Doxología en la Misa
Edición Impresa | 26 de Mayo de 2019 | 07:51

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Queridos hermanos y hermanas.
La doxología son las “palabras de alabanza”, manifestadas en una fórmula sublime con la que se cierra la Plegaria Eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. Es cantada o proclamada solemnemente por el sacerdote que preside mientras eleva la patena y el cáliz con las sagradas especies.
Toda la celebración de la Misa es una gran acción de gracias dirigida a la Santísima Trinidad, pero esta doxología final resume y concentra la totalidad de la alabanza. Es un rito de suma importancia y expresividad. La afirmación de Jesús Mediador entre Dios y los seres humanos es rotunda. La Asamblea responde con un entusiasta, vibrante y contundente “Amén”, preferentemente cantado. Es el ‘Amén’ más solemne de la Misa. San Jerónimo afirma que, en su tiempo, esa aclamación solemne del Amén resonaba como un fuerte trueno que hacía temblar a los templos paganos. En el siglo III se lo consideraba un señalado privilegio del Pueblo fiel. San Agustín dice que cantar ‘Amén’ es hacer propio, suscribir, rubricar.
Esta es la elevación propiamente dicha del Cuerpo y de la Sangre del Salvador del mundo, por Quien se eleva a Dios-Padre toda la alabanza que le rinde la humanidad.
Como toda la Liturgia, la aclamación gozosa del “Amén” tiene un sentido existencial. No es una respuesta musitada por los labios, sino que tiene un valor de adhesión al misterio que se celebra
Como toda la Liturgia, la aclamación gozosa del ‘Amén’ tiene un sentido existencial. No es, por cierto, una mera respuesta musitada por los labios, sino que tiene un valor de adhesión comprometida al misterio que se celebra.
En este gesto culminante se encuentran simbolizados la historia del mundo y su último destino. Todo lo creado es obra misericordiosa de Dios, es fruto del Amor de Dios. Por esta historia del mundo, en la que se encuentra incrustada nuestra propia historia personal, damos gloria al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.
La doxología final de la Anáfora o Plegaria Eucarística es propia, única y exclusivamente, del Obispo o del Presbítero, tanto del que preside la Asamblea como de los Concelebrantes.
“La doxología final del Canon tiene una importancia fundamental en la celebración eucarística. Expresa en cierto modo el culmen del Misterio de la fe, del núcleo central del sacrificio eucarístico, que se realiza en el momento en que, con la fuerza del Espíritu Santo, llevamos a cabo la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, como hizo Él mismo por primera vez en el Cenáculo. Cuando la gran plegaria eucarística llega a su culmen, la Iglesia, precisamente entonces, en la persona del ministro ordenado, dirige al Padre estas palabras: ‘Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria’. Sacrificio de alabanza.” (San Juan Pablo II, Jueves Santo de 1999).
La vida de cada cristiano, que vive su fe como una realidad prioritaria de su paso por este mundo, debería ser una doxología constante, gozosa, ininterrumpida. Vivir dando gloria a Dios, siempre y en todo. Vivir en el gozo de reconocerse un hijo amado de Dios y tener la necesidad de expresar su gratitud y alabanza. Vivir en una respuesta constante al Amor de Dios, que “nos amó primero” (1 Jn 4, 19) y esperar el llamado de Dios a ingresar para siempre en su Gloria.
Dios nos conceda ser un ‘Amén’ existencial a su Voluntad y que, en cada celebración de la Misa, lo actualicemos en la fidelidad.
(*) Monseñor
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