“27: El Club de los Malditos”: rock, acción y cine bizarro contra la solemnidad

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Pedro Garay
pgaray@eldia.com

Cada proyecto de Nicanor Loreti, siempre cargado de desparpajo y ludismo, despierta una pregunta hacia el corazón del cine argentino: ¿por qué el cine nacional no puede reírse más? Seguro, se ríe de tanto en tanto, y las comedias suelen ser lo más visto del año. Pero se trata de comedias televisivas, de un humor conservador: Loreti propone siempre otro tipo de humor, ácido, desfachatado, coqueteando con lo bizarro y hasta iconoclasta. Un humor despreocupado y corrosivo que vuelve a aparecer en “27: El Club de los Malditos”, donde los superhéroes-antihéroes de “Kryptonita” mutan en los héroes-antihéroes del rock.

Los protagonistas de la historia son Robert Johnson, Amy Winehouse, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones y Kurt Cobain, todos miembros del club de los 27, artistas hermanados por su talento y su muerte a esa edad. Las conspiraciones en torno a esta coincidencia astrológica son numerosas (basta con buscar internet para quedar absorbido por las increíbles teorías que circulan) y Loreti se alimenta de ellas sin ningún deseo de construir un verosímil, jugando siempre al filo del absurdo total.

LA TRAMA

Todo comienza cuando la estrella de punk Leandro de la Torre (El Polaco) cae de un edificio en su cumpleaños 27: Paula (Sofía Gala) lo ve caer y el teniente Lombardo (Diego Capusotto) investiga el crimen que lo hará zambullirse de cabeza en una madriguera del conejo pesadillesca: del otro lado encontrará a diversas estrellas del rocanrol y destapará la increíble conspiración para matarlos.

Con guión de Loreti y el cineasta Alex Cox (el de “Sid & Nancy”) que alterna el desencadenamiento de la historia con flashbacks en blanco y negro donde se repasa los momentos finales de las estrellas protagonistas, y con un Capusotto desatado para sus fans (interpreta a un policía salido de su programa de televisión: violento, bebe jugo en polvo con alcohol neutro, hincha de Racing, porta una bazooka), el filme intenta recuperar el salvajismo del rock y combinarlos con una trama que va del policial clásico al cine de acción clase B que ya paseó Loreti en su mejor cinta, “Diablo”.

Con algunas secuencias que divierten y otras que se alargan en una especie de regodeo del bizarro, Loreti construye así un cine para divertirse, un cine veraniego destinado a volverse de culto, como varias de las influencias del director, y que apelará, seguramente, más al público joven, pero cuyo valor principal reside en ofrecer una alternativa a la solemnidad tan extendida, un cine para ser felices que funcione como alternativa del único cine pop que muestra la cartelera: el de Hollywood. BUENA (***1/2)

 

 

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