Ligia María Spina

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Existen pocas vidas más fecundas que aquellas dedicadas a ayudar al prójimo, predicar con el ejemplo y dejar una huella positiva en los tiempos que les toca transitar. La de Ligia María Spina, quien falleció en nuestra ciudad a los 98 años, fue una de ellas: docente de vastísima trayectoria y dirigente comunitaria, fundó no una sino dos entidades solidarias, cuya consolidación y permanencia impulsó con voluntad férrea y compromiso incansable.

Hija de Josefina Cugnet -francesa, fundadora de la primera florería platense- y Rafael Spina -empresario italiano, importador de máquinas de escribir y coser-, nieta de pioneros en la naciente capital provincial, Ligia tuvo como escenario predilecto de su niñez la quinta familiar de 67 y 18, por entonces una zona casi rural.

Tras completar los niveles primario y secundario en el Normal 1, y comenzar a ejercer como maestra a partir de los 17 años, se inscribió en la Universidad Nacional para cursar Letras; de sus claustros egresó como profesora, y casi de inmediato se doctoró.

Enseñó Literatura durante varias décadas en los principales colegios locales, en el secundario de Bellas Artes, en la UNLP y en la incipiente Escuela de Periodismo. Cuando sobrevino el tiempo de jubilarse, resolvió volcar su tiempo a Orientación Para La Joven (OPJ), asociación nacional de apoyo a mujeres de escasos recursos; tras fundar la delegación platense de la institución, creó un hogar de tránsito en la calle 6, a metros de plaza Rocha, para alojar a jóvenes del Interior que quisieran concluir sus estudios primarios, secundarios o universitarios.

Cuando fue designada titular honoraria de OPJ, y delegó algunas funciones, fue por más; inició Ayuda en Acción, una ONG para atender a niños con patologías severas que requirieran alimentación especial y asistencia personalizada para su nutrición.

Casada con Carlos Andrés González Torrontegui -ya fallecido-, unión que fue punto de partida de una frondosa descendencia con la que mantuvo una entrañable relación, de porte distinguido, elegante y culta, con noventa años seguía caminando la Ciudad para entregar en mano las notas de difusión de las entidades con las que colaboraba, y justificaba ese esfuerzo con sencillez: “no lo sé explicar; pero donde veo que hay una necesidad, allá voy... Necesito ir”.

 

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