Imperio de hipocresía
Edición Impresa | 11 de Febrero de 2018 | 08:37

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
La hipocresía se ha institucionalizado. Su raigambre se remonta al origen mismo del ser humano, después de su rebeldía al designio de Dios: se finge el bien y se hace el mal.
Uno de los antiguos profetas denuncia el proceder del pueblo que pretende acercarse a Dios con la boca y honrarlo con los labios, mientras su corazón está en otra cosa (cf. Is. 29, 13). Por su parte el Ben Sirá afirma: No seas reacio al temor del Señor ni te acerques a Él con doblez de corazón. No seas hipócrita delante de los hombres y presta atención a tus palabras. No te exaltes a ti mismo, no sea que caigas y atraigas sobre ti el deshonor… porque tu corazón está lleno de falsedad (Eclesiástico 1, 28 s). Pero el Señor Jesús pone al descubierto las causas y las consecuencias de la hipocresía: son manifiestamente hipócritas todos aquellos cuyo modo de proceder no coincide con lo que tienen en su corazón (cf. Mt 23, 13 s).
A los hipócritas Jesús los llama “ciegos”, porque hay una relación que lo justifica: el hipócrita, queriendo engañar siempre a los demás se engaña a sí mismo y se enceguece ante su propia realidad, siendo incapaz de ver la verdad.
La palabra hipócrita designaba en la antigua Grecia a quien, usando una máscara, representaba un personaje; era el oficio del actor que, en la escena, fingía ser otro. En tiempos de Jesús, la intimidad de muchos fariseos era la hipocresía, el hacer las cosas de cara a los demás y no de cara a Dios. La vida de ellos era tan falsa como la de los actores de teatro.
“Cuídense de la levadura de los Fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido…” (Lc 12, 1-3)
Ese modo de ser, que sigue siendo tan común en la actualidad (aun entre muchos de los que tienen por oficio el predicar el Evangelio), ha sido crudamente condenado por el Señor Jesús. Es cierto que nunca debe generalizarse.
El Evangelio es muy expresivo: Mientras tanto se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los Fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas…” (Lc 12, 1-3)
La “levadura” es como la intimidad de aquellos religiosos, que eran profundamente hipócritas. Llevaban una doble vida, a semejanza de tantos y tantas en el presente. Pero en esa intimidad no son felices y no podrán llegar a serlo jamás si antes no se convierten. Será necesario que abracen la honestidad y se quiten la máscara. Dios quiere para sus hijos una vida sin doblez, como la que reconoce en Natanael: Este es un verdadero israelita, un varón sin doblez (Jn 1, 47). Y aquellos varones que eligió para el ministerio de Apóstoles fueron sin doblez, a excepción de Judas, con lo cual nos adelantó proféticamente que también en su Iglesia habrá hipócritas como Judas, pero que - a pesar de todo - el poder de la Muerte no prevalecerá contra Ella (Mt 16, 18).
Lamentablemente, el imperio de la hipocresía está instalado en toda la sociedad humana, en todo el mundo. No descarto excepciones, pero tampoco excluyo a ninguna institución, ya sea religiosa, educativa, deportiva, artística, médica, comercial, judicial, científica, recreativa, gremial, etcétera. Por eso, poner en evidencia la triste verdad de la corrupción, sin generalizar, puede ser el medio para llamar a la conversión, a la cordura, a la honestidad, a la coherencia.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE