El dinero, siempre el dinero

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Por SERGIO SINAY

sergiosinay@gmail.com

El dinero es un objeto inanimado que nosotros hemos construido y que no tiene más poder o autoridad que los que nosotros le asignamos. Esta convicción acompaña desde hace cuarenta años a Lynne Twist, activista en temas sociales, que ha impulsado vigorosas campañas contra el hambre y la pobreza en todo el mundo. Twist trabajó en Calcuta con la Madre Teresa, en los campos de refugiados en Etiopía y también en el Amazonas, luchando contra la deforestación. Su relación con personas de toda condición social, económica y cultural a lo largo y ancho del planeta le dio una enorme y profunda experiencia acerca de cómo nos relacionamos los humanos con el dinero. De ahí nació su libro “El alma del dinero”, un clásico en el tema, y más tarde The Soul of Money Institute, con base en California, organismo que centra sus actividades en talleres, campañas, conferencias y todo tipo de eventos vinculados con la comprensión del papel del dinero en nuestras vidas y de su utilización como medio para mejorar el mundo a través de la justicia social, la educación, la eliminación del hambre, y la ecología.

Lynne Twist ve una similitud entre el dinero y el agua. Cuando el agua se mueve y fluye, explica, limpia, purifica, nutre y reverdece las cosas, haciéndolas crecer. Cuando se aquieta y estanca, embarra todo, se pudre y contamina. Cuando el dinero escasea o tenemos dificultades para administrarlo en nuestra vida y de orientarlo hacia metas importantes y trascendentes, vemos todo a través de un agua turbia.

EL BARRIL SIN FONDO

Que el dinero fluya significa que no se convierta en un fin. Cuando esto ocurre, se instalan la ansiedad, la inquietud el miedo. Porque si el dinero se convierte en fin o meta en la vida de una persona, ¿cuánto será suficiente para considerar que ese fin se ha logrado? No hay una cifra que pueda responder a esta pregunta. Por mucho que se tenga, siempre faltará. Siempre habrá más dinero circulando por ahí. Lograr la meta es tenerlo todo, pero no hay genio de la lámpara que pueda prometerle a alguien todo el dinero del mundo y cumplir. Por otra parte, cuanto más se tiene más se teme perder. Y esa misma sensación de pérdida aparece cuando se deja de ganar o de acumular, aunque ya no alcance una vida para gastar (ni siquiera invertir, simplemente gastar o derrochar) lo acopiado. Aquello de que el dinero no trae la felicidad, pero calma los nervios, no siempre es así. Puede, y suele, ocurrir lo contrario. El acumulador voraz empieza a sospechar, a temer, a hacer de cada relación un cálculo, de cada vínculo (aun los más íntimos) una transacción, desarrolla síntomas patológicos. Harpagón, protagonista de la obra “El avaro”, de Moliére, gran dramaturgo francés del siglo XVII, es una extraordinaria e impiadosa radiografía de ese tipo de personalidad, que a menudo podemos encontrar en todos los tiempos y las sociedades.

Como suele ocurrir con casi todo, el dinero provoca sufrimiento y tragedias tanto por exceso como por carencia. Y también como sucede con tantas cosas (el oro, el diamante, el poder, la autoridad entre otras), su valor y su significado no existen por sí mismos sino a partir de aquello que le asignamos como símbolo. ¿Por qué otro motivo, si no, un rectángulo de papel impreso en tinta violeta vale 100 pesos y otro rectángulo del mismo tamaño e impreso en el mismo color, que es anuncio de un delivery, puede ser arrojado al primer cesto de papeles sin el menor miramiento? La explicación es que existe un acuerdo social tácito por el cual aceptamos darle aquel valor simbólico al primer papel, al que llamamos billete. Ese billete vale en nuestro país y actúa, como lo hacen todos los billetes, como un medio de intercambio, de comunicación, de estratificación social, de retribución y también de enfrentamientos y conflictos. Entre nosotros le llamamos peso. Pero si lo sustituyéramos por una rupia (billete de la India) perdería todos sus efectos, del mismo modo en que el peso no los tendría en Nueva Delhi.

EL TRUCO FATAL

Sin embargo, no todo el dinero es billete. Como señala la periodista y ensayista francesa Christiane Collange en “El dinero nuestro de cada día”, aquel se ha vuelto polimorfo, al punto en que puede estar presente bajo diferentes trajes. Tarjetas de crédito y débito, transferencias electrónicas, dinero virtual. Esto pareciera facilitar su uso, pero a la larga termina dificultando su administración y control. La ausencia del billete físico en la mayoría de nuestras transacciones actuales crea en muchas personas la ilusión de que este no es necesario y de que las tarjetas no tienen fondo. La cruel y dramática desmentida suele llegar cada fin de mes en forma de facturas o resúmenes.

Detrás de ese truco están los bancos, como lo explica Ann Pettifor, economista sudafricana radicada en Londres y asesora principal del partido Laborista, en su libro, “La producción del dinero”. Aun cuando un gobierno decida restringir la emisión de billetes y creer de manera ilusoria que así combate fenómenos como la inflación (una repetida mala praxis que los argentinos sufrimos en carne propia), hay una emisión oculta pero real que, en definitiva, es la que prima. La producen los bancos, muestra Pettifor, a través de créditos, préstamos, tarjetas, comisiones y demás herramientas con las que exprimen a los ciudadanos de a pie y a pequeños empresarios, profesionales, emprendedores y comerciantes sin que estos alcancen a leer ni comprender jamás la indescifrable letra chica.

El dinero y el crédito no son producto de la actividad económica, como se suele creer, señala esta economista. Es al revés. Hay actividad económica cuando hay dinero y crédito. Por ese motivo no debería escasear a la hora de combatir azotes como la pobreza, la desigualdad o el hambre, ni para desarrollar la educación y la cultura y atender la salud. Pero para que el dinero no sea simplemente una fuente de acumulación de riquezas brutalmente desparejas generadas sin control ni regulaciones jurídicas y morales, su producción y administración no pueden estar en manos de un sistema financiero cada vez más anónimo, más desregulado y más rapaz, sino que debieran ser herramientas estatales en la realización de políticas que tengan como propósito el bien común, es decir la razón de ser de la política desde su nacimiento.

Volvemos al punto en el cual importa dilucidar si el dinero es un medio o un fin. Como fin existe el peligro cierto de que termine justificando los medios. Es decir que, si lo más importante es el dinero, todo lo demás resulta subsidiario y vale lo que sea para obtenerlo. Si es un medio, será ennoblecido por sus propósitos siempre que estos converjan en un fin superior y trascendente. “Es galán, y es como un oro/ Tiene quebrado el color, / Persona de gran valor, / Tan Cristiano como Moro./ Pues que da y quita el decoro / Y quebranta cualquier fuero,/ Poderoso Caballero / Es don Dinero”. Esto escribía el gran Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) en su poema satírico “Poderoso caballero es Don Dinero”. Poderoso, sí. Aunque no necesariamente sucio ni indigno. No lo es de por sí. Ocurre que hay demasiadas formas sucias, corruptas e indignas de obtenerlo. Y esto lleva a otro tema, que merece un tomo aparte: la relación entre dinero y valores personales. Cuestión reservada a la conciencia de cada persona.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

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