“Edha” y “Sandro”: la voz en off como síntoma

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Pedro Garay

pgaray@eldia.com

El espectador ha cambiado y las series locales procuraron tomar nota y acercarse a las expectativas de la nueva audiencia, criada bajo los estándares de calidad de Netflix: aunque el costumbrismo y el culebrón siguen rigiendo la tira diaria, la miniserie, un formato cada vez más explorado por sus costos más bajos, su control de calidad más alto y sus posibilidades de venta afuera, marca el ritmo intentando, como la televisión de la Era Dorada estadounidense, crear ficciones con los habituales conflictos familiares y amorosos, pero tocando temas tabú y explorando cuestiones políticas y sociales.

En ese marco emergieron en las últimas semanas “Sandro”, la miniserie sobre el ídolo popular que va por Telefé, y “Edha”, primera producción argentina de Netflix. Ambas tienen sus propios problemas narrativos (aunque el público ha abrazado a una y criticado a la otra fuertemente) pero comparten un elemento: el uso de una voz en off didáctica y forzada, bordeando lo espantoso, que rige el episodio piloto sobre la vida de Roberto Sánchez, explicando a la audiencia con afanes poéticos el eje de la serie (el hombre vs. el mito); y atraviesa buena parte de “Edha”, leído con tono monocorde por Juana Viale y explicitando hasta los aspectos más obvios de la trama.

Doble atención: no es un recurso criticable de por sí (hay excelentes usos modernos de la voz en off en los filmes “Historias Extraordinarias” y “Tabú”, por ejemplo) y no es que la televisión latina sea la única que lo utiliza (de hecho, la sobreutilización del recurso también aqueja a series españolas exitosas como “La Casa de Papel” y “Las chicas del cable”). Pero sí es la TV latina lo que parece usarlo de un solo modo, sin explorar el recurso y buscando dejar en claro todo al espectador, como si las escenas no pudieran consistir, simplemente, de la imagen y el audio que las componen, y tuviese que haber un “maestro” contando qué es lo que realmente estamos viendo.

Se trata de una subestimación de la audiencia, una desconfianza del espectador, que expone ese uso de la voz en off como síntoma: el didactismo formal se refleja también en la sobremusicalización (particularmente en “Sandro”, pero los subrayados de la música a todos aquejan, incluso al cine de Hollywood: el silencio está en extinción), o en la exposición constante que realizan los guiones (charlas poco orgánicas diseñadas, como la voz en off, para resumir qué pasa, ya sea que Sandro no le presta atención a su mujer o que Edha vive herida por el suicidio de su madre).

“Sandro” ha sabido desde entonces distanciarse de esa voz en off pretenciosa, y a pesar de rozar por momentos el culebronazo, de que cuenta con actuaciones desparejas y golpes de guión populistas (como una Susana Giménez que repite sus muletillas del futuro) ha vuelto más fluida su narración y tiene momentos inspirados desde lo visual. “Edha”, en cambio, mantiene esa explícita voz en off durante todo su recorrido, subrayando paso a paso lo que debemos sentir.

 

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