La muerte de Pelusa avivó el debate en torno a la existencia de los zoológicos
Edición Impresa | 10 de Junio de 2018 | 03:24

NICOLÁS MALDONADO
nmaldonado@eldia.com
La muerte de la elefanta Pelusa, tras cincuenta años de encierro en el Zoológico de La Plata y mientras se intentaba liberarla en un santuario en Brasil, conmocionó sin duda a una buena parte de la comunidad local. Muchos de quienes la asociaban a una infancia feliz de manzanas acarameladas y pochoclo la vieron de pronto como una triste criatura a la que una vida de cautiverio y aislamiento había terminado por consumir. Y esas ultimas fotos suyas, piel y hueso, incapaz ya de ponerse en pie, llevaron ineludiblemente a repensar la relación con los animales y la necesidad de tenerlos como objetos de exhibición.
Prueba de ello fueron las incontables manifestaciones espontáneas que se dieron a lo largo de la semana en la puerta del zoo local: desde rabiosas pintadas con acusaciones de “asesinos” hasta flores y globos negros en señal de duelo y performances para llamar a una toma de consciencia sobre el sufrimiento animal. Y aunque hace más de una década que grupos de activistas por los derechos animales reclaman el cierre de Zoológico, la muerte de Pelusa finalmente lo logró. A mitad de semana la Comuna anunció la decisión de mantenerlo cerrado hasta convertirlo en un “bioparque”, proyecto para el que no existen plazos ni demasiadas precisiones más que la conformación de una comisión de seguimiento multisectorial que establecería los pasos a seguir.
Por supuesto que no se trata de un fenómeno local. De la mano de las redes sociales y la difusión de documentales a través de internet, la conciencia del sufrimiento al que el hombre somete a los animales y la cruzada contra los zoológicos en particular ha venido creciendo en todo el mundo. Y con ella han comenzado a producirse algunos cambios impensables hace apenas unos años atrás. Ejemplo de ello son la decisión del famoso parque de animales marinos SeaWorld de San Diego, que ya no ofrece espectáculos con orcas, la determinación del gobierno de Costa Rica de cerrar en los próximos años todos los zoológicos del país y las concesiones hechas por varios zoológicos de Uruguay al pedido de organizaciones civiles para que leones, tigres y osos sean trasladados a santuarios en el exterior.
La cruzada contra los zoológicos también ha venido sumando conquistas en nuestro país. Luego de que en 2013, la presión de vecinos y entidades ambientalistas llevara a la Comuna de Bahía Blanca a disponer el cierre del zoológico municipal y el traslado sus animales hacia un complejo ecológico, el zoológico mendocino de San Rafael cerró sus puertas al público para dejar de existir, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires convirtió a su tradicional zoo en un ecoparque y numerosos concejos deliberantes han recibido iniciativas en esta dirección.
Nacidos de una concepción victoriana del mundo que anhelaba mostrar el exotismo de la naturaleza en la ciudad, los zoológicos como espectáculos edificantes fueron perdiendo a lo largo el siglo pasado su razón de ser. El desarrollo de la fotografía, el cine, la televisión e internet llevó que cada vez quede más en evidencia lo innecesario de mantener animales salvajes en cautiverio para aprender de ellos y el hecho de que implican una considerable cuota de sufrimiento ajeno, un costo que algunas personas aceptan y otras no.
A la par de esa mayor conciencia, durante los últimos años se han producido además numerosas situaciones que han puesto a los zoológicos en la mira de la sociedad. Es el caso de las denuncias que acusan al zoológico de Luján de drogar a sus leones para que la gente pudiera ingresar a las jaulas a sacarse fotos con ellos y la muerte de numerosos animales por situaciones de abandono, entre ellas la del oso polar del Zoológico porteño a fines de 2012 en medio de una ola de calor.
Lo cierto es que al reforzar la imagen de los zoológicos como instituciones anticuadas, orientadas principalmente al entretenimiento y donde los animales sufren; estos incidentes han llevado a que los balances de los zoológicos tanto en Argentina como en gran parte del mundo no gocen precisamente de buena salud. Y esto, como reconocen algunos defensores de los derechos animales, constituye un serio problema porque desde el momento en que dejen de ser rentables los primeros que pagan el precio son los propios animales al empezar a sufrir recortes la calidad de sus cuidados y alimentación.
Aunque parece claro que el modelo tradicional de los zoológicos ha perdido vigencia y la tendencia marca que los zoos cada vez van a tener menos animales, algunos reconocidos expertos, como el profesor Roberto Vaca, coordinador del Curso de Bienestar Animal de la facultad de Veterinaria de la UNLP, entienden que liberación de los animales que plantean los organizaciones activistas “no es una solución”, dado que “muchos nacieron en cautiverio y no sobrevivirían ni una semana en su ambiente natural”. A su entender “por ahí pasa uno de los grandes problemas que habrá que resolver para avanzar”.
Lo mismo señalan desde la organización ZOOXXI, un referente a nivel mundial en la discusión en torno al futuro de los zoos. “El cierre no es una opción, porque hace que la mayoría de los animales acaben en otros zoológicos o en explotaciones peores. Se calcula que sólo el 5% de los animales tiene algún santuario o reserva donde ir y sólo un pequeño porcentaje de ellos podrían ser reintroducidos en la vida natural”, explican.
En medio de la incertidumbre y las dificultades prácticas que implica reintegrarle a cientos de animales la libertad que se les arrebató, algunos, como los vecinos Autoconvocados por el Cierre del Zoo, tienen una cosa clara: “hasta tanto se encuentre la forma de liberarlos en ambientes naturales donde puedan sobrevivir -afirman- no se los debe seguir condenando a ser meros objetos de exhibición”.
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