Camaradería y aventura en espacios muy reducidos
Edición Impresa | 5 de Julio de 2017 | 03:22

El biólogo y paleontólogo platense Marcelo Reguero hizo numerosas campañas a la Antártida, pero sólo una vez le tocó viajar en el Irizar, a comienzos del siglo XXI. Fue una viaje desde el puerto de Ushuaia hasta la Base Marambio que se extendió a lo largo de cuatro días y del que recuerda momentos especiales: el movido cruce del Pasaje de Drake (allí donde se unen las aguas de los océanos Pacífico y Atlántico), donde hubo que suspender toda actividad dado el intenso movimiento del barco; la camaradería del tiempo libre compartido entre científicos y marinos, y la obligación de adaptarse a espacios muy reducidos para todas las actividades cotidianas.
“Para pasar el tiempo había llevado mucho material de trabajo para leer, aunque también se compartían actividades en un espacio especialmente diseñado para ver películas, un gimnasio y sobre todo el comedor”.
Reguero dice que, antes de las transformaciones que se le hicieron después del incendio, el Irizar era un barco chico en el que solían viajar muchos científicos, hasta un centenar. Las cubiertas se usaban poco, por el frío y el peligro de las olas altas. Y había que adaptarse a manejarse en laboratorios y espacios privados muy reducidos”.
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