Justificada inquietud por la sucesión de femicidios en el año

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Los datos conocidos en las últimas horas sobre la cantidad de femicidios registrados en el país en lo que va del año -van 10 casos en poco más de dos semanas- dejan a la vista que parece no tener fin el flagelo de la violencia contra la mujer y que falta aún dar muchos pasos para lograr una efectiva igualdad de derechos entre ambos géneros. Una mera proyección de esas cifras ofrecería, al fin de los doce meses, números estremecedores y muy superiores a los que se vienen registrando en los últimos años.

La información fue ofrecida por la asociación Casa del Encuentro que, en un trabajo sobre este flagelo en la Argentina que estableció que, en la década de 2008 a 2017, se registraron 2.679 femicidios. La alarma de las cifras suena cada vez más fuerte: en 2018, se computaron 259 casos y, en lo que va de este año, en apenas dos semanas se sumaron 9 crímenes de estas características, al que debió añadirse en los últimos días el asesinato de una oficial de la Policía por parte de su pareja.

Es verdad que también en los últimos años se han sancionado varias leyes destinadas a enfrentar estas situaciones, incorporándose figuras específicas al Código Penal, agravando las penas y perfeccionando la aplicación de nuevas normas que procuran garantizar una mayor seguridad en las potenciales víctimas. Al mismo tiempo, en los cuadros judiciales y administrativos se han creado diversas dependencias destinadas a la mejor defensa de la mujer. Por otra parte, son dignos de mención en esta materia algunos avances culturales de la sociedad. Sin embargo, los distintos tipos delictivos no dejan de cometerse y persisten también situaciones que marcan con elocuencia un grado de discriminación por género, incompatible con las demandas de la época y profundamente injusto. Poder caminar tranquilas por la calle o subirse a los micros sin ser molestadas; o, por ejemplo, no ser denigradas o ridiculizadas en las comisarías, cuando presentan algún tipo de denuncia por actos de violencia de sus parejas, constituyen indicios negativos, basados en el injusto desmedro que sufren las mujeres.

Es entendible, entonces, que con más que fundadas razones, las mujeres argentinas reclamen contra la persistencia genérica de una cultura machista, que impide el ejercicio de una plena soberanía femenina, que las relega de los lugares de decisión y las obliga, también, a sufrir otras desigualdades laborales y salariales. De modo que el problema es integral, no se agota sólo en la ausencia de prevención de la violencia, sino, también, en la existencia de inequidades por cuestiones de género que, como la falta de programas de salud -sanitarios y educativos- las afecta radicalmente.

Si en este contexto hubiera que marcar un dato positivo, es evidente que en la actualidad van desapareciendo muchas de las reticencias que las mujeres guardaban para hacer conocer, llegados los casos, su condición de víctimas. De todas maneras -y sin perjuicio de advertir que el fenómeno de la violencia alcanza hoy a toda la población- persiste como prioritaria la necesidad de revertir cuanto antes las cifras de femicidios y los demás actos lesivos de la condición femenina.

 

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