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Séptimo Día |EL RECUERDO VISUAL DE LOS QUE NO PUEDEN VER

El arco iris en las letras

El color en la literatura y en la pintura. Un planeta variopinto de conceptos y sentimientos. Los ejemplos de Rimbaud, Baudelaire, Picasso y Borges. Testimonio del pintor Lido Iacopetti

El arco iris en las letras

Pablo Picasso / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

29 de Noviembre de 2020 | 08:17
Edición impresa

El significado de los colores cambia según las culturas. En un lugar quieren decir algo y en otro lugar, una cosa muy distinta. En Egipto el amarillo es el color del luto. El rosa en Bélgica se usa para varones recién nacidos. El naranja en Japón representa a la muerte, pero es el mismo verde el que implica muertes en Israel. El azul es sinónimo de autoridad en los Estados Unidos. El entrevero de colores es imposible de abarcar y comprender. El planeta, en definitiva, es un cambiante arco iris de conceptos y sentimientos.

Casi no existen colores con significados unívocos en el mundo. Acaso las señales de tránsito lograron universalizar sus mensajes. Verde, tiene paso; amarillo, atención; rojo, detenerse. Así es de automático, pero nuestro planeta, en cambio, es variopinto y cuando cualquiera cruza una frontera, que se busque un traductor de colores porque cada uno de ellos quiere decir otra cosa. El negro no significa muerte en Brasil, ese concepto se refleja en el púrpura.

Hace un siglo y medio el genio poético de Arthur Rimbaud (1854-1891) le dio una extraña expresión lingüística los colores, en un soneto publicado en 1870, llamado “Voyelles” (Vocales). El poeta francés tenía entonces 16 años y plasmó para siempre esa bienvenida genial y estrafalaria a los colores: : A negra, E blanca, I roja, U verde y O azul (apareciendo la O al final, en vez de la U).

Traducido al castellano, dice así el poema de Rimbaud: “A negra, E blanca, Y roja, U verde, O azul: vocales,/ algún día diré vuestro origen secreto;/ A, negro corsé velludo de moscas relucientes/ que se agitan en torno de fetideces crueles/ golfos de sombra; E, candor de nieblas y de tiendas,/ lanzas de glaciar fiero, reyes blancos, escalofríos de umbelas;/ I, púrpura, sangre, esputo, reír de labios bellos/ en cóleras terribles o embriagueces sensuales;/ U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verduscos,/ paz de campo sembrado de animales, paz de arrugas/ que la alquimia imprimió en las frentes profundas; / O supremo clarín de estridencias extrañas,/ silencio atravesado de Angeles y de Mundos;/ O, la Omega, el reflejo violeta de sus Ojos!”

“La pintura se hace con materia y con luz, hasta que llega el color y la completa”

 

El cercano Paul Verlaine desestimó las interpretaciones complejas sobre este poema de Rimbaud, que se desataron desde su publicación. Lo que vio fue que tan sólo experimentaba una innovación poética: “Yo, que conocí a Rimbaud, sé que no le habría molestado que la A fuera roja o verde. Él la veía así y eso es todo”. Cada color de cada vocal surgió por una simple cuestión de gustos o evocaciones íntimas, dijo. Así también Rimbaud se anticipó en varias décadas a la ferocidad creativa de las vanguardias surrealistas, que empezaban a nacer entonces. Gestó la modernidad dándole colores a las letras.

LAS CORRESPONDENCIAS

Pero antes que eso, debe hablarse del precursor que fue Charles Baudelaire (1821-1867), autor de “Las flores del mal”, uno de los libros más revolucionarios y provocadores de la historia de la literatura, en donde todo lo humano es ambiguo, marginal y sublime a la vez. Como pensador, Baudelaire descubre y proyecta la “teoría de las correspondencias”, en donde las artes se hermanan.

“En el decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se prefiere lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto”

Jorge Luis Borges,
en una conferencia

 

Correspondencias o sinestesias, estas últimas como figuras retóricas que le atribuye una sensación a un sentido que no le corresponde. Por ejemplo, el color a una letra. O a una melodía. Literatura, pintura y música. Los creadores desde Baudelaire, desde Rimbaud, empezaron a caminar por esos senderos entrecruzados, por esas equivalencias entre distintos sentidos.

El color verde, en España, está asociado a lo fatídico, a la muerte y también a lo más profundo de lo sexual. ¿Cómo evitar aquí la mención de Federico García Lorca en su romance sonámbulo y enigmático: “Verde que te quiero verde/ verde viento/ verdes ramas...”. El romancero es verde. Pero cerca de Lorca está Rafael Alberti, azul.

MIRADA DE PINTORES

Es conocida la importancia que tuvieron los colores en la obra de Pablo Picasso (1881-1973), a tal punto que se la clasificó por los distintos colores que fueron prevaleciendo en él (después se la caracterizó por las corrientes a las que adscribió: cubismo, clasicismo, surrealismo y expresionismo).

Sin embargo, existe un dato llamativo. Su mural “Guernica” –acaso el trabajo que le dio mayor fama- fue pintado en blanco y negro, sin color alguno. A lo sumo el gris.

La interpretación que circuló y que parece ajustada a la realidad histórica de esos años, es que Picasso necesitaba que su obra circulara por diarios y revistas -eran sin color entonces- para que la prensa reprodujera de ese modo el bárbaro bombardeo sobre la ciudad vasca.

Se dijo que la tragedia de Guernica fue de tal magnitud que Picasso vio que debía sacrificar toda intención “plástica”, evitar el colorismo, y darle paso a la descolorida y cruel realidad que se vivió en aquella terrible Guerra Civil española.

En cuanto a qué motiva el uso de determinado color, para un pintor como el platense Lido Iacopetti es como presentarle un interrogante conmovedor. “El color es algo sagrado...”, es lo primero que afirma. La pintura, añade, se hace con materia y con luz, hasta que llega el color y la completa. Dice que en la obra artística “primero surgen las formas, la imagen nace y el color es el que aparece”. En el fenómeno material de la pintura, “el color es ese algo sagrado que me empuja y que me transforma”.

A los 84 años Iacopetti sigue activo y acaba de inaugurar una exposición de sus tradicionales almanaques en la porteña galería De Souza (Arroyo 858), cuya recaudación dona todos los años al Hospital de Niños. “Recuerdo una vez que me surgieron los verdes, yo iba mucho al Bosque, a plaza San Martín y entonces, en esa época, todos mis cuadros se teñían de ese color”.

El negro no significa muerte en Brasil, ese concepto se refleja en el púrpura

 

Las obras de Iacopetti, literalmente, se cuentan de a miles, pero se trata de un pintor que se resistió siempre a hacerse ver, aún cuando sus cuadros son como proclamas coloristas y modernas, teñidas por una contemporaneidad permanente.

EL COLOR DE LA CEGUERA

Jorge Luis Borges desmintió, cuando se habla de una persona ciega, un lugar común: el del color negro y continuado que implicaría la ceguera. Así dijo en una recordada conferencia:

“Señoras, Señores: en el decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se prefiere lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto. Por consiguiente, empezaré refiriéndome a mi modesta ceguera personal. Modesta, en primer término, porque es ceguera total de un ojo, parcial del otro”.

“Todavía puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde y el azul. Hay un color que no me ha sido infiel, el color amarillo. Recuerdo que de chico (si mi hermana está aquí lo recordará también) me demoraba ante unas jaulas del jardín zoológico de Palermo y eran precisamente la jaula del tigre y la del leopardo. Me demoraba ante el oro y el negro del tigre; aún ahora, el amarillo sigue acompañándome”.

“He escrito un poema que se titula “El oro de los tigres” en que me refiero a esa amistad. Quiero pasar a un hecho que suele ignorarse y que no sé si es de aplicación general. La gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro. Hay un verso de Shakespeare que justificaría esa opinión: “Looking on darkness, wich the blind to do see”; “mirando la oscuridad que ven los ciegos”. Si entendemos negrura por oscuridad, el verso de Shakespeare es falso.

“Uno de los colores que los ciegos (o en todo caso este ciego) extrañan es el negro; otro, el rojo. “Le rouge et le noir” son los colores que nos faltan. A mí, que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. Hubiera querido reclinarme en la oscuridad, apoyarme en la oscuridad.

“Al rojo lo veo como un vago marrón. El mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando en mi nombre y en nombre de mi padre y de mi abuela, que murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir”.

 

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