Malvinas: la experiencia de cerrar el duelo 36 años después

Familiares de soldados platenses recientemente identificados viajaron el lunes a las Islas para honrarlos por primera vez en sepulturas que los recuerdan con sus nombres

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Omar Giménez
omargimenez@gmail.com


La última vez que María Vojkovic vio a su hermano Pedro fue en el living de su antigua casa. De rodillas en el piso, jugaba junto a sus sobrinos con unos autitos de colección Matchbox poco antes de partir hacia Malvinas, desde donde nunca más volvió. Su muerte en las islas abrió un largo y atípico duelo familiar, una de cuyas etapas se cerró el último lunes, cuando María, junto a su marido Carlos Alberto Zabala, pudo pararse frente a una tumba identificada con el nombre y el apellido de su hermano muerto casi 36 años atrás, en la guerra.
“Nuestra familia, como tantas otras que perdieron seres queridos en Malvinas, fue haciendo el duelo como pudo. Es un proceso que duró años. El hecho de tener ahora un nombre en una tumba tiene un significado cultural de gran importancia. Somos, en definitiva, seres sociales: para nosotros la muerte significa un lugar, un espacio, una tumba con un nombre”.
El cuerpo de Pedro Vojkovic - a  quien su familia, de origen croata, sigue llamando Petar- fue uno de los 88 identificados el año pasado  tras un minucioso trabajo forense. Y los familiares de esos soldados, cuyos restos hasta hace poco estaban en tumbas donde aparecía la leyenda “Soldado argentino sólo conocido por Dios”, pudieron el lunes, por primera vez, honrar a sus seres queridos en sepulturas identificadas con sus  nombres y apellidos.
En total fueron 10 platenses los que viajaron a las islas, familiares de los soldados recientemente identificados  Carlos Alberto Hornos, Ricardo Herrera,  José Romero,  Néstor González y PedroVojkovic.


Ya de regreso en La Plata, María Vojkovic califica al viaje como “duro emocionalmente y duro por el esfuerzo físico que exigió, sobre todo a las madres de esos soldados que llegaron al cementerio con sus andadores, sus bastones”.


Alejandra González, hermana de Néstor González, un soldado platense que falleció alcanzado por una explosión pocos días antes de que terminara la guerra en la zona de Wireless Ridge, agrega que  el viaje dejó también un sensación de alivio:  “el alivio indiscutible de saber que hay una tumba con su nombre que lo recuerda. Un alivio para compartir con el resto de los familiares”, dice Alejandra González. (Como dato curioso, en la lápida, por un error, González aparece escrito con “s” final  y ahora Alejandra hará que lo corrijan).
La familia de Néstor González lo vio por última vez cuando el joven salió desde el Regimiento 7, donde por entonces cumplía con el servicio militar. Néstor se fue a la guerra dejando atrás su trabajo en un taller de compostura de calzado y su amor por las tradiciones argentinas, que lo había acercado a un centro tradicionalista de Ensenada. El lunes, algunos de los elementos de su atuendo gauchesco fueron colocados en su tumba por sus familiares  durante un viaje que les permitió cerrar otra etapa de su  largo  duelo.


Ceremonias


En un viaje de emociones intensas, los nombres inscriptos en las lápidas ayudaron a cumplir una nueva etapa del prolongado duelo, dicen los familiares, quienes perciben, a su vez, que la sociedad hoy entiende de una manera diferente su dolor.


“El duelo es un proceso que no termina nunca, pero en el que hay muchas cosas que cambian. Hoy tengo la sensación de que la sociedad entiende más nuestro dolor, todo lo que nos pasó”, dice María Vojkovic.


“Malvinas fue y sigue siendo, en cierto modo, un tema tabú. Los familiares pasamos muchas situaciones traumáticas, propias de un país que no estaba preparado para todo lo que pasó. Hoy, las víctimas de una inundación tienen asistencia psicológica por parte del Estado. Hace 36 años, a mi mamá, que perdió un hijo en la guerra, nadie la contuvo”, explica Alejandra González, que integra la Comisión Nacional de Familiares de Caídos en las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur.


El viaje dio lugar a sentidas ceremonias personales. María trajo piedras de la tumba de su hermano guardadas en un frasquito y algo de tierra del cementerio de Darwin. Llevó una típica piedra croata, de color blanco intenso y algo de tierra de City Bell, donde los hermanos se criaron, y los depositó entre las piedras de la sepultura.


“Me hubiera gustado llevar al cementerio las cenizas de nuestros padres, pero eso requería trámites  largos y el viaje se organizó muy rápido”, dijo María.


Según el relato de los familiares platenses que viajaron a las islas, el vuelo desde Ezeiza hasta el aeropuerto de Mount Pleasant, en Malvinas,  duró dos horas y media y fueron rápidos los trámites para ingresar.


Allí los esperaban micros en los que fueron trasladados en tandas los 214 familiares de los 107 caídos recientemente identificados junto a un grupo de funcionarios y colaboradores.
“Estuvimos alrededor de dos horas y media, en medio de  esa geografía adversa. El clima nos favoreció y, aunque hacia mucho frío, estaba soleado y había poco viento”, dice María.
Para la platense, “en ese contexto era imposible abstraerse del dolor de los otros.

Particularmente de las madres, que hicieron un gran esfuerzo físico para llegar hasta allí con sus andadores o bastones después de años de esperar una tumba identificada”.


Para Alejandra González, la reciente identificación de los cuerpos y el viaje de esta semana fue uno de esos momentos en los que “parece que se alinearan los planetas, volvimos con el alivio de saber que ahora hay una cruz que los recuerda con sus nombres y sus apellidos. Y con la esperanza de poder volver al cementerio de Darwin y de que mis hijos puedan visitar, algún día, la tumba de su tíos”.

 

 

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