Violencia y enfermedades mentales: ¿mito o realidad?

Edición Impresa

Pedro Gargoloff

Especialista en psiquiatría

En ocasión de ocurrir hechos de violencia importantes que toman estado público, con consecuencias serias y hasta la muerte y que además sean inesperados y extraños como para suponer que la persona involucrada pueda padecer una enfermedad mental, es necesario tener presente conceptos claves para que la interpretación sea la apropiada. El más importante es el estigma y, en segundo término, en quién debiera recaer la responsabilidad de resolver los casos cuando aplican a enfermedades mentales.

En cuanto al primer concepto, es fundamental comprender que la asociación entre enfermedad mental y violencia es un prejuicio erróneo, un preconcepto arraigado y equivocado. La mayoría de las personas con enfermedades mentales severas y persistentes, como el trastorno bipolar y la esquizofrenia, no son violentas ni peligrosas por la sola condición de padecer alguna de estas enfermedades. Es un pensamiento equivocado y desafortunadamente muy arraigado, producto del estigma, pero también por la importante desinformación en toda la sociedad sobre las características que acompañan a estas condiciones de pérdida de la salud. Las evidencias científicas son muy consistentes: destacan que las personas que padecen enfermedades mentales son mucho más propensas a ser víctimas de la violencia por parte de terceros que victimarios, respecto de las personas que no padecen enfermedades mentales.

El otro concepto es quién debe asegurar que el tratamiento se lleve a cabo? Sin dudas que la responsabilidad es primariamente del estado, quien debe garantizar el acceso pleno a los servicios asistenciales a la población de mayor riesgo, generar campañas de educación pública sobre el estigma y la discriminación asociados a las enfermedades mentales, capacitar a los familiares en su rol de cuidadores con gran responsabilidad pero que en su mayoría no están preparados.

 

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