La monarquía ¿una institución machista?
Edición Impresa | 27 de Enero de 2019 | 07:46

Por VIRGINIA BLONDEAU / Fotos CASAS IMPERIALES
Si contabilizamos los miles de monarcas que han reinado en Europa desde la formación de los estados hasta ahora, veremos que, por abrumadora mayoría, hubo más reyes que reinas.
Se preguntarán ustedes la razón… Y es que las casas reales se rigieron, en su origen, por la ley sálica, un conjunto de disposiciones compendiadas en el siglo V por los juristas de un pueblo conocido como franco-salio, de ahí su nombre.
La ley sálica establece que solo los hombres pueden reinar y, en caso de que el rey en ejercicio no tenga hijos, el heredero será su hermano, sobrino, tío o cualquier pariente lejano masculino, aunque tenga en su haber una docena de hijas mujeres. Hace años que no está vigente en la mayoría de las dinastías reinantes e, incluso en algunos reinos como Inglaterra, se optó siempre por la ley semisálica: en caso de que no exista ningún hijo varón, puede ser heredera una mujer.
Para los puristas, aclaremos que ésta es una interpretación simplista de la ley que rige la sucesión monárquica pero sirve para este análisis.
Es discriminación. Sí, por supuesto. Pero tampoco se puede juzgar con la mirada de estos tiempos, los tiempos pasados.
Sin importar el amor o deseo que una pareja reinante sintiera, hay en la historia verdaderas maratones sexuales para lograr el tan ansiado hijo varón. Y fuertes desilusiones al ver, que parto tras parto nacía una mujer.
A fines del siglo XIX, en el pequeño estado de Luxemburgo, los grandes duques Guillermo y María Ana le pusieron una garra increíble. A pesar de que, para los cánones de la época, se casaron bastante mayores (32, ella y 42, él) pronto se pusieron por la labor. Y fueron consecuentes, pero… de seis embarazos nacieron seis bellas princesas, absolutamente decorativas, pero nada útiles para la sucesión.
Afortunadamente privó el sentido común y, con un Guillermo ya enfermo y una María Ana resignada, cambiaron la ley para permitir que María Adelaida, la primogénita, pudieran reinar.
Los últimos zares de Rusia sufrieron un tormento similar. Nicolás y Alejandra creían que nada podía ocurrirles si garantizaban la continuidad de la dinastía Romanov con un heredero. Pero quiso el destino que, una a una, fueran naciendo niñas que se convertirían en mujeres hermosas, cultas, inteligentes, perfectamente preparadas para ser zarinas por derecho propio. Cuando en el quinto parto llegó el varón ya la suerte del imperio estaba echada y los seis, padres e hijos, más sus sirvientes, fueron asesinados por los revolucionarios. No los hubiera salvado una ley de sucesión diferente pero tal vez sí una evolución democrática.
Claro que acceder al trono, para una mujer, no siempre significó reinar… Todos conocemos, por los libros de historia de la secundaria, a Juana la Loca. ¡Qué triste apodo, pobre Juana! Ella fue la única de los hijos de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, que no murió en la infancia y, por lo tanto, le correspondía heredar. A la muerte de su madre, en 1504, se convirtió en reina de Castilla pero su padre y luego su marido, Felipe, la menospreciaron, la tacharon de demente y se disputaron durante años un trono que a ninguno de los dos correspondía. Juana no tuvo mejor suerte con su hijo, Carlos, quien le arrebató el trono de Aragón y Navarra y la mantuvo encerrada en una torre hasta su muerte. La siempre necesaria revisión histórica pone en duda la locura de Juana y considera su enfermedad una excusa de sus parientes cercanos para manipularla a su antojo. Loca o no, es un caso emblemático del poder masculino. Una mujer que “reinó” durante 50 años la incipiente España unida, pero nunca ejerció el más mínimo poder.
En la Europa de hoy, los estados monárquicos con excepción de España y Mónaco, han modificado las leyes que dan la prevalencia del varón sobre la mujer y el primer hijo que nace es el heredero, sea del sexo que sea. En el Principado de Liechtenstein, tradicional y cerrado, aún rige la ley sálica.
Pero, así como decíamos que no podemos juzgar la historia pasada con ojos actuales, también se nos hace difícil comprender, con nuestra mirada occidental, lo que sucede en la cultura asiática.
En Japón las mujeres están fuera de la sucesión y Naruhito, el que será en meses emperador por abdicación de su padre, sólo tuvo una hija mujer y ninguna posibilidad de que su esposa pudiera volver a concebir. Esta situación tenía dos soluciones: cambiar la ley o instar a su hermano, que ya tenía dos hijas mayores, a volver a entrelazarse con mamaderas y pañales. En pleno debate parlamentario por la ley de sucesión, nació Hisahito, actual heredero de su tío y de su padre. La naturaleza y el empeño de los príncipes fueron mucho más eficientes que los políticos, por lo menos en términos inmediatos.
Es de desear que algún día se retome la ley en éste y todos los estados en los que aún quedan vestigios de discriminación del varón por sobre la mujer.
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