Golpes bajos que pegan duro
Edición Impresa | 7 de Febrero de 2019 | 03:19

Por JUAN PABLO COSTA
Cuando uno debe enfrentar la muerte de un hijo el dolor se multiplica. Y no hace falta vivirlo en carne propia para darse cuenta el golpe durísimo que puede dar la vida con semejante pérdida.
Intentando entrevistar en la mañana de ayer a Min, el papá de Lucas, a uno que es padre se le erizaba la piel. Contener las lágrimas se tornaba una tarea casi imposible de lograr cuando enfrente un hombre se paraba destruido intentando explicar lo inexplicable al tiempo que explotaba en llanto. Un hombre rodeado de micrófonos que acababa de perder a su hijo por lo que, se presupone, fue un descuido por parte de quienes depositó toda su confianza para que cuidaran a uno de sus tesoros más preciados: Luquitas.
La escena desgarradora de ver cómo las lágrimas saltaban de los ojos de Min, cuando apenas intentaba pedir justicia en la puerta de su supermercado, le parten el alma a cualquier mortal. Imposible ponerse en su lugar. Imposible imaginar levantarse y siquiera pensar que a tu hijo no lo verás más en tu vida.
A veces la profesión que uno elige y ejerce con pasión juega una mala pasada y da un golpe bajo. Muy bajo. Mientras escribo estas líneas sólo pienso en que la jornada laboral termine y llegar a casa para besar y abrazar a cada uno de mis tres tesoros. Porque es imposible no ponerse en la piel de ese padre devastado y pensar que también la tragedia puede golpear a nuestra puerta sin que la estemos esperando.
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