología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo.

De esas travesías recuerda especialmente “ los días repetitivos, que hacían que a bordo se perdiera un poco la noción del tiempo. En nuestro caso, las rutinas eran muy exigentes y la vida se hacía muy sacrificada. Nos dividíamos el trabajo y mientras una parte del equipo estaba en el puente estableciendo las coordenadas, otros extraíamos las algas con redes en los sitios indicados. Recuerdo particularmente una campaña de invierno, en que tuvimos que soportar temperaturas de hasta 50 grados bajo cero. Siempre se contaba con ropa muy abrigada, pero esa parte del trabajo se hacía en cubierta. Más tarde se hacía una primera evaluación del material obtenido en los mismos laboratorios del barco y posteriormente se colocaban en cámaras de frío para que conserven la temperatura de su ambiente”.

“Tiempo libre teníamos poco. Las comidas se disfrutaban y el espíritu que reinaba era de mucha camaradería. También había un espacio para ver películas y hasta se hacían fiestas cuando se llegaba al punto más austral y al final de las campañas”, relata Sar.

 

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