Impacto profundo: los efectos del estrés crónico en la piel

El cortisol, principal hormona que se asocia al estrés, afecta a benefactores cutáneos. Cómo tratarlo

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Cerebro y piel viven en constante interconexión y uno de los momentos en que esa asociación puede convertirse en una fuerte desventaja es cuando el organismo está sometido a estrés crónico, un padecimiento frecuente en la sociedad actual, que la pandemia potenció todavía más.

Es así que, ante la presión de este elemento, la piel reacciona de manera adversa y la expresión de esa reacción es muy heterogénea. Dependiendo de las predisposiciones genéticas de cada persona puede manifestarse a través de un grano, un brote de eccema, un brote de psoriasis, un ataque de rosácea o una apariencia cutánea deshidratada, opaca, aceitosa o incluso, avejentada.

Los especialistas comienzan diferenciando dos tipos de estrés y señalando cuál de entre ellos es el más peligroso para la piel.

“Hay dos tipos diferentes de estrés: el estrés agudo y el estrés crónico”, dice la Dra. Whitney Bowe, dermatóloga y autora de “La belleza de la piel sucia”: mientras una rápida oleada de estrés puede ser algo bueno que potencia los sentidos, mejora la claridad mental y ayuda a crear colágeno para facilitar la reparación de heridas, es el estrés crónico y continuo lo que afecta la piel.

Pero ¿de qué manera lo hace? Gran parte de la conexión entre la piel y la psique se debe a la sobreproducción de cortisol, la principal hormona del estrés, y su efecto sobre la barrera cutánea.

Según explican los especialistas, esa barrera atrapa la humedad y mantiene alejados a los alérgenos, irritantes y contaminantes, vale decir, el mismo trabajo que hace la mayoría de los productos para el cuidado de la piel que se encuentran en el mercado, y necesita tres cosas para prosperar: aceite, agua y el microbioma. El cortisol agota a todos esos elementos.

Cuando hay estrés crónico el cortisol ralentiza la producción de aceites beneficiosos, con lo que la piel se reseca, se pone áspera y mucho más irritable.

Además, sin los lípidos adecuados para sellar la hidratación, la piel comienza a “perder” agua, mientras paralelamente el cortisol estimula la sobreproducción de sebo, el aceite implicado en el acné.

Es así como para muchos, bajo los efectos del estrés la piel parece más grasa.

Todo esta situación altera el pH de la piel, lo que compromete el manto ácido y crea un ambiente inhóspito para el billón de microorganismos simbióticos que existen sobre y en la barrera cutánea, también conocido como microbioma.

El microbioma hace que el cuidado tópico de la piel sea prácticamente superfluo. Hay microbios que se alimentan del sebo, lo que ayuda a mantener niveles saludables de aceite. Otros se alimentan de las células muertas de la piel: los exfoliantes originales. Hay microbios que producen péptidos y ceramidas, dos ingredientes de belleza de moda que mantienen la piel firme e hidratada. Otros ofrecen protección contra la contaminación, la luz solar y los patógenos invasores.

Sin embargo, si no se producen suficientes de esas grasas saludables y no mantiene una barrera saludable se altera el terreno donde los microbios crecen y prosperan.

También puede producirse un crecimiento excesivo de las llamadas bacterias malas (como la vinculada al acné) y una escasez de bacterias buenas, con lo que el microbioma se vuelve más propenso a infecciones, irritación, inflamación e hiperpigmentación y se hace más sensible a los agresores externos, como los radicales libres generados por la contaminación.

Por otra parte, el estrés impulsa al cuerpo a producir radicales libres internos que causan estrés oxidativo.

Cuando los radicales libres se dirigen al ADN, conduce al cáncer de piel.

Cuando se dirigen a la elastina y el colágeno, producen líneas finas y arrugas.

Cuando se dirigen a los lípidos, se produce deshidratación, daño de la barrera cutánea y acné.

La exposición crónica al cortisol también inhibe la producción de ácido hialurónico y colágeno, que son los elementos que mantienen la piel tersa y joven.

ATACAR EL PROBLEMA DE FONDO

Los productos para el cuidado de la piel no son la respuesta recomendada por los especialistas a la piel estresada.

Lo que recomiendan para curarla es enfrentar el problema de fondo: el estrés.

Para eso no faltan los que recomiendan atacar los problemas de la piel con medidas tales como la meditación o mejorar la respiración.

Herbert Benson de la Facultad de Medicina de Harvard muestra en una investigación sobre el tema que indica que respirar lenta y profundamente desencadena la respuesta de relajación que puede evitar que el estrés psicológico se traduzca en inflamación física en la piel”.

Dormir bien es otra de las posibles soluciones recomendadas.

El ejercicio, sobre todo si se hace al aire libre, también aumenta los antioxidantes, reduciendo los niveles de cortisol, lo que significa menos brotes y una barrera cutánea más fuerte.

 

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