Trabajo nocturno: la vida a contra horario

Enfermeras, serenos, taxistas, cocineros, médicos son algunos de los que viven “a contramano” de la vida corriente de los mortales

Edición Impresa

Leandro Gianello y Manuel López Melograno

Las actividades laborales nocturnas son fundamentales en las sociedades modernas. Mientras la mayoría de las personas en las ciudades duermen entre las 22 y las 7, muchos hombres y mujeres desarrollan tareas necesarias para asegurar la rutina del día siguiente: despertarnos y que la basura ya no esté en el canasto o que el pan se esté listo y recién horneado son algunos de estos trabajos indispensables.

Los vemos alguna vez cuando llegamos tarde a casa: una tropa de barrenderos o camionetas distribuyendo diarios, labores nocturnas que alguien cumple para que los engranajes urbanos sigan funcionando cuando suena la alarma y el turno mañana empieza el nuevo día. Es una vida a contramano que, pese a las adaptaciones que necesariamente desarrollan quienes afrontan esa realidad laboral, se convierte en desafío a la hora de relacionarse socialmente o realizar tareas cotidianas tan comunes como un trámite en un banco.

Enfermera del turno noche

Paula Gomes, 28 años, separada y con un hijo de 7 años, es enfermera. Si bien tiene un horario laboral “normal”, trabajó durante tres años por las noches, cuidando a un nene con Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), un padecimiento asociado al autismo.

A pesar de las complicaciones, ventajas y desventajas del contraturno “estaba bueno”, dice sin disimular entusiasmo Paula. Lo positivo era que podía ejercer como acompañante terapéutico de forma profesional y esa pasión por su trabajo era doblemente recompensada con el aprendizaje de “cosas nuevas” y el relacionarse con muchas personas distintas.

Pero no todo eran brillos en las noches de Paula; el acompañamiento de un nene con TGD es complejo: “hay que estimular todo el tiempo y fomentar el auto valimiento”, especialmente cuando además la persona es hiperquinética y tiene trastornos de sueño.

Aunque podía cerrar los ojos por una o dos horas cuando el niño también lo hacía, “tenía 20 años y en ese momento no me incomodaba. De hecho, hacía ese trabajo de noche, y por las mañanas me iba a una remisería en la que atendía el teléfono. Estaba acostumbrada a dormir muy poco”, relata Paula.

Sus días “normales” implicaban una pequeña modificación de su horario en la remisería, y cuando no podía hacerlo “usaba mucho el servicio de mensajería y le pagaba a alguien para que los hiciera por mí”.

De domingo a viernes incluido y a veces también los sábados, salía de trabajar a las 7 y de ahí a atender el teléfono. Si podía se tiraba un rato y volvía a entrar a las 22. Era bastante rutinario y no tenía mucha vida social. “Quizás algún que otro fin de semana cada tanto, pero muy poco. Tampoco tenía pareja en ese momento y a mis amigos o familia los veía cuando podía”.

Un chofer entre las luces naranjas

Desde hace siete años Jorge Aldo Lima maneja un taxi por las noches en la ciudad. Con 49 años dice que la noche es “complicada”, especialmente por dos temas: la inseguridad que se potencia aún más de noche, y, lo más importante para él, la falta de reposo. “Vivís a contramano de casi todos, y no es lo mismo dormir de día que descansar de noche”, suelta Jorge.

“Vos de noche descansás y el cerebro genera ciertos fluidos necesarios para un buen funcionamiento, cosa que no hace cuando dormís de día, y al no generar esos fluidos sos más propenso a tener stress, ataques de pánico, reacciones más violentas, es decir que con el tiempo te vas desgastando”, asegura con proverbial sabiduría tachera.

“Lo mejor es descansar de noche” y para afrontar sus alteraciones horarias cuando el trabajo impide esa máxima, Jorge lo hace con tranquilidad y poniéndose “metas personales a corto o largo plazo”, manejando como lo hace con su auto las ansias por un buen colchón y un sueño profundo bajo las estrellas.

Proyectar lo mantiene despierto los días de la semana en pos de un objetivo “desmenuzado” durante el trajín de la madrugada. Como el viaje que hizo a Europa con su hija, por ejemplo, un plan que lo liberó del fragor nocturno y significó un sueño cumplido para él, probablemente mejor que esos que no puede conciliar en el horario en que la mayoría de la gente lo hace.

Jorge –separado hace más de doce años-, devuelve el taxi que maneja cuando el reloj marca las 3 de la mañana. Se levanta tipo 11 y los domingos se queda en casa. “Si un viernes o sábado tengo un asado con amigos o un cumple, corto todo y voy. Primero los amigos, después el trabajo; mi vida social no dejo de tenerla”, se jura.

Pasar esas horas en el taxi “es raro y muchas veces te sentís solo. Es un trabajo medio atípico, porque te encontrás manejando un auto en medio de la noche, esperando que suba un desconocido, mucho tiempo sin comunicarte con nadie y rodeado de gente que ciertas veces es complicada”, cuenta Jorge.

El Ben Stiller platense

“Cuando les cuento donde trabajo lo primero que me pregunta la gente es si tengo miedo”, dice Miguel Circenti, sereno del Museo de La Plata desde hace 27 años. Con 58 años y desde 1991 cuida durante la noche uno de los edificios más representativos de la ciudad, alternando día por medio con otros guardias.

El Museo, según Miguel, es un lugar tranquilo, interesante y misterioso. “Pero yo estoy acostumbrado, no tengo miedo”, asegura. Es sereno durante 15 noches al mes, cada dos días. “Entro a las 8 de la noche y salgo a las 6 de la mañana y luego hago a mi trabajo como técnico en un laboratorio de geología hasta el mediodía”, 16 horas ininterrumpidas de trabajo que Miguel a veces suaviza con una breve siesta por las tardes.

“A veces ni siquiera duermo, sólo me quedo acostado mirando la tele”, dice. Es que la modalidad de trabajo cada dos días y el acostumbramiento nocturno le han permitido configurar su ritmo circadiano a una jornada de 48 horas de las que solo duerme siete.

Ahora son dos guardias, pero estuvo mucho tiempo solo. “Cuando hacemos los recorridos por las salas oscuras, la luz de la linterna hace que sea una experiencia inusualmente loca. Y ni hablar durante las noches de tormenta y viento fuerte: “Se escuchan muchos ruidos y crujidos”, asegura.

Miguel, al igual que casi todas las personas de la noche, describe a su trabajo como “solitario”. Una sensación potenciada por un edificio enorme y vacío en el medio del bosque.

Su jornada normal fuera de la actividad laboral es compartida con su pareja María, que también trabaja en el Museo, y su hija. “Salgo de acá y voy a hacer las compras, preparo el almuerzo y a las 2 y media de la tarde comemos. Si tengo ganas descanso un poco, sino le pego derecho hasta las 23”, concluye Miguel.

El señor de los fuegos

Con 18 años de antigüedad en el trabajo de darle de comer a la gente, podría decirse que Mateo “Pipi” Gimeno es un chef completo con mayoría de edad en el oficio. Como él mismo dice, arranca a “mulear” ó “burrear” a las seis de la tarde y termina entre las doce y las tres de la mañana. Ahora, es cocinero a cargo en un restaurante de calle 10 entre 49 y 50, de jueves a sábados.

El bajón del trabajo nocturno-coinciden todos- es ir a contramano del mundo. “Cuando salen todos a disfrutar, nosotros trabajamos, y dejar de compartir mucha vida social - Pipi se agarra las tiras del delantal -, muchas veces me ha tocado trabajar los feriados, para Navidad o Año Nuevo y eso es un garrón”, se lamenta y desmiente: “Igual siempre son más satisfacciones que garrones”.

“En Abril cerré el restaurant (Chiche Joya), después me separé de mi mujer, pero la cocina de la noche no la puedo dejar”, jura y va al grano: “A mí me gusta esto”.

Pipi resistió esos nueve meses todo lo que pudo. Económica y anímicamente. Trabajó como docente, su otra pasión, enseñando a otros cocineros el oficio en el Centro de Formación Profesional 419 de La Plata. También haciendo horas en cocinas que trabajan algunos amigos. A diferencia de los miles que se quejan del horario, el ama la noche y la cocina. Y sabe, - como muchos otros colegas- que la cocina es una de día, y otra muy distinta de noche.

La gente a la noche va a disfrutar. Son platos más elaborados, paladares más exigentes. Un mundo en el que Pipi disfruta y que le queda bien. “Saqué unos platitos”, dice como al pasar en un corte de la entrevista, después de servir dos mesas nuevas que llegaron hace 20 minutos.

Son las 22.46 de la noche. Acaban de sacar dos postres y él cruza la puerta que va del horno industrial a la mesada y señala las heladeras. Presenta al cocinero, su compañero y brazo ejecutor de los fuegos. Gimeno, transmite alegría y buena onda en la cocina. Los que lo conocen dicen que es como un director de orquesta, que además transpira y piensa todo.

Los dueños le pagan por manejar los tiempos. Por ser el responsable de que todos los platos salgan juntos, por armar cartas. Ha manejado solo o en equipos decenas de cocinas. Las últimas que el público recordará con nostalgia son: Chiche Joya, El Ábaco, Las Loras y la lista sigue.

Cuando se saca el delantal, tiene responsabilidades. Albertina, el amor de su vida, es la hija de la que se ocupa y con la cual comparte mucho. Pero no se queja. Él se acostumbró a esta vida, y su familia también. Su Facebook muestra las pasiones de su vida: Fotos de los últimos años, comidas con amigos y familia, momentos felices con su hija y la madre, su ex pareja. Otras en cocinas y platos de lujo.

Aunque no todo es amor y paz. Pasan nervios. Manejan adrenalina. Saben lo que es un accidente en la cocina o que te devuelvan un plato a las doce de la noche. En el despacho, las horas claves son cuando el público está sentado y ya hizo su pedido, es un ritmo por momentos frenético, que a sala llena se vuelve una locura.

“Lo que más me gusta es toda esa performance y puesta a punto de la cocina para que quede todo listo para recibir a la gente. Y esa satisfacción enorme de terminar un servicio y que salga todo bien, y que te feliciten y te digan ´qué rico que salió todo´, ´ y la gente se pueda ir contenta.”

Médico en las madrugadas

El doctor Mauro Giaccobo (34) sobrevivió a la segunda noche seguida sin dormir y resistió los cabezazos del viaje en la ambulancia desde la zona oeste a La Plata. Está en la puerta del quirófano del Hospital Interzonal General de Agudos San Martín, con un paciente que trajo con una obstrucción en la vía biliar, tras una derivación desde su hospital, el Vicente López y Planes de General Rodríguez, donde tiene un nombramiento de médico clínico emergentólogo’ otorgado por el ministerio de Salud bonaerense y hace la residencia de cirugía.

“De la semana, duermo sólo tres días en casa, eventualmente cuatro; cuando tengo un rato, un día elijo un plan que sea icónico, como ir a tomar una cerveza a Ámsterdam con mi mujer o salir con mi hijo a andar en bici”, repasa y bromea: “Él se me ríe en la cara que me quedo dormido en la mesa”. Es que después de 48 hs sin dormir, se complica. El sábado se quedó colocando un bajo mesada en su casa hasta la una de la mañana y 3.30 se estaba duchando para ir al hospital. Así que serán unas horas de sueño para volver a guardia el martes.

Su rutina es de lunes a viernes, de seis de la mañana a cinco de la tarde en promedio. Además, los sábados o domingos tiene exclusividad por el régimen de concurrencia de cirugía. Intensa, muy intensa. “Ahora ya estoy re adaptado. Desde que arranqué la residencia en junio de 2017 he vivido muchas secuencias desde quedarme dormido entrevistando a un paciente, hasta manejar 30 kilómetros de forma autómata de la Rotonda de San Vicente hasta la de Brandsen”, relata aún con asombro por aquel episodio de burnuot: un claro cuadro de desgaste profesional provocado por el estrés laboral.

Mauro pasó de ser el socio y motivador principal de su pareja, a limitarse a colaborar en lo que puede en la casa, y compartir los pocos ratos y momentos que le quedan en la semana con su familia. Desde entonces, la vida cambió. Él se calzó el ambo verde, y ella maneja todo en su empresa de catering: “María Mercedes. Comidas para eventos”.

“Nuestro proyecto es de los tres y es la idea es que cada uno pueda ir tomando vuelo”, cuenta y se sincera: “Con Mer nos la jugamos, y hacemos un gran esfuerzo para sostener este ritmo, y sabemos bien que, si no nos cuidamos, nos puede llevar a que o termine el proyecto laboral o termine la pareja.”

De 21 a 6
En Argentina la Ley 11.544 de Jornada de Trabajo, sancionada en el año 1929 indica que es trabajo nocturno aquel que se realiza entre las 21 horas y las 6 horas del día siguiente.

 

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE