Música de cámara con una misión: un concierto para cultivar al público y proteger los espacios
Edición Impresa | 31 de Octubre de 2019 | 05:25

“Formar el público es como formar a un bebedor”, dice, entre risas, el barítono Sebastián Sorarrain, que se presentará con esa misión formativa mañana, desde las 20, junto a la violinista rumana radicada en nuestro país Ana Cristina Tartza y la pianista oriunda de nuestra ciudad María del Carmen Calleja, para presentar un programa dedicado al romanticismo alemán.
Schubert, Wolf (se interpretarán “Cuatro canciones del cancionero italiano”), Clara Wieck-Schumann (este año se cumplen 200 de su nacimiento), Lizt, Schumann y Spohr serán parte del exquisito programa realizado en el marco del Ciclo de Conciertos que se realiza viernes y sábados en el Anexo del Senado de 7 y 49, consolidado hace un par de temporadas y que dedica sus viernes a la música de Cámara.
Un espacio “para proteger”, coinciden los tres artistas, particularmente teniendo en cuenta que “La Plata ha perdido lugares para hacer música”.
“Es importante que cuando se crea un lugar y un público, cuando la gente se habitúa a que un día determinado hay un día artístico, no se pierda: nosotros sabíamos que en el Salón Dorado, cuando teníamos 15 años, todos los sábados había un concierto a la noche, gratis, y venía la gente que venía al Teatro Argentino, al Colón. Y nosotros podíamos acceder a eso”, afirma Calleja, y agrega Tartza que “si no habilitan estos ciclos, los alumnos reciben la información del profesor pero nunca llegan a un concierto”.
“Algunos hacen el esfuerzo de ir a capital”, donde la actividad académica se nuclea, centralizada, hoy, pero, dice la pianista, “cuando uno tiene 14, 15 años, o no te dejan tomarte el colectivo, o no tenés La Plata. Hoy cuesta 400 pesos ir a un espectáculo gratuito en capital, a la Usina, al CCK. Por eso es importante que La Plata conserve los espacios que se abren, que no se algo que aparece y después se muere”.
Schubert, Wolf, Wieck-Schumann, Lizt, Schumann y Spohr son parte del programa
En la Ciudad, revelan los artistas con varias décadas de trayectoria en el medio, hubo históricamente una gran actividad ligada al mundo clásico y a los coros, pero “en algún momento se cerraron”, se lamenta Sorarrain. “Vinieron los 90 y La Plata perdió muchísima vida cultural”. El histórico ciclo del Salón Dorado se mudó al Pasaje, regresando con timidez según la voluntad de cada gestión, y cerraría más adelante la Orquesta de Cámara Municipal, un vacío agudizado por la falta de actividad en el Teatro Argentino, que sigue en actividad aún sin su sala principal, pero que a menudo llevó sus conciertos a la capital federal, “y no es la idea”, dice Tartza, concertino adjunto de la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata.
Esto repercutió en la audiencia y en las nuevas generaciones de potenciales músicos: en una ciudad de una gran historia coral, de repente, en la tradicional Cantoría Ars Nova de repente no había gente, cuenta el barítono.
“Es que si no está el público preparado para este tipo de música, se pierde. Y no naturalmente, no es una mutación de la sociedad, es la desidia”, opina la voz formada en el Gilardo Gilardi y el Colón. “Los 90 drenaron la oferta de música académica, y entonces mermó la demanda”, dice: no hay espectáculos, entonces no hay público, entonces no hay aspirantes. “Es como el perro que se muerde la cola”.
“En La Plata hay un público latente pero hay que volver a capturarlo. El desafío es no dejar morir lo que hay y recuperar el público a través del hacer”, agrega el barítono, y la violinista rumana suma que la “misión” es “cultivar el público del mañana”.
“Cultivar” aparece en el debate como la palabra clave: porque “la música clásica”, baja los conceptos a la tierra Sorarrain, “es como darle fernet a un chico. O el mate: al principio le va a parecer asqueroso”.
“Parecía medicamento”, accede Tartza entre risas. “Son gustos adquiridos: necesita de educación, darle la oportunidad: no hay que ser marciano o tener un doctorado en Harvard para apreciar la música, simplemente no tenés que tener prejuicio de que te vas a aburrir”, agrega el barítono.
Ese un desafío para las instituciones, para el Estado, que a menudo consideran la música académica, sin embargo, como un lujo elitista. “Es increíble como las manifestaciones de la alta cultura están bombardeadas de prejuicio”, se queja Sorarrain. “Esto es elitista en tanto y en cuanto si te doy de comer salchicas todos los días, no puedo pretender que vos tengas un paladar desarrollado. Hay que abrir la puerta, y después el público elige si le gusta más Axel. Pero todo el mundo tiene que tener la posibilidad en algún momento de su formación de acceder a esto”.
El nombre de Axel no surge de manera gratuita. A raíz de la denuncia de acoso, Calleja leyó cuánto le pagaba una municipalidad cordobesa para realizar un show abierto: 900 mil pesos. “Nosotros con 100 mil te armamos siete ciclos de música de cámara”, lanza.
“Se utiliza la excusa del gasto” que significa fomentar las instituciones y espacios de música académica, agrega, “para cortar el acceso a la alta cultura, a las expresiones más altas que ha dado la música occidental”: en comparación con lo que cobran artistas “con prensa”, con “un sistema que apoyan artistas de muy baja calidad musical, me atrevo a decirlo, porque a mi me encanta el tango y el folclore, pero no estamos hablando de Mercedes Sosa o Mederos”, sigue Calleja, “nosotros somos muy baratos: lo que me pagan en la Usina lo gano con dos alumnos en casa. No hacemos conciertos porque vivamos de eso. Lo hacemos porque es algo que nos define, es una misión para nosotros y para quien nos escucha”.
“Tenemos que cubrir ese vacío: la gente está expuesta en tanta violencia incluso en la música, las cosas que se escuchan son escalofriantes, pensar que chicos están expuestos a eso…”, cierra Tartza. “Entonces, sentimos también esa misión, de intentar equilibrar la balanza”.
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