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Opinión |El apagón interminable

Rebusques en medio de la oscuridad

Rebusques en medio de la oscuridad
27 de Junio de 2019 | 01:41
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M.O.

Haber dejado de fumar hace veinte años tiene sus ventajas, pero el problema es que cuando llega el corte de luz uno ya no cuenta con fósforos o encendedores a mano. De modo que hay que caminar a tientas en la noche cerrada del hogar, chocar contra sillas o la mesita ratona y finalmente, en la cocina, tantear hasta encontrar la caja salvadora de los tres patitos.

Pero, como el anterior apagón -el de Yaciretá- había sido tan sólo ocho días antes, casi no quedaban velas en la casa y ya el sábado hubo que revisar cajones hasta encontrar una. Las linternas también estaban agotadas, vino el domingo, jugaba Messi y a lo mejor la luz volvía. Pero no volvió ese domingo a la Zona Norte, ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles. Para resolver el problema televisivo -es decir, evitar el ayuno de Messi- hubo que tomar contacto con un familiar que, a seis kilómetros de distancia, tenía servicio eléctrico y por consiguiente vivía en el XXI.

El viaje por ese City Bell apagado se hizo tenebroso, hasta que en Los Porteños brillaban los LED y se gozó con el triunfo contra Qatar. “Quédense a dormir acá…”, fue la generosa oferta que uno y su mujer desestimaron porque “la luz va a volver pronto...”. La vuelta al barrio fue para valientes. Los vecinos linderos, Gregorio y su familia, enfrentaban problemas lóbregos: no podían ingresar en su casa porque tenían puerta y portón eléctricos. No había forma de abrirlos.

Se analizó la cuestión. Llegaron otros vecinos con linternas. Uno de ellos preguntó si la casa de Gregorio tenía medianeras altas al fondo. “No tan altas”, se le contestó. Así que ingresaron al hogar lindero con una escalera de madera de doble hoja. Una de las patas en la casa vecina y la otra en la de Gregorio que, junto a su mujer y a su pequeño hijo, escalaron y así pudieron entrar en su casa. La rutina propia de andinistas, se repite desde entonces.

Los que cuentan con pileta de natación ofrecían al vecindario que ingresaran con baldes y así, aunque estuviera un poco sucia, podían usarla en los baños. Ni hablar de bañarse. La ropa sucia hay que guardarla hasta mejor ocasión. Se cocinó con agua de bidones y se abusó del sandwicherío. Sin luz hubo que cargar los celulares en otra localidad. Carecer de computadoras y de Internet también se parece notablemente a un calvario. Es como caerse del mundo.

Doña Mónica instaló en su vivienda hace tres años una silla movida a electricidad para subir y bajar del primer piso. De esas que van enganchadas a un riel atornillado a la baranda. Durante cuatro días se salvó con la presencia programada de un hijo y dos sobrinos forzudos que la subieron y bajaron mediante el pretérito método de la sillita de oro.

A dos cuadras vive Libertad que necesita usar una mochila de oxígeno y que se vio obligada a mudarse a la casa de un familiar en La Plata.

Se incrementó, claro, la imaginería vecinal. En cada vivienda a oscuras anidaba un inventor, un creador de alternativas. De noche, por ejemplo, muchos dejaron sus autos estacionados frente a los garajes: “es para que los ladrones se notifiquen de que hay gente en casa”. Cualquier persona caminando en esas calles de negrura adquiría calidad de potencial Jack el Destripador. Y el pobre Jack, en realidad, iría también aterrado en esas noches ideadas para perros cimarrones.

Con algunas velas los de menos recursos, con linternas y lámparas a batería modernas los más acomodados, sin una gota de agua en 96 horas, con remedios y alimentos arruinados en heladeras muertas , con personas que sufren distintos tipos de parálisis y no cuentan con elevadores, con adultos mayores electrodependientes, que necesitan respiradores, aparatos para inhalar o nebulizadores, todo apagado, como si la Zona Norte hubiera retrocedido de golpe dos siglos.

“Hombre sin noticias, mundo a oscuras”, el dicho es sugestivamente certero en este caso. A medida que pasaron las horas, fue creciendo no sólo el temor por posibles hechos de inseguridad.

Finalmente, ayer a media tarde, volvió la luz. El cable causante del desastre fue reparado. Por si acaso, mantedremos las velas encendidas, y los ruegos, tambien.

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