La Ciudad debe remozar sus calles adoquinadas

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Un proyecto de ordenanza destinado a mejorar el estado de algunas calles de la ciudad cubriendo el empedrado con una capa de pavimento avanza en estas horas en el Concejo Deliberante y sería considerado antes de fin de año. La idea prevé asfaltar las diagonales 73 y 77, buena parte de la avenida 66 y el entorno de cinco plazas de las zonas más transitadas como la de 1 y 38 cuyo estado es lamentable.

Son numerosas las oportunidades en las que desde esta columna se ha puesto de relieve la importancia de que La Plata disponga de una riqueza ornamental importante, surgida de la misma época de la fundación y mantenida por las sucesivas generaciones, sin dejar de ver que en muchas oportunidades no se cumplió con la debida preservación de ese patrimonio. Ello no significa, sin embargo, propiciar que “no se toque nada” del pasado, ni siquiera aquello que exponga cotidianamente su inconveniencia.

Los urbanistas no dejan de valorar la coexistencia armoniosa en una ciudad de lo moderno -condicionado por la superpoblación, el transporte o la economía- con lo tradicional que merezca ser preservado y proyectado. Saben también, como lo han dicho los principales mentores del urbanismo, que toda nueva construcción debe estar condicionada por la sensatez y las necesidades de la vida moderna.

En ese contexto de equilibrio es que debe hablarse ahora sobre los trastornos cotidianos que plantea en nuestra ciudad la presencia de muchas calles adoquinadas, algunas de ellas céntricas. Además de los inherentes al tránsito, entre otros factores negativos, por el elevadísimo costo que supone su reparación, que sólo puede concretarse a través del trabajo manual y que por ello resulta ser varias veces más caro que el asfalto.

También, después de tantos años en algunas arterias el contrapiso ha cedido y aparecen irregularidades que dañan los vehículos. Lo peor es que por las características del empedrado los días de lluvia es muy posible que los autos, cuando se trata de detener su marcha, se deslicen. Corresponde señalar por otra parte las dificultades para cruzarlas de las personas con algún tipo de inconveniente motriz.

Se sabe que existen defensores del adoquinado. Acaso, entonces, las autoridades podrían analizar la alternativa de dejar en las actuales calles empedradas, dos o tres hileras de adoquines, creándose así una suerte de registro histórico como se ha hecho en algunas ciudades europeas. También resultaría aconsejable que en ciertos barrios, como podría ser el caso de Meridiano V -donde se levanta un incipiente polo gastronómico y cultural- se mantuviera el adoquinado en alguna arteria, como ocurre en algunas calles del característico San Telmo.

Nadie duda que las históricas calzadas romanas, con sus 100 mil kilómetros de caminos, vertebraron uno de los imperios más poderosos. Hechas con piedras y cantos rodados sobre arena, unieron las ciudades de la actual Italia y se expandieron por toda Europa pero eran para carros y caballos. Sin embargo, el tiempo y el progreso pudieron con ellas y se las debió reemplazar por redes viales y autopistas construidas con materiales aptos para canalizar flujos vehiculares más exigentes. El progreso dijo su palabra, como ocurrió en el resto del mundo.

Son positivas y pueden coexistir, entonces, las dos posturas: la que promueve dejar algunas sendas históricas adoquinadas en la Ciudad, como testimonios relevantes del pasado y, también, la de remozar, de una vez por todas, la superficie de muchas calles que no deben pretender seguir siendo, para La Plata, nuestras obsoletas, intocables y sempiternas “calzadas romanas”.

 

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