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Séptimo Día |“QUEMÉ LAS NAVES PARA SER ARTISTA”

César Paternosto, profeta en su tierra

Un pintor platense consagrado en el mundo. Su exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes. Reside en Sevilla y antes vivió en Nueva York. La influencia en su obra del diagrama geométrico de La Plata

César Paternosto, profeta en su tierra

César Paternosto

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

17 de Noviembre de 2019 | 06:11
Edición impresa

“La Plata es una ciudad geométrica, sí. Un damero equilibrado y racional. Y eso debe haber influido en mi obra. En última instancia el acto creador del arte abstracto, sobre todo, parte del inconsciente. Así que, por definición, uno no puede saberlo. Pero, sobre todo en estos últimos tiempos, en que insisto obstinadamente en la retícula como el grado de cero de la abstracción, pienso que si uno desde niño aprende a orientarse en una ciudad/damero, con las alternativas de las diagonales a 45 grados, eso ha debido crear una fuerte predisposición hacia un arte de estructuración geométrica. Recuerdo que de niños, tendríamos 11 o 12 años, una vez nos desafiamos a rodear en bicicleta toda la ciudad por el camino de circunvalación. Así “abrazamos” el cuadrado de la ciudad y que, de hecho, hoy es el formato de las telas sobre las que pinto, casi sin excepción”.

Quien habla así es César Paternosto (1931), cuya obra principal –unos cuarenta cuadros que resumen una suerte de antología de su trayectoria artística- se exhiben estos días en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Nacido en La Plata, alumno de la Anexa y del Nacional, graduado en la facultad de Derecho de la UNLP, se recibió de abogado y trabajó como tal en la Fiscalía de Estado bonaerense hasta que en la década del 60 –tal como él lo dice- se quitó el traje, se puso los vaqueros y nunca más se los quitó, por cuanto se dedicó por entero a la pintura. Fue integrante habitual de la movida del Di Tella y en 1967 decidió jugar en las grandes ligas del arte, de modo que se fue a Nueva York.

Dos años después se empezó a hacer conocer en el mundo, cuando decidió pintar sobre los bordes del bastidor, dejando blanca la tela frontal. Y se convirtió en lo que es hoy, un referente mundial de la escuela geométrica. Ahora, ya residente en Segovia (España) desde 2004, su obra se encuentra incluida en colecciones como el MoMA, el Guggenheim y la Fundación Ford en Nueva York; el Museo de Bellas Artes de Boston; el Reina Sofía, el Thyseen-Bornemisza y la Colección Norman Foster en Madrid; la Colección Patricia Phelps Cisneros y Ella Fontanals-Cisneros en Venezuela; el Bellas Artes (MNBA), el Malba y Moderno en Buenos Aires.

Durante la charla Paternosto muestra que no se olvida de sus orígenes platenses. Vendrá en los próximos días a visitar su primitiva –y aún muy vanguardista- casa de City Bell, construida en el “barrio de los pintores”. A esa vivienda de diseño muy singular, ubicada a la vera del arroyo ex Venecia (hoy Rodríguez), que recorrerá estos dìas junto al director del Museo Nacional de Bellas Artes, Andrés Duprat, se la conoce ya en el universo de la arquitectura como “la casa-Paternosto.

EL ARQUERO DE CITY BELL

También recuerda los fogosos partidos de fútbol que jugó como arquero en un equipo de amigos de City Bell, en los muy disputados torneos que se realizaban en la “curva de Gonnet”, frente a la República de los Niños. Alguno de sus ex coequipier lo recordó estos días “como un excelente guardavallas atajador, rápido de reflejos”. Además, Paternosto se confiesa hincha “eterno” de Estudiantes.

En un artículo titulado “La mirada en fuga hacia los bordes”, hace pocos días escribió en Clarín el especialista Gabriel Palumbo: “El resultado pictórico de estas reflexiones constituye el cuerpo de obra más importante de Paternosto, contenido en su propuesta de visión oblicua que comienza a experimentar a mediados de los años 60”.

“La idea del artista conmueve la bidimensionalidad del arte de caballete y lleva el punto máximo de atención a los bordes. La superficie pintada se desplaza del centro y toma los bordes de los extremos exteriores de los bastidores. Esto genera en el espectador la necesidad de reenfocar su mirada y llevarla lejos de la comodidad habitual. Tal vez este movimiento sea el que hace que el creador se sienta más a gusto con denominar su acción como de visión ambulatoria en lugar de oblicua. Lo que genera la posibilidad de comprender al objeto en forma completa es, en definitiva, la participación del observador desplazándose hasta lo inicialmente marginal. Este gesto sugiere, al mismo tiempo, un desplazamiento del marco general y canónico de la cultura occidental”.

-Este reconocimiento que se le hace en el país vendría un poco a desmentir el dicho de que “nadie es profeta en su propia tierra” ¿Cómo se siente ahora que su obra encontró una suerte de consagración en el Museo Nacional de Bellas Artes y, al mismo tiempo, es entrevistado por los principales medios periodísticos del país?

-La verdad es que no sé si me siento profeta en mi tierra... En este preciso momento sí; pero tuve que esperar casi una vida para este reconocimiento. Sé también que nunca se me ignoró en las historias del arte, pero mis apariciones esporádicas para exponer en el país me transformaban en un semi-ausente para la dirigencia cultural. Sólo ha sido Andrés Duprat, el actual Director del Museo el que me fue a buscar, por así decirlo.

-¿Qué es lo que más recuerda de su vida “pre-pictórica”? ¿Su condición de abogado? Su amor al fútbol? ¿Qué es lo que más valora de La Plata?

-El otro día me encontré con Rafael Oteriño, que había entrado a trabajar en la Fiscalía de Estado cuando yo ya estaba en el área de derecho administrativo y rememoramos aquellos años. Pero hoy, ya viejo y con casi cuarenta años de la intensidad de la vida en Nueva York a mis espaldas y ya 15 años de la placidez de mi vida de Segovia, en España, lo que mis recuerdos más valoran son el prestigio de su Universidad y el Museo. Y, claro, ¿por qué no? Mi imperecedera pasión por el rojo y blanco de Estudiantes.

- ¿En qué momento decidió dedicarse por entero a la pintura? ¿Recuerda ese instante o la decisión fue resultado de un proceso interno que duró algún tiempo?

-Fue un proceso interno que llevó tiempo. Yo nací con la capacidad de dar forma, de dibujar, así como otros que nacen con oído musical. Hacia los 11 años aprendí a pintar al óleo por mi cuenta, viendo cómo lo hacía un amiguito vecino. Los profesores de dibujo me ponían las mejores notas, pero ninguno me estimuló a seguir la carrera de Bellas Artes. Y así derivé a la Facultad de Derecho. Hacia los 25 años, por la mitad de la carrera entré en crisis: tuve la evidencia que eso no era lo mío. Y recordé que yo pintaba... Así fue que comencé a tomar lecciones con el “Negro” Mieri, el comienzo también de una profunda amistad. Y luego juntos concurríamos a las clases de Héctor Cartier, un carismático personaje que fue crucial en mi vida. Sus enseñanzas me hicieron tomar conciencia de que lo único que podía hacer con mi vida era dedicarme al arte. Para eso había nacido. Y, por otra parte, me convenció, con gran sagacidad, de que terminara la carrera de abogacía, que no desperdiciara todos eso años de estudio.

¿Para convertirse en artista debió quemar las naves, entonces, como el conquistador Hernán Cortés?

-Sí, efectivamente quemé las naves cuando me fui a Nueva York. Cuando llegué me puse los vaqueros y nunca más me los quité.

¿Cuál podría ser su mensaje esencial sobre su pintura? ¿Qué es lo que quiso transmitir?

-No es fácil responder a una pregunta así. Haría falta un ensayo. Pero creo que podría ser esto: llevar al espectador a un momento de contemplación, de silencio. Un espacio que se aparte del abrumador ruido visual que nos rodea en la sociedad de hoy.

¿Cuáles son los pintores extranjeros preferidos por usted?. ¿Cuáles los argentinos?

-Extranjeros: Paul Klee, Piet Mondrian, el americano Barnett Newman y el uruguayo Torres García han sido tremendamente importantes en mi evolución. De los argentinos rescato a Alejandro Puente, Fernando Maza, Roberto Aizenberg y a Jorge R.Mieri, aunque este último expusiera su obra tan pocas veces. Al principio, cuando yo era un burro, Mieri me enseñó lo básico y me orientó hacia el arte moderno.

¿Cuál fue a lo largo de su carrera la evolución principal de su pintura? ¿De qué conceptos partió y cuales siente que llegó?

-Decididamente cuando, ya en Nueva York, en 1969, dejé el plano frontal del cuadro vacío, pintado de blanco y llevé las áreas de color a los costados. Así provocaba una lectura inédita de la pintura, color-vacío-color; el espectador/a tiene que recorrer toda la obra (frente y costados) para absorberla.

¿Tiene o tuvo amigos en la pintura? ¿Sintió alguna vez el recelo de los colegas y la incomprensión de los críticos?

-Ya lo he mencionado a Mieri. Con Alejandro Puente hicimos varias exposiciones juntos en Buenos Aires. Como decíamos era un “movimiento de dos...”. Y, ya en Nueva York, con Fernando Maza compartimos un loft en años de lucha en ese medio tan difícil. Y sí, decididamente he sentido el recelo de colegas, algo que es humanamente comprensible. Es peor la incomprensión de los críticos; aunque peor aun es la ceguera de los curadores, esos personajes que en la actual avalancha de “arte” deciden qué es (supuestamente) importante o no.

¿Algún escritor influyó en su pintura?

-Muy al principio la poesía de César Vallejo. Que, obviamente, no he dejado de admirar.

 

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César Paternosto

“Sin título”, 1966. Óleo sobre aglomerado, 60 cm de diámetro. Colección privada.

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