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Opinión |Editorial

Las picadas, un peligro y una burla al poder público

Las picadas, un peligro y una burla al poder público
26 de Noviembre de 2019 | 03:43
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Que varias de las últimas administraciones municipales de La Plata no hayan podido frenar el fenómeno de las ruidosas y peligrosas picadas que personas desaprensivas realizan con diferentes tipos de vehículos –autos, camionetas y motocicletas- constituye una omisión indisculpable por parte del poder público, en una ciudad que, como la nuestra, bate récords en materia de víctimas fatales y heridos en accidentes de tránsito.

La situación se volvió a replantear en la zona del Bosque, en donde hace pocos días un joven motociclista perdió la vida en un choque con un automóvil, investigándose ahora desde la Justicia si el conductor de este último participaba de una picada.

Tal como se reseñó en la edición de ayer, inspectores de Control Ciudadano de la Comuna fueron apostados en las últimas jornadas en algunos de los accesos al Bosque con puestos de control vial, con el propósito de “ponerle freno” a las carreras ilegales de autos y motos. A su vez, los vecinos del Bosque no dejaron de señalar que el problema de las picadas viene presentándose desde hace mucho tiempo y que, en los últimos dos meses, se incrementó más.

Asimismo, detallaron que las picadas son comunes en las calles internas del Bosque y que, también desde hace tiempo, los corredores informales usan como pistas algunos tramos de la avenida 1 y distintas cuadras cercanas de las calle 2 y de las avenidas 51 y 53. Se habla, como puede verse, de sectores cercanos a hospitales, a muchas escuelas y colegios, al ministerio de Seguridad y a la Casa de Gobierno, entre otros lugares de significación, además de ser un barrio densamente poblado.

Han sido múltiples los escenarios utilizados para realizar picadas, desde avenidas de la periferia como la 520, la 44 o la diagonal 74, hasta calles del microcentro, habiéndose concretado ese tipo de competencias en plena calle 8. Ello se tradujo en que los vehículos, además, no respetaron el mandato de los semáforos y, mucho menos, la prioridad de paso de los peatones ni los máximos de velocidad permitidos. Sólo por imperio de alguna suerte de milagro, no sucedió en esas cuadras algún accidente grave.

No hace mucho se alcanzaron a realizar picadas de motos en la zona de plaza Moreno, por la calle 54 desde la 14 hasta la avenida 7. Pero también se usaba a la avenida 53 en cercanías del palacio municipal, pese a los operativos que desde la Municipalidad aseguraban que se desplegaban.

De lo que se trata, tal como se dijo muchas veces en esta columna, es de que el accionar de los organismos públicos -policiales y municipales- se concrete en forma sostenida, hasta que se logre la definitiva erradicación de estas actitudes antisociales, sin que resulte burlado de manera tan evidente el poder público.

Debe tenerse en cuenta que aquí no se habla en absoluto del comportamiento habitual de conductores de automovilistas y motociclistas, sino de un grupo de ellos -nutrido, por cierto- que se reúne por las noches y recorren, juntos y a altísimas velocidades, sin respetar ninguna ley ni principio de convivencia determinadas zonas urbanas, cometiendo a su paso desmanes con quien se les cruce y con todo lo que encuentren en el camino.

En cada oportunidad en la que se tocan temas referidos al tránsito, los especialistas llegan a dos coincidentes conclusiones. Por un lado, a la necesidad de sancionar con toda la severidad posible a quienes infrinjan las normas; y por el otro, a que se impartan en la población sólidos principios educativos, que apunten a la importancia de respetar las leyes para que en las calles reine el orden y no la anarquía. Y a comprender, de una manera cabal, que los espacios públicos no existen para darles usos particulares, sino para que formen parte de la propiedad común de todos los habitantes.

 

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