“Una realidad que golpea lo más profundo del corazón”
Edición Impresa | 1 de Junio de 2018 | 04:06

Nicolás Lamberti
Una calle mejorada, la 140, nos condujo hasta un pasillo fangoso, con agua, musgo y yuyos, que tenía un cartel precario y poco legible en el que pudimos dilucidar, afinando un poco la vista, el número 13 dibujado con pintura negra. En su entrada había un patrullero de la policía de la Provincia, con dos efectivos a bordo, quienes nos indicaron que estábamos en el lugar que buscábamos. Nos aconsejaron usar botas y caminar con cuidado y tras un par de palabras nos adentramos en el monte.
A unos 200 metros nos encontramos con Gustavo, el abuelo paterno de dos de los cinco chicos que fueron encontrados solos en una casa a medio terminar en Punta Lara. Nos invitó a caminar unos 200 metros más hasta que pudimos percibir lo que a las claras era una obra en construcción, sin puertas ni ventanas y con lamparitas colgando de cables pelados.
“Este es el patio donde jugaban los chicos”, dijo Gustavo, mientras señalaba una carpeta de cemento, con zapatillas, juguetes, botellas, charcos y barro, que reflejaban una escenografía propia de una película de terror.
Una escalera de precarios escalones de madera, apenas apoyados contra una de las vigas, nos terminó conduciendo a la habitación. Ahí dormían los cinco chicos, con su madre, con nada más que un colchón y con el viento que se colaba por los cuatro costados.
Gustavo nos aseguraba que ya estaba acostumbrado a caminar por el barro y sabía dónde pisar. Nos encaminamos detrás suyo y cuidando el paso, volvimos por donde llegamos.
Por la misma calle 140, que desemboca en la Costanera caminaba Marcela, la abuela de los niños y esposa de Gustavo. Andando con dificultad, ayudada por una muleta debajo del brazo izquierdo, se dirigía hacia su casa luego de haber vuelto del hospital donde estaba cuidando a sus nietos.
“Yo no hice ninguna denuncia, estuve con los chicos hasta recién, ellos estaban bien y ahora se quedaron con la madre”, dijo.
Luego se sumó a ella su marido y juntos volvieron hacia aquel pasillo fangoso, con agua, musgo y yuyos, que situado en el medio de la nada, conducía directo a la desidia, al abandono y la precariedad. Emprendimos el regreso, llevando con nosotros la postal de una realidad que golpea en lo más profundo del corazón.
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