Padres carnívoros, hijos vegetarianos, un conflicto familiar en mesas platenses

La decisión de una creciente cantidad de chicos de adoptar dietas sin carne por razones éticas desata preocupaciones en el seno de muchos hogares

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Por NICOLÁS MALDONADO
nmaldonado@eldia.com

Después de ver “Terrícolas”, un famoso documental sobre el sufrimiento al que son sometidos los animales por parte de la industria alimentaria, Florencia Sánchez decidió que no iba a comer carne nunca más. Entonces tenía 14 años y su decisión generó una fuerte resistencia tanto de su mamá como de su papá que, aunque separados, estuvieron de acuerdo en un punto: no lo iban a permitir. Y es que más allá de las complicaciones de tener que prepararle a ella un menú aparte, ambos temían que esa elección alimentaria pudiera poner en riesgo su salud.

“Es bastante entendible que hayan reaccionado así: en aquel momento era una rareza que una adolescente quisiera ser vegetariana; hoy es bastante común”, cuenta Florencia, una integrante del Colectivo Abolicionista de Liberación Animal de La Plata, que lleva ya más de una década siendo vegetariana y tres años sin consumir ningún producto de origen animal.

“El problema no es que no quiera comer carne sino que ya no nos deja hacer un asado en paz”

 

De la mano de la redes sociales y una gran cantidad de información sobre el tema disponible en internet, cada vez más adolescentes consideran que alimentarse con carne equivale a matar. Esta tendencia, además de hacerse evidente en diversos ámbitos sociales, aparece confirmada hoy tanto por nutricionistas como padres que se reconocen lidiando con la situación. “En el colegio de mi hija sólo en quinto año hay al menos cinco chicos y chicas que se hicieron vegetarianos”, cuenta Andrea, la mamá de Ariadna (17), una de ellas.

“Ariadna arrancó a fines del año pasado diciendo que no quería comer más carne porque le daba pena que se matara a los animales. No nos llamó la atención porque tanto ella como Camila (su hermana melliza) son muy bicheras y si fuera por ellas llenarían la casa de perros y gatos. El problema es que Ariadna es una nena que tampoco come frutas y verduras y nos preocupaba qué iba entonces a comer”, reconoce su mamá.

Aunque al principio el resto de la familia, que sí come carne, intentó acompañarla en su decisión, con el tiempo las complicaciones y el trajín diario llevaron a que dejaran la dieta en manos de Ariadna. Fue así que “un día nos llamaron de la escuela para avisarnos que fuéramos a buscarla porque le había bajado la presión. Esa mañana solo había desayunado un té verde”, cuenta Andrea que a partir de aquel episodio llevó a su hija a una nutricionista.

“La nutricionista le explicó que si no pensaba comer carne entonces iba a tener que incluir huevos y leche en su dieta habitual. Le armó un menú para que terminara comiendo solo pastas, nos pasó varias recetas y la comprometió a que ella misma se involucrara en la preparación de su comida para evitar que toda la familia tuviera que estar pendiente de qué iba a comer”, cuenta la mamá.

Mientras que en la casa de Ariadna el mayor problema de que se hiciera vegetariana fue más bien organizativo, en lo de Matías Arévalo (16) el conflicto pasa por la “militancia talibana” que comenzó a poner en práctica en la mesa familiar a partir de su elección “El problema no es que él no quiera comer bifes de chorizos y chinchulines. Allá él. El problema es que pretende que tampoco nosotros hagamos más asados los domingos y cuando los hacemos nos sermonea a tal punto que no nos deja comer en paz”, cuenta Marcos, su papá, quien se autodefine como un “carnívoro, hincha de Estudiantes de La Plata y radical”.

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