Campeón igual que muchos, pero un Señor con don de gente como muy pocos
Edición Impresa | 9 de Diciembre de 2020 | 03:30

Por MARTÍN MENDINUETA
Otra vez la muerte. Metida entre las teclas. Obligando a escribir la nota que nadie quiere leer. Desparramando tristeza por doquier. Aumentando nuestro profundo enojo con este amargo calendario 2020 que se resiste a dar por terminada su obra tan dañina.
Murió Alejandro. El porteño que se hizo adorable vecino de Tolosa. El diez de River que jamás se enojó por estar a la sombra del “Beto” Alonso. El que Bilardo fue a buscar a Inglaterra cuando pocos recordaban sus admirables condiciones técnicas. Se fue “Pachorra”, el “violinista” que usaba la diez en el mediocampo más famoso y mejor recitado de la historia moderna de Estudiantes. La gente recuerda y seguirá repitiendo aquella descripción que nadie discute: “Miguel Russo corría a todos, recuperaba la pelota y después descansaba un rato. Miraba las cosas maravillosas que hacían Sabella, Trobbiani y el Bocha Ponce”. El fútbol argentino le dice adiós a un enganche fino que no les tenía miedo a las patadas que le tiraban. Que jugaba casi siempre con las medias bajas. Que usaba el cabello un poco largo, con melenita; bien de la época, y eso le daba un aspecto de atorrante que nada tenía que ver con su corrección y buena educación como ciudadano de a pie.
Murió un hombre que no tenía enemigos. Parece pequeño el mérito, pero es enorme. En este mundo cada vez más loco, agresivo e interesado en mezclar las drogas de la fama y el éxito pagando cualquier precio, él, Alejandro, caminaba despacio, hablaba lento y decía su verdad sin ofender a nadie. La soberbia siempre supo que con Sabella no tenía chances de ser protagonista. Nunca se le escuchó un insulto. Jamás sonó agresivo. Al contrario, varias veces pareció demasiado bueno como para manejarse en la “selva” donde tanto se destacó.
AQUEL CHORRITO DE AGUA QUE LE ARROJÓ LAVEZZI
Cuando el “Pocho” le tiró agua en plena indicación táctica, mientras se jugaba el partido frente a Nigeria, durante el Mundial de Brasil en 2014, la mayoría festejó la ocurrencia del bromista empedernido. Me pareció una falta de respeto grave. No me preocupaba la imagen del incorregible ex-delantero de San Lorenzo, pero sí la del Señor director técnico de la Selección Argentina. No era el entrenador para hacerle semejante chiste que el mundo entero observó por televisión.
Sabella, infinitamente más equilibrado que quien escribe estas líneas y sin rencor alguno, no tomó ninguna represalia con su dirigido. Tanto fue así que días más tarde lo terminó poniendo de titular en la final ante Alemania.
UN CABALLERO CON TODAS LAS LETRAS
Los hinchas de diferentes camisetas ya lo están despidiendo con todo lo que merece: respeto y agradecimiento por la brillante manera que tuvo, dentro y fuera de la cancha, de dirigir al equipo celeste y blanco sub-campeón del mundo. En cambio, la familia del “Pincha” está destrozada. Tiene el alma en carne viva. De ningún modo acepta que un hombre tan bueno se haya ido muy joven. sin conocer a sus nietos y sufriendo como le tocó durante los últimos años.
Estudiantes, su gente, lo ama. Por los triunfos y las copas, seguro; pero también por su calidad humana. Tenía don de gente. De la buena gente. Fue un Señor, sí con mayúscula. Un caballero con todas las letras que prefirió silencios que aglutinen por sobre palabras que dividan.
Descanse en paz Alejandro. Es lo mínimo que merece.
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