El fenómeno, paso a paso

Edición Impresa

Diego Bagú

Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata

Para que ocurra un eclipse de este tipo, el Sol, la Tierra y la Luna deben encontrarse alineados (en ese orden). En dicho esquema, la Luna atraviesa una zona de sombras (umbra y penumbra) provocada por nuestro planeta. Podría entonces pensarse que al momento de la fase total del eclipse, la Luna no llegaría a observarse de ninguna manera por encontrarse justamente en la zona de sombra. Sin embargo, cierta cantidad de luz solar llega a iluminarla, permitiendo su observación de alguna manera. Esa poca luz que alcanza la superficie selenita, resulta ser en su mayor parte de color rojo. ¿Y por qué? Esto se debe al efecto que produce la atmósfera terrestre sobre la luz solar. Camino a la Luna, los rayos solares atraviesan el aire de nuestro planeta, el cual se transforma en una especie de lente. ¿De qué manera? En primer lugar debemos recordar que la luz solar está compuesta por distintos colores (los mismos que observamos en un arco iris). Luego, la atmósfera afecta a esos rayos de dos maneras. Por un lado desvía (refracta) esos rayos de acuerdo al color de los mismos. En otras palabras podríamos expresar que los “rayos azules” son desviados más bruscamente que los rojos. Pero además, la atmósfera dispersa mucho más la luz azul que la roja (motivo por el cual el cielo tiene un color celeste), es decir, el aire filtra los rayos azules y deja pasar camino a la Luna básicamente a la luz roja. ¿Resultado final? La Luna es alcanzada preferencialmente por los rayos rojos. De ahí el color que presenta un eclipse total de Luna. Este fenómeno que acabamos de describir es el que ocurrió este 31 de enero. Quienes pudieron observarlo fueron aquellos ubicados en todo el hemisferio terrestre que se encuentre en la zona nocturna, y esto fue para aquellos ubicados la zona de China, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Hawai y Alaska.

 

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