Maltrataba a su esposa y ahora ayuda en una ONG contra la violencia de género

Llegó al lugar pidiendo contención para cambiar. Y hoy destaca que faltan espacios donde los hombres puedan tratarse

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Y una mañana Rubén Darío Otero, un panadero platense de 45 años, tocó el timbre en la puerta de Las Mirabal, una entidad que trabaja en la prevención de la violencia contra la mujer. Quería que lo ayudaran. Según relató entonces, no podía evitar que cada discusión con su esposa terminara en una escalada de agresiones verbales en las que siempre perdía el control y terminaba hiriéndola psicológicamente.

Después de ese día Otero comenzó a reunirse con un psicólogo de la institución para cambiar de actitud. Pero no quedó contento con eso. Quería “reivindicarse de tanto maltrato”. Y, ya separado, se ofreció a hacerlo trabajando como voluntario en esa entidad, donde desde hace tres meses se desempeña haciendo distintas tareas de mantenimiento. Ahora, hasta planea dictar un taller de panadería y pastelería para las mujeres víctimas de violencia que concurren a la institución.

“Vengo tres horas por día, a veces corto el pasto, arreglé una canaleta y siempre encuentro cosas para hacer en una casa tan grande. A mi esto me hace sentir bien, porque es una forma de reparar tanto maltrato”, dice Rubén Darío Otero en una pausa de su trabajo en uno de los patios de Las Mirabal, donde a esa hora de la tarde y mientras en las aulas se dictan distintos talleres, es el único hombre.

Para Flavia Centurión, presidente de la ONG, el caso de Rubén es “un indicador de cómo los varones van tomando conciencia de la violencia de género y se animan a pedir ayuda para cambiar”. Pero también pone de relieve el hecho de que hoy no existen instancias que contemplen el tratamiento del hombre con problemas de maltrato.

“La violencia de género no es un asunto sólo de la mujer, es de toda la sociedad y prevenirla exige el compromiso de todos, incluido el de los hombres. Es por eso que es importante que se creen instancias para que los varones maltratadores puedan deconstruir la mirada patriarcal. Y hay experiencias que en esto fueron muy exitosas”, dice Centurión (ver aparte).

Una de las primeras cosas que hizo Otero al llegar a Las Mirabal fue pararse frente a un cartel que muestra “la escalera de la violencia contra la mujer” en el patio de la casa donde funciona la ONG. Uno de sus escalones corresponde al maltrato psicológico. Ese fue el que señaló Otero para situar su caso.

El panadero platense, que es padre de dos hijos y que está separado desde hace siete meses, cuenta que llegó al maltrato de a poco y casi sin darse cuenta.

“Mi mujer no la estaba pasando bien, estaba deprimida y descuidaba las tareas del hogar. Yo llegaba un poco más tarde y le recriminaba eso todas las noches, sin ponerme en su lugar ni atender a su malestar. Y no lo hacía de buena manera”, recuerda.

Los gritos y las peleas se convirtieron en un ingrediente omnipresente en la vida del hogar y derivaron en denuncias y una restricción perimetral dispuesta por la Justicia.

“En cuanto los chicos se iban a dormir empezaba a maltratarla por las cosas que estaban sin hacer. Yo me crié pensando que la mujer tenía que hacer todo. Y cuando veía que no lo hacía la agredía verbalmente”, dice Otero.

El panadero platense dice que las charlas con el psicólogo de Las Mirabal le permitieron cambiar su mirada y poner bajo análisis la forma en que vivía su masculinidad.

A partir de eso, hoy reflexiona: “Yo tenía que acompañar y defender a mi mujer en esa instancia. E hice todo lo contrario”.

Ahora, cuenta que su decisión fue bien recibida tanto en su trabajo como en Las Mirabal, donde “las mujeres me tratan de diez”.

Y concluye: “me gustaría que otros hombres que pasan por lo mismo se animen a pedir ayuda para cambiar”.

 

 

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