La cocina del show de Mirtha
Edición Impresa | 29 de Enero de 2018 | 04:53

María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com
Enviada especial a Mar del Plata
La emisión del programa de Mirtha fluye con muchísima naturalidad, con algunas corridas detrás de cámara, pedidos de silencio pero sin la tensión que uno se imagina cuando mira el programa desde su casa.
Sorprende las manos en las que la diva de los almuerzos está, rodeada de un equipo de entre 15 ó 20 productores que en general no pasan los 40 años, y con el que se la ve realmente cómoda. Le manifiestan admiración, y ella les devuelve respeto.
Ubicado en el primer piso del Hotel Costa Galana, el improvisado estudio que utilizan durante la temporada de verano parece más grande por la televisión.
A la entrada, sobre el ventanal, se ubica el escritorio de la conductora, decorado casi igual al que tiene en Buenos Aires, con sus portarretratos de plata y sus Martín Fierro. De fondo, Playa Grande, estallada de gente y de color, pinta el marco perfecto.
En el otro extremo, la mesa, grande, con lugar para seis invitados. Está decorada con flores amarillas. El perfume inunda el salón.
Son las 13.10 de ayer y el programa está por comenzar. Mirtha todavía está en su escritorio, junto a Elvira y una asistente, que la está terminando de maquillar, pintar y arreglar.
Dos productores sacan del estudio a todos los que no pertenecen al staff -con la promesa de que después volverán a entrar-, porque no se puede desconcentrar. La Chiqui tiene que hacer su entrada triunfal, por lo que se levanta y se retira para volver a ingresar.
Está parada en la puerta de vidrio esperando la señal, hace unos movimientos de relax con sus brazos y se sonríe con algunos de los huéspedes del hotel que la miran y la fotografían detrás de un vallado. “Qué Dios te bendiga”, la sorprende uno, y agradece la bendición. Su música suena, su sonrisa se amplía y es hora de empezar.
Tras el ritual del escritorio, entre saludos, comentarios de la noche anterior y publicidades, La Chiqui se levanta y muestra su look: está vestida con un elegante pantalón color salmón y una blusa floreada. Después de los elogios y silbidos de sus productores, llega la hora de la mesa. Con el programa en el corte, los invitados empiezan a llegar porque la mesa ya está servida: el chef Francisco, y dos mozas del hotel, ya habían repartido la entrada.
Primero entra Jorge Rojas, seguido de Federico Andahazi, Reina Reech y Adriana Salgueiro. Los humoristas Coco Silly y Martín Bossi se “pelean” por entrar último.
Afuera hacía 25 grados pero en el estudio no más de 15. Las luces, que están encendidas, y las cuatro cámaras que se usan para grabar, así lo requieren. “Bajen un poco el aire”, pide la señora.
El envío fluye. En la mesa, los invitados pasan los “chivos” de sus espectáculos, hablan de qué ejercicios practican y llegan los escándalos. Salgueiro cuenta por qué está enemistada con Cinthia Fernández, quien la trató de “nefasta” y todo se desarrolla muy light.
A una hora del inicio, se retiran las entradas. Los platos vuelven casi llenos: en el programa los invitados comen como pajaritos o casi no comen, por miedo quizás a que Mirtha los atragante con algún comentario. Como le pasó a Andahazi: elogios iban y elogios venían entre los dos hasta que, sin concesiones, La Chiqui le tira una doble mortal: “Mi hermana no puede creer que te haya invitado”. ¡Chan! Esa tensión, seguida de carcajadas, se siente en todo el piso. Parece que el autor se inspiró en Mirtha y Goldie para crear dos personajes ficticios a los que llamó “las mellizas Legrand” y que incluyó en su libro “Las piadosas”. Tras varios intentos de explicaciones, que hicieron levantar a los comensales de la mesa en tono de jolgorio, Andahazi no tuvo mejor idea que decir que la obra estaba ambientada en el 1800 y que esas hermanas se alimentaban de fluidos (?) que no quiso detallar “por la hora del almuerzo”, aunque todos se imaginaron a cuáles hacía referencia.
Hay un clima festivo en la emisión que los productores también ayudan a crear. Detrás de cámara, no siempre es todo silencio: a veces aplauden, a veces se ríen y todo sale muy natural.
Recién a las 15.15 llega el primer corte. Los invitados se levantan para estirar las piernas o para ir al toilette, mientras Mirtha aprovecha para retocarse un poquito. Algunos invitados se acercan a sus acompañantes para preguntar qué onda, cómo va su participación. “¿Mucho bodrio?”, pregunta una, “¿quedé mal con lo que dije del lengüetazo?”, agrega. Era Reina Reech y quería saber si había estado de más la anécdota que contó al aire sobre el beso apasionado que le dio a Miguel Ángel Rodríguez en una ficción y que, según contó, lo había sorprendido.
Encaminándose hacia el final, los productores están felices porque el minuto a minuto les dice que están ganando. Las planillas de Ibope marcan 8.9 puntos para El Trece y apenas 2.9 para sus competidores. Parece que estos invitados -que debatieron largo y tendido sobre machismo, feminismo, violencia de género e igualdad- rinden sus frutos.
El último corte llega a las 15.44. Es hora de salir a la terraza para la que hay que ir hasta el subsuelo. Los invitados van en ascensor. Y los simples mortales, por las escaleras. Al llegar a destino, todavía resta atravesar un largo pasillo antes de salir al exterior. A la Chiqui la llevan en carrito de golf, en donde se va retocando el maquillaje.
Ella asegura que hay más de 3.000 personas afuera, y podría ser tranquilamente. Es mucho el público que, entre gritos y carteles, le manifiesta su cariño. La diva sale a la terraza con anteojos de sol y es todo aplausos. Saludos van, saludos vienen. Comienza el show de Jorge Rojas, La Chiqui se despide con sus latiguillos de siempre y así se va un programa más de Mirtha Legrand desde Mar del Plata.
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