Al compás de la vocación

Esfuerzo, compromiso y pasión son las claves para iniciarse en el mundo del baile. En nuestra ciudad, el gran semillero es la Escuela de Danzas de la Provincia de Buenos Aires

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Cecilia Famá

vivirbien@eldia.com

La malla, las medias, las zapatillas de baile, y en el caso de las nenas también el rodete y la redecilla. El ritual de prepararse para entrar al ensayo se repite cada vez más frecuentemente con el paso de los años. En una primera etapa, dos veces por semana. Más adelante, todos los días. Los primeros pasos en la danza -así como todos los siguientes- requieren constancia, esmero, dedicación... y fuego sagrado. Lo dicen los padres de los pequeños que recién arrancan, lo admiten los docentes y lo subrayan quienes llevan toda una vida dedicada a esta disciplina artística tan cautivante.

La Escuela de Danzas de la Provincia de Buenos Aires surgió y funcionó en el Teatro Argentino de La Plata hasta que se incendió, en 1977. En la actualidad tiene mil estudiantes y su sede central está en 54 entre 7 y 8, pero existen varios espacios anexos en diferentes barrios, en los que se dictan clases cotidianamente. Un alumnado eminentemente femenino concurre a las clases de sus tres carreras, en tres turnos, a la mañana, tarde y noche. La institución cuenta con numerosos bailarines que integran sus tres ballets.

Las tres carreras que se dictan en la Escuela son Danza Clásica, Danza Contemporánea y Expresión Corporal. Además, cada año se arma un grupo del Proyecto Predanza, “para poder alojar a todos aquellos que sientan interés por la disciplina, de cualquier edad y a partir de los 6 años”.

Los niños ingresan a la carrera de Danza Clásica entre los 8 y 12 años. Empiezan gradualmente, con ensayos dos veces por semana. La carrera, que es gratuita, dura una década, entre la preparación, los diferentes ciclos y un eventual profesorado o tecnicatura. “Ofrecemos una formación integral, con materias vinculadas a la música, al arte, la historia, la expresión corporal...”, detalla Diana Rogovsky, su actual directora, quien es artista, docente de arte y escritora; en 2015 publicó su primer libro, “Una bailarina argentina”.

“La carrera de bailarín es absolutamente sacrificada. Más que como directora de la Escuela, lo digo como artista. Es difícil de sostener en el tiempo. Requiere mucho trabajo, mucha continuidad... y a la vez es hermosa y da muchas satisfacciones. En lo personal, creo que debería haber más protecciones, más leyes para los bailarines, y más compañías de danzas donde poder trabajar”, sintetiza Rogovsky.

“Siempre he visto, y ahora en la Escuela más, cómo las familias se acercan a traer a sus hijos a aprender danza, cómo desde pequeños los acercan al mundo artístico. Es tan importante que conozcan este universo, que disfruten de bailar... lo vemos todos los días en los salones de la escuela” advierte la docente.

Existen registros de expresiones danzantes desde la prehistoria, en ceremonias vinculadas con la necesidad de expresar sentimientos de muy variado signo, desde pedidos a los dioses por buena caza, a la fecundidad o la guerra. Recién en el siglo XVI, en la Italia del Renacimiento, es cuando nace el ballet tal como lo conocemos. Y fue la Francia del “Rey Sol”, Luis XIV, la nación que inició la profesionalización de la danza clásica con la creación de la primera escuela parisina, en 1661. En 1700 se codifican todos los pasos y figuras conocidos por entonces, y surgen los primeros intentos de notación. Y en 1725, Rameau consolida la técnica clásica del ballet. Hacia 1740 se introduce la estética del “realismo”, y en el siglo XIX se consolidan varias escuelas además de la francesa: la danesa, la italiana, la vienesa, la rusa.

RITMO DE VIDA

Un, dos, tres. Un, dos, tres. La música de Piotr Ilich Tchaikovski marca el pulso desde los parlantes. Las rutinas son diarias y quedan para toda la vida. Graciela Guantai (55), por ejemplo, comenzó a estudiar danzas clásicas desde pequeña. Su mamá fue Yolanda Montoya, una recordada primera bailarina del Teatro Argentino de nuestra ciudad. El baile es herencia en la familia y se ha transmitido puertas adentro y puertas afuera.

Graciela, por caso, comenzó a estudiar en la Escuela de Danzas cuando era pequeña, luego hizo el profesorado y lo ejerce allí desde 1986. “Esto es una pasión” aclara: “una ve a las chicas evolucionar en la danza y también crecer como personas. Yo estuve un año en el Argentino, hice una temporada como bailarina, pero siempre me gustó enseñar... y aprender. En todos estos años, ves cómo van cambiando la sociedad y los intereses de las alumnas. Y siempre hemos estado adaptándonos a los tiempos. Esta es una disciplina muy difícil, en la que se necesita orden y ser metódico. Eso es fundamental para seguir la carrera. Y muchas de las nenas lo hacen y hasta siguen el profesorado porque les apasiona”.

Guantai se jubila este año. Es el último de varias décadas de escuela. ¿Qué va a hacer cuando se jubile? La respuesta se intuye desde antes de ser escuchada. “¡Bailar, claro! Voy a retomar flamenco, y también tomar clases de clásico”, dice convencida y llena de ganas de comenzar esa nueva etapa.

Walter Artigas tiene 42 años, y baila desde los 6. Sus primeros pasos fueron con el folklore, en su Saladillo natal. “Ya a esa edad sentía que me apasionaba... fue raro, porque vengo de una familia en la que, si bien se leía un montón, nunca estuvo presente el arte. Sin embargo mi mamá siempre me apuntaló, en ese momento en que quise empezar, y luego cuando fui más grande, y dejé mi carrera de Piscología para dedicarme por completo a la danza. Siempre tuve el apoyo de mi mamá y eso fue muy importante”, sentencia.

“Cuando empecé, era sólo tomar clases y rendir los exámenes. Luego entré en el ballet, bailábamos en todos los actos del pueblo. De aquellos tiempos recuerdo que el momento en el que iba a danza me hacía sentir cómodo y con una gran satisfacción; siempre sentí que era el lugar al que pertenecía”, cuenta Walter, quien hoy es docente y desde 2010 tiene su propia compañía de baile: “La Dicotomía del Ser”, con la que recorre espacios de nuestro país y el exterior. Además, el bailarín trabajó en la compañía de Iñaki Urlezaga y perteneció durante once años al ballet del Teatro Argentino: “ahí hice de todo; de bailarín, de figurante... dependía del papel que me asignara cada director”.

Profesor de Danzas Contemporáneas y de Expresión Corporal, hoy Walter alterna su tiempo entre clases y ensayos. “En uno de los espacios en los que doy clases, este año se inscribieron varios adolescentes de 14 y 15 años. Para mí es un flash que a esa edad quieran aprender danza contemporánea, que ha nacido como una danza de protesta. Me encanta. En la facultad, estudiando Psicología, descubrí que la danza es una herramienta para muchas cosas y desde allí, todas mis obras tienen que ver con temas sociales: los desaparecidos, los derechos de la mujer... es mi forma de militancia”. Su compañía estrenará una obra sobre Juana Azurduy el 20 de septiembre en el Teatro El Escape de La Plata.

Volviendo a las danzas clásicas, el método creado por el profesor italiano Enrico Cecchetti es mundialmente seguido porque fue el que, preservando la tradición del ballet clásico, introdujo elementos acrobáticos. Su legado artístico y sus enseñanzas continúan implementándose en nuestros días. Los métodos que se conocen se inspiran los unos a los otros, pero, sin embargo, merecen ser destacados por representar escuelas con personalidad propia, ya que todos provienen de un país concreto.

Es el caso del mencionado anteriormente, de la escuela de París, que se erige como referente mundial. No se desdeña la influencia de la escuela danesa, que tiene como rasgo principal el énfasis en el movimiento de los pies. Tampoco la de la escuela italiana que aporta continuidad en el flujo de movimiento en los desplazamientos y el centro de gravedad. Pero es la escuela rusa la que ha tenido un descomunal éxito tanto en su tierra como en el resto de Europa, a lo largo de todo el siglo XX. Hasta tal punto la danza clásica de ese origen será reconocida y admirada internacionalmente, que actualmente se considera a los soviéticos sus herederos laureados, asociados con grandes compositores de música clásica que compusieron exclusivamente piezas para ballet.

LOS PADRES, COEQUIPIERS

Además de aprender a bailar, las niñas crecen en la Escuela de Danzas. Muchas comienzan a los 7 u 8 años y continúan formándose hasta su adolescencia... o más. Algunas llegan a dar clases allí, o en otros espacios. Catalina Odriozola (18) concurre a la institución desde los 8 años; cursó el preparatorio y todos los ciclos de danza clásica, hasta el año pasado. En 2019 le tocaba empezar el profesorado, y decidió volcarse a la danza contemporánea. Sigue y seguirá bailando en la escuela, pero ahora con otro enfoque. Su hermana Pilar, de 8 años, el año pasado hizo la etapa denominada “Predanza” y esta temporada comenzó con el preparatorio de danza clásica, siguiendo los pasos de Catalina.

Marita Duarte, la madre de ambas, comenta que “Pilar empezó la Escuela de Danza porque es lo que siempre vio en su hermana. Le gusta, lo hace como una actividad artística. Cata, en cambio, es una apasionada de la danza... siempre le gustó. A los 4 años quiso ir a teatro y después empezó a bailar. A los 5 empezamos a llevarla a un lugar privado, porque en la Escuela ingresan con más edad... cosa que me parece adecuada. Pero ella siempre bailó”.

La mamá cuenta que hasta el año pasado Cata iba todos los días a la Escuela de Danzas, hasta las diez de la noche. “Le encantó siempre; ella es muy constante. Disfruta de los ensayos, de las presentaciones, que siempre son en el Coliseo Podestá o en el Teatro Argentino. Su sueño siempre fue ser bailarina, pero desde el año pasado, cuando empezó a militar en política y ahondar un poco en el movimiento feminista, decidió dejar lo clásico y volcarse a lo contemporáneo. Ideológicamente, por la edad... Su decisión fue dejar atrás una danza más estricta, rígida, de rodete y zapatillas, por otra que se baila ‘en patas’ y despeinada”, detalla Marita.

Esta madre que ya lleva varios años en la comunidad educativa de la escuela de danzas rescata el ambiente, los docentes y el hecho de que todo sea gratuito: desde las clases hasta el vestuario. “Es un espacio muy completo artísticamente, en formación y a la vez muy accesible. Hay una Asociación Cooperadora que es barata, y además opcional. Y respecto de la ropa, las nenas compran lo que usan a diario -la malla, las medias, las zapatillas- pero todos los trajes están en la ‘ropería’ de la institución. Y si no hay talle para alguna, lo mandan a hacer. Eso no pasa en los espacios privados... todo lo contrario” subraya.

Si de madres -también tías, padres, hermanos...- y acompañamiento hablamos, hay que resaltar a quienes diariamente o varias veces por semana esperan una hora y media o dos sentadas en los bancos del zaguán de la casa que alberga la escuela, ahí en la calle 54. Son muchas, algunas vienen de muy lejos. Son pilares de la formación, con su tiempo y dedicación.

Samanta Mansilla es una de ellas. Vive “por la Ruta 2” y cuenta que “venimos con Muriel, de doce años, cuatro veces por semana, de lunes a jueves. Las clases son temprano, y a las 11 salimos de acá para la escuela, que es una rural de nuestro barrio. Vamos corriendo, porque se entra a las 12.30. No lo vivimos como un sacrificio porque a ella le encanta. Cuando era muy chiquita, hizo unos talleres en la Escuela de Arte Municipal del Pasaje Dardo Rocha y se enganchó mucho con la danza... así que a los 9 empezó acá”.

La nena, mientras tanto, ensaya en el primer piso de la escuela junto a su profesora. Ya empieza a usar las puntas del pie. La directora resalta que lo hace con mucha precisión por ser el primer año de esta práctica... “Hay cosas que, por anatomía, coordinación, comienzan a enseñarse más adelante, no cuando recién empiezan. Son nenas chicas, por eso en Predanza apuntamos más a lo lúdico y la formación se va adecuando a las edades y a los procesos”, dice Diana Rogovsky.

Muriel se mira al espejo, estira los brazos hacia arriba, adelanta una pierna. Desde el grabador suena una variación de una melodía clásica. Otros días, no será desde un CD sino desde el piano, en vivo, porque hay músicos que concurren a la escuela a tocar en los ensayos de baile.

Muriel cuenta que también practica mucho en casa. Afuera del aula-sala, otras chicas se preparan para su clase. Bailan en el pasillo. “Acá se baila todo el tiempo y en todas partes... y se van de acá y siguen bailando”, dice Rogovsky mientras camina por la escuela. Ella lo dice y se siente en el aire: la danza se expresa con el cuerpo... y se lleva en el alma.

“Una ve a las chicas evolucionar en la danza y también crecer como personas”

“La carrera de bailarín es absolutamente sacrificada. Más que como directora de la Escuela, lo digo como artista”

Diana Rogovsky, Escuela de Danzas de la Provincia de Buenos Aires

“Estudiando Psicología, descubrí que la danza es una herramienta para muchas cosas”

Walter Artigas, Bailarín y docente

 

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