Comunión Eucarística

Edición Impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN (*)

Queridos hermanos y hermanas.

El saludo de la paz es optativo, pero si se hace bebe ser un breve gesto litúrgico como expresión de caridad y en preparación a la Comunión sacramental o espiritual.

“La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el Sacrificio de la Cruz, y el banquete sagrado de la Comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del Sacrificio Eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la Comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1382).

Cuando cada uno de los cristianos que vivieron toda la celebración de la Misa y que reúnen las condiciones para participar activamente de la sagrada Comunión, se acerca al altar y recibe el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, realmente presentes bajo las apariencias del Pan, son transformado en el mismo a Quien reciben: son cristificados. En el caso, desgraciado, que comulguen sin saber lo que hacen o lo hagan cargando pecados que no confesaron y no fueron perdonados en el sacramento de la Reconciliación, arriesgan un grave sacrilegio y aún su propia condenación. En efecto, dice san Pablo: “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este Pan y beber esta Copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 28-29).

“Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este Pan y beber esta Copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación”. (1 Cor 11, 28-29)

 

La Comunión del sacerdote celebrante es parte integrante y necesaria del Sacrificio de la Misa. En la actualización del Misterio Pascual de Jesús, los fieles de la Asamblea son invitados a participar en la Comunión: ello es de suma conveniencia para cada uno y, al mismo tiempo, una riqueza para toda la Iglesia y para la humanidad. Más todavía: esa Comunión es condición de vida o muerte espiritual, ya que Jesús afirma: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes… Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 53 y 57).

Habitualmente la Comunión de los fieles es sólo bajo la especie de Pan, pero en algunas circunstancias señaladas puede distribuirse la Comunión bajo las dos especies. Entre las dos no existe diferencia sustancial, de modo que, juntas o separadas, son verdadera Comunión. No se admite, de ninguna manera, que el comulgante tome con sus propias manos la sagrada partícula o el cáliz con la preciosísima Sangre… Cuando se comulga del cáliz directamente, éste siempre será entregado por el celebrante o un ministro idóneo. (cf. Redemptionis Sacramentum, 94).

Después de la Comunión se observa un tiempo de profundo silencio. Es para iniciar la acción de gracias, en la comunidad eclesial integrada por sacerdotes y laicos.

Conviene recordar que la celebración de la Misa es un todo único que actualiza el Misterio Pascual de Jesús: no hay categorías ni diferencias entre la Misa dominical y la Misa semanal. La Misa es una y siempre es la misma realidad. Por lo cual no corresponde – y sería un agravio – llegar para recibir la Comunión y retirarse de inmediato.

Tanto para asistir a la celebración de la Misa como para recibir la sagrada Comunión debe darse una conducta de respeto y estar adecuadamente vestido: no caben ropas propias de playas o lugar de recreación, sino sencillez y modestia.

 

(*) Monseñor

 

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