La forestación y la protección de bosques y montes

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La información acerca de la población de Etiopía se dedicó anteayer a plantar casi 354 millones de árboles en doce horas, gracias a una campaña lanzada por el gobierno para combatir la deforestación existente, debiera convertirse en un desafío aleccionador para la Argentina que desde hace años y en contraste sufre un acelerado proceso de desertificación de su territorio, a razón de medio millón de hectáreas cada año según las últimas estimaciones.

En el caso de Etiopía, la cifra final de ejemplares plantados fue anunciada por ministerio de Innovación y Tecnología de ese país. Se indicó que la meta inicial era la de plantar 200 millones de árboles durante el transcurso del martes pasado, pero el objetivo fijado se superó en más de un 50 por ciento por la mayo participación de pobladores en la tarea.

Estas referencias, como se ha dicho, debieran inducir a nuestras autoridades a promover de inmediato planes similares, frente a la evidencia de que el proceso de desertificación avanza en distintos puntos del territorio, lo que se traduce por lo pronto en pérdidas económicas y sociales de enorme magnitud. Se calcula que en nuestro país más de 60 millones de hectáreas sufren procesos erosivos de moderados a graves, sin que existan políticas integrales tendientes a revertir tan crítica situación.

Investigaciones realizadas en nuestro país establecieron con claridad que la desaparición de bosques y montes afecta la diversidad, en una situación a la que se suma la expansión de la frontera agropecuaria, en especial por el cultivo de soja, que ocasionó entre otras tragedias ambientales, la virtual desaparición del quebracho colorado, una especie emblemática de distintas regiones del interior.

Aquí debiera reseñarse que, hasta mediados del siglo pasado, se promovían campañas desde distintos organismos públicos, con carteles instalados a la vera de las rutas que contenían una sola y significativa consigna: “Más árboles”.

Se conoce, asimismo, que los bosques de nuestro país abastecen los acuíferos, controlan inundaciones, producen oxígeno y sirven de hábitat para la fauna, además de proteger los suelos del arrastre del viento, un recurso que tarda siglos en recuperarse ya que, 10 centímetros de suelo, tardan más de 100 años en reconstituirse.

La irrupción climática de los ciclos secos, la degradación de la tierra derivada de la sobre explotación y, entre otros, el creciente avance de la deforestación, al punto de que en los últimos 75 años disminuyó el 66 por ciento de la superficie forestal natural, por la sobre explotación para la producción de madera, leña o carbón, son los factores negativos que inciden en este fenómeno.

La degradación del suelo constituye, sin dudas, un gravísimo problema que las autoridades de nuestro país, tanto nacionales como provinciales y municipales, debieran reconocer y, desde luego, enfrentarla mediante vigorosos programas de forestación.

No se carece, por cierto, de planes de acción ya experimentados, que pese a sus limitados campos de aplicación han demostrado ser valiosos para detener una progresiva degradación del suelo, cuyo efecto se traduce no sólo en generar cuantiosas pérdidas económicas sino en proyectar hacia el futuro una amenaza cierta para la calidad de vida de las generaciones venideras.

 

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