Amores en fuga, exorcismos salvadores y brujerías millonarias

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El amor plantea de entrada dos preguntas cruciales: primero, cómo encontrarlo. Y después, cómo retenerlo. Por eso el deslumbramiento importa tanto como los amarres. Y esta semana, los dejados por amor mostraron otra vez la fuerza de su desesperación. En Paraguay fue detenido Ariel Boiteux, un ingeniero informático y hacker argentino que estafaba con la promesa de “atraer amores imposibles y recuperar a la pareja que te abandonó”. Estafó a más de 200 mujeres de varios países y fue extraditado a Estados Unidos. Este Brujo de lejanías se había hecho millonario con esta mentira. ¿No es increíble? Es que en el mundo sobran agobiados y tristones. El abandonado por amor vive en suprema soledad. Y algunos creen que con pases mágicos se puede recuperar al que se ha ido en busca de otros amarres.

El operativo montado en Paraguay sin duda tuvo como cómplice la ingenuidad absoluta de esas desamparadas que apelan a cualquier recurso tras agotar lágrimas, ruegos y cábalas. El tipo les cobraba a los desamarrados 250 dólares, para enseñarles –decía- que en el amor no hay precios cuidados, todo cuesta, en presencia o ausencia. Ariel les prometía que en un trimestre –plazo ideal para hacer creer cualquier cosa- volvería, manso y querendón, al cónyuge que se había marchado sin permiso. Pero la estafa inicial tenía más capítulos. El segundo paso consistía en pedirles fotos provocativas, con poca ropa y medio borrachas. Para atraer al remiso, les explicaba. Con los dólares guardados y las fotos disponibles, les decían la verdad: “lo del amarre es una mentira, si no pagas, mando estas fotos a la red, con nombre y apellido”. Doblemente abandonadas, desconsoladas y descapitalizadas, las incautas seguían pagando para continuar sufriendo ese doble portazo que las había desnudados por dentro y por fuera.

El padre Mancuso es un exorcista experto en pelear contra Satanás y desendemoniar almas angustiadas

Es cierto que el amor te ingenua, pero esto de arrancar pagando 250 dólares para empezar a gestionar desamarres, suena un poco infantil. Lo extraño es que hayan encontrado en el camino tantas pudientes y tantas abandonadas. Fueron un ejército de atormentadas que mandaban ahorros y fotos para ver, si vía Paraguay, su amante volvía pleno y arrepentido. Cuando tomaban nota del chantaje, era tarde. En paños menores, media borrachas y a expensas del brujo, no tenían otra que continuar girando dólares para atajar fotos y burlas.

No fue el único amarre de la semana. Este diario le hizo una nota al padre Alberto Mancuso, un exorcista experto en pelear contra Satanás y desendemoniar almas angustiadas. Este incansable luchador dejó entrever que la mayoría de sus visitantes son mujeres jóvenes que quizá penan por amores ausentes y que acuden a remedios divinos para reconquistar al que se fue en busca de mejores diabluras. Con vómitos y gritos de furia, con los ojos en blanco y las ilusiones en negro, las poseídas demuestran allí cómo el amor perdido estropea la vida. Mientras lloran y maldicen, Mancuso, con la vieja receta de la oración, la fe y el crucifijo, les explica que su misión es devolverles la paz, nunca los novios.

No es fácil remendar un corazón abandonado. Lo de amarrar y desamarrar viene de lejos. Los gobiernos, por ejemplo, tratan de amarrar al dólar, el metejón de algunos ministros que, cuando entran en pánico, no vomitan, pero acuden a la Mancuso de Wall Street para que ordene esos billetes indisciplinados que no se aquietan nunca. Y no hay caso, cada tanto el demonio se sosiega, pero, como los amantes inolvidables, siempre están allí, como amenaza más que como referencia. Sin un exorcista aliviador a la vista.

La vida es un amarre y un desamarre permanente. Uno quisiera tener siempre al lado a los apegos que nos hacen bien. Y lejos, a los otros. “Tuve amor, pero todo lo convertí en dolor”, dice el poeta. Más vale por eso no mirar nuestras ausencias. Evitar pisar esas tierras sombrías donde sólo crece el olvido o el recuerdo. Y dejar de invocar al brujo vip y a los ángeles de la guarda. Admitir, en fin, que el amor tiene al dolor y la dejadez entre sus muchas expansiones. Y que no hay dólares ni exorcismos capaces de rehacer un corazón “partío”.

 

(*) Periodista y crítico de cine

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