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Bienvenidos sean los extranjeros que estudian en la Universidad de La Plata

15 de Febrero de 2018 | 02:41
Edición impresa

Por R. CLAUDIO GÓMEZ
Consejero Gral. de Cultura y Educación

Entre los asuntos de los que los platenses pueden sentirse orgullosos está el de la cantidad de extranjeros que eligen a la Universidad Nacional de La Plata para cursar sus estudios.

Esta estimulante cualidad es el resultado de un proceso que, con sus más y sus menos, mantuvo en vigencia un proceso histórico, destinado a custodiar la calidad de su enseñanza. Y, lo que es mejor, orientado a proteger su calidad pública, libre y gratuita.

Rastrear en la memoria académica las razones de este vendaval de esperanzados inmigrantes que llegan hasta aquí para satisfacer sus vocaciones no es materia sencilla. Sin embargo, es imprescindible señalar en ese sentido que en este 2018 se cumple el Centenario de la Reforma Universitaria que iniciara un grupo de estudiantes en Córdoba.

Y es también importante recordar que en 1949, el entonces presidente Juan Domingo Perón estableció, a partir del decreto 29.337, la enseñanza gratuita en las universidades nacionales. (En aquellos años, no existían las universidades privadas y las del Estado estaban aranceladas).

En esa marcha de cosas, sin embargo, hay días luminosos y otros oscuros. Tal como lo constituyen los episodios de “La noche de los bastones largos” (1966), con que se marchitaron ideales y se golpearon cabezas, y la desaparición de miles de estudiantes, docentes y no docentes registrada durante la tragedia del “Proceso”.

Por cierto, no se trata de los únicos ejemplos de los salvajes desatinos contra la educación universitaria, aunque sí de los que aún dejan cicatrices.

No obstante, en rigor, el espíritu de la universidad -entre las que se cuenta la de La Plata- goza de buena salud.

Tal vez adolezca todavía del mal de clases. Un condicionamiento que impide a los jóvenes de menos recursos imaginar un destino que los deposite en sus aulas. Curiosamente, esa ausencia, en general, de las clases bajas en las casas de altos estudios tiene menos que ver con el poder adquisitivo que con la mitología de que no todos están capacitados para la Universidad. Un cuento que alimentan con atrocidad, los profesionales mediocres, que también los hay.

Una nota de tapa de EL DIA publicada el domingo último, da cuenta de que los 3.000 ingresantes a Medicina, 1.000 son extranjeros. Y bienvenidos. Con pequeñas alteraciones, esos números, porcentualmente, se repiten en diferentes unidades académicas del país. Esto debe ser motivo de orgullo.

“Abrir las puertas de las universidades al mundo, vecino o más lejano, es un suceso poco común”

Es que los argentinos -y los platenses en particular- necesitan con urgencia motivos para alzar la cara al cielo y sentir el aire fresco que trae, no sin dificultad, las continuidades de las políticas públicas positivas.

Abrir las puertas de las universidades al mundo, vecino o más lejano, es un suceso poco común.

Aquí se puede estudiar gratuitamente y, lo mejor, acceder a claustros de calidad. Y no es desmesurado que semejante acontecimiento, que por regular se naturaliza, genere gratas sensaciones.

Por supuesto, que esta apertura requiere presupuesto y planificación y, además, un compromiso social extra, pero vale la pena.

Entre la practicidad de la birome, el inigualable sabor del dulce de leche, los dobles y triples de Ginóbili, los goles de Messi y la figura descomunal de René Favaloro, en la misma repisa de trofeos, se ubica este: no lo despreciemos.

Al esfuerzo de incrementar la matrícula con estudiantes de otros países, se suma, como beneficio, la voluntad de intercambiar experiencias con jóvenes de otros países.

La Educación también se nutre de vivencias diversas y múltiples. Como en la Cultura, pensar con otros es mejor que pensar en soledad. Como en las ciencias, los mejores resultados nunca provienen de experimentos sin huella.

 

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