Los Reyes Magos nos dejaron más esperanzas que regalos

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Llegaron los Reyes. Se animaron. Arrumbado, cabizbajo y en silencio, pasó por aquí este trío muy unido que conoció épocas mejores, pero que desde hace tiempo viene acentuando su decadencia. Cruzaron sin pena ni gloria por una tierra que necesita más milagros que nunca. Pero no son los mismos. Han ido resignando presupuesto, encanto y fama. Arrinconados por un fixture ingrato, desgastados por el monopolio celebratorio de Navidad y Año Nuevo, acabaron arribando con ánimo y bolsas flacas a una comarca enojada que recibe más vencimientos que regalos.

El país medio descalzo, con zapatos ilusionados, esperó anoche que los Reyes dejen algo. Y que, cuando peguen la vuelta, también se lleven mucho. Hay tantas ganas de recuperar cosas y tanta necesidad de arrojar lastre, que el inefable trío se la pasó acarreando sorpresas y alivios a lo largo de un territorio que a esta altura precisa más magos que reyes. Confundidos y alicaídos, los argentinos claman por un poco de magia para volver a jugar y creer. Y ofrecen, contra entrega, bolsones ingratos. Año tras año ellos van tomando nota de un mundo que ha ido malgastando inocencia y sueños. Llegaron anoche y acamparon en las afueras, lejos de las cervecerías. La Gendarmería les cuidó el incienso y mirra, porque aquí le pueden robar hasta las jorobas. A la medianoche se largaron a caminar por unas diagonales que no piden chiches, sino más sonrisas y menos miedo. Al amanecer, después de la última entrega, se alejaron más aliviados, pero algo desorientados por los deseos de un país al que le prometen mucho y le dejan poco, pero nunca deja de poner los zapatitos.

Los tres andariegos son los penúltimos habitantes de un mundo de ensueño. Sostienen como pueden su buena fama en esta época de revelaciones y denuncias, cuando sobran reyes sospechosos y bolsos culpables. Los descreídos de siempre conjeturan que no fueron tres, que no se sabe si fueron magos, que se ignora si fueron. Lo cierto es que durante siglos reinaron a su antojo en el almanaque de la infancia. No había Día del Niño ni cumple ni fiesta de graduación a su altura. Barbudos y cansinos nos hicieron creer que bastaba saber pedir para poder tener. Pero de a poco nos fuimos quedando sin reyes y sin sorpresas. Y lo que vino fue peor. Tantos años deseando y esperando, tanto paquetito prometido y retaceado, tan baqueanos estamos en esto de anhelar y no conseguir, que anoche todo el país recicló sus esperanzas para poder revivir un amanecer de enero con olor a juguete y a leyenda. ¿Habrán podido satisfacer tantos pedidos? Quizá, sí. A los Reyes les queda el prestigio de una fama bien ganada en aquellos tiempos, cuando nosotros éramos chicos, éramos mejores y todo lo que le pedíamos a la vida cabía en un estante de juguetería.

Hoy es distinto. Los chicos son más pedigüeños y los padres quieren avivarlos cuanto antes para que sólo deseen lo posible. La Navidad y los Muñecos le ganaron la parada. Lo de la carta ya fue porque los chicos no saben lo que es un cartero. Y lo del pastito y el agua no puede convencer a esta niñez avispada que sólo cree en la mitología de internet. Las sorpresas recibidas esta mañana enseñarán una vez más que una cosa es lo que nos prometen y otra lo que nos entregan. Melchor, Gaspar y Baltazar se cansaron de leer rogativas criollas fuera de escala. Aquí se necesita tanto que el trío en la frontera pidió refuerzos. Queremos que los Reyes traigan mucho y se lleven algo. Que se nos haga en cualquiera de las variantes, es el reclamo repetido. Pero también hay mensajes para que los visitantes no se olviden de arrancar de cada zapatito esa media suela de incertidumbre que tanto nos acompañó en un año con pocos regalos. ¿Qué pidieron los argentinos? La lista es tan grande que los camellos quieren cobrar sobrepeso. Si el trío cumple, entonces las bolsas habrán traído soldaditos para pelear contra el miedo, autitos para dispararle a la malaria y un rompecabezas gigante para armar un país en serio. Pero también dejaremos en la vereda, para que se los lleven bien lejos, esas horas oscuras que cada casa fue acumulando a lo largo de un año con mucho desierto y poco camello.

 

(*) Periodista y crítico de cine

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