Dios u hombre, Diego tenía derecho a decir basta

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José María Tau | Abogado *

Los medios del mundo dejaron por un día el virus. Había muerto una leyenda del fútbol. Aun quien no disfrute ese deporte, se emociona viendo ese gol a los ingleses, calificado por Gary Lineker (goleador del mundial de México 1986) como el más grandioso que alguien haya marcado nunca. Lloramos con Diego Maradona.

Vivir con tamaño significante

Mucho se escribió y escribirá sobre ese ídolo que algunos designaban “Dios”. Aunque al salir a la cancha se hacía él la señal de la cruz y, luego de sus goles, además de persignarse, hasta se arrodillaba.

Quizá nada sabía de Teología, ni que en la tradición religiosa, de la que el cristianismo procede, cuatro letras casi impronunciables aludían a la trascendencia absoluta, lo innombrable. Al fin y al cabo, tras la llamada “muerte de Dios”, hoy no se reconoce nada sagrado y hasta esa palabra se ha banalizado.

¿Se habrá sentido acaso Diego realmente divino cuando jugó al fútbol con ese niño sin piernas, que se desplazaba con sus brazos y mostró tanta felicidad al abrazarlo?

Es imposible escapar totalmente a la conciencia. Este hijo de Fiorito, que en sus días de mayor gloria, llegó a desplazar en Nápoles nada menos que a San Genaro, debía enfrentar irremediablemente al ser humano que encarnaba. Más aún cuando dejó de jugar y cesaron las ovaciones.

Cuando, en su famosa canción, cae “Cebollita” vencido ante “esa blanca mujer de misterioso sabor”, Rodrigo Bueno mitiga su adicción a la droga con la analogía de la caída de Jesús en el Gólgota.

Idolatría, blasfemia o banalidades, fueron demasiados significantes para cualquier ser humano. Por algo Diego transgredió casi todos los límites.

El hombre dentro del ídolo

Como en la vida, en Medicina se presentan situaciones intermedias, claroscuros, al momento de considerar una persona inhábil o incapaz. Hoy jurídicamente ya no se acepta calificar lisa y llanamente así. La persona siempre será hábil, o capaz, para algo y para alguien.

Todo se vuelve difuso en las adicciones. Y, más, cuando los tratamientos médicos implican psicofármacos que pueden modificar casi irreversiblemente la química cerebral ya afectada por la adicción...

Quienes nos emocionamos al ver sus jugadas, no pudimos evitar, el pasado 30 de octubre, cierto estremecimiento al ver la imagen de ese hombre titubeante y tembloroso, que recibía como regalo de cumpleaños esa ovación en la cancha del Lobo. Su sonrisa impostada y un rostro con manifiesta depresión (también la “cuareterna” debe haber hecho lo suyo…).

A las cuarenta y ocho horas estaba en Ipensa. De allí a la clínica donde le practicaron la cirugía intracraneana, para la que no habría sido fácil convencerlo.

Hoy el criterio es prevenir riesgos intrahospitalarios con el menor tiempo de internación posible. ¿Fue ése el motivó de su traslado a la casa de Tigre? Es obvio que no quería estar internado.

Capaz de decir no

Se vive -según el poeta- por el amor de o para los otros. Jurídicamente, no existe un deber de vivir.

¿Estaba Diego en condiciones de aceptar o rechazar las terapias y tratamientos que se le proponían? Sin duda que sí.

En el derecho la capacidad se presume y la decisión del paciente debe respetarse siempre. El artículo 59º del Código Civil no deja lugar a dudas sobre el derecho a rechazar cualquier tipo de intervención médica si no ha sido declarado inhábil o incapaz para ello, o se trata de una urgencia en la que el paciente no puede expresar su voluntad.

¿Quería el Diego hombre vivir y sentirse vivo en ese estado?

Sobreactuaciones judiciales

Lo encuentran muerto en su habitación.

Nuestro Código Procesal impone la realización de autopsia cuando no puede certificarse la causa “inmediata” de la muerte, ésta se produce en circunstancias dudosas o sospechosas de criminalidad.

Antes de conocer el resultado final de la necropsia, que podría arrojar luz sobre el uso de sustancias, u otra “causa” inmediata por la que su corazón dejó de latir, se iniciaron actuaciones por presunto homicidio culposo.

Quizá “sobreactuaciones”: cuatro fiscales, multitud de policías y agentes especializados.

Acaso un dispendio de actividad judicial y policial en momentos en que tantos argentinos ni siquiera podemos asomarnos a la puerta de calle por temor no sólo al virus, sino a ser asaltados, o algo peor.

Ojalá pueda Diego descansar en paz y el verdadero Dios, rico en Misericordia, lo reciba en su seno.

* Vicepresidente de la Asociación Argentina de Bioética Jurídica

“¿Estaba Diego en condiciones de aceptar o rechazar las terapias y tratamientos que se le proponían? Sin duda que sí”

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