Ocurrencias: el robo del siglo sigue acaparando millones

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Por: Alejandro Castañeda
 

afcastab@gmail.com

 

La banda de Acassuso sigue juntando millones. El robo del siglo, film de Ariel Winograd que se adueñó de la taquilla veraniega, es un homenaje encubierto al que fue uno de los mejores robos de banco en toda la historia de la delincuencia. Un plan minuciosamente armado y perfectamente ejecutado que muestra una vez más que la comedia negra sigue siendo el filón más rendidor del cine nacional. Gran parte de los films más exitosos de los últimos años (El secreto de sus ojos y La odisea de los giles, sin ir muy lejos) han aprovechado los costados pintorescos y el humor capcioso de tres historias entrecruzadas por el crimen, el suspenso, la crisis y la gran estafa. Las sonrisas, en los tres casos y con tres directores distintos, humanizan los costados más violentos de esos relatos, aunque a veces algún exceso de ligereza atente contra los verdaderos alcances de unas obras que pivotean sobre el terror, la crisis del 2001 y el saqueo.

El cine nos hizo recordar que el robo de Acassuso sobresale claramente en este reino de la chapuza y la improvisación. Esa banda dio cátedra de profesionalismo y trabajo en equipo. Más que un asalto fue una elaboradísima puesta en escena: precisa, sincronizada, ensayada hasta en los mínimos detalles, dueña de un libreto bien aprendido y mejor ejecutado.

El mundo hace tiempo que está loco y de vez en cuando los malos marcan un camino. Entre tanto ladrón sorpresivo y exitoso que sale a cazar al voleo, entre tanto loquito violento y antojadizo que pega y mata porque sí, da gusto reencontrarse, aunque sea en el cine, con un bandidaje tan idóneo, ingenioso y riguroso. El desenlace del robo fue formidable: mientras la policía pertrechada como para una guerra negociaba con nadie y sólo cercaba a los rehenes, bajo sus pies, con las alforjas llenas, los ladrones escapaban en botes, dichosos y millonarios.

La banda de Acassuso invita a empujar los límites de la planificación y la eficiencia

Fue un golpe de película que seguramente tuvo más rigor, más preparación y más nervios que lo que se muestra. Que habrá exigido más transpiración que sonrisas. Trabajaron albañiles, ingenieros, gente de explosivos y expertos en alarmas y cajas de seguridad. Un verdadero equipo multipartidario, de esos que más de una dependencia oficial quisiera para sí. El operativo vino a demostrar que en el círculo de ladrones también hay una elite. Con buenos modales y armas de juguete lograron mejorar el nivel general de la delincuencia criolla, tan rastrera y despiadada. Fue un asalto cinco estrellas que no generó sangre ni malos tratos, que puso a toda la gente fuera de cualquier riesgo y que tuvo como víctima no a una persona sino a algo tan simbólico como es un banco. Un despojo con alma tribunera y lejano ribete anticapitalista que brilló con luces propias en una tierra donde siempre fallan los planificadores y ganan los saqueadores.

Hoy, cuando se mata a un jubilado para robarle 40 pesos, cuando los buenos proyectos se frustran y cuando las adicciones, la desesperación y las armas han terminado por teñir de crueldad las calles, hoy, entonces, habrá que subrayar el proceder de estos ladrones respetuosos, inspirados y perfectos. Por sus métodos. Por su riguroso proceder. Por la eficacia demostrada. Por haber reivindicado las ventajas de una preparación de excelencia. Porque lo cortés no quita lo delincuente: atendieron a la clientela mejor que los empleados, no descuidaron un detalle, sabían lo que iba a pasar en el banco y en la calle, jugaron al poliladro entre millones de dólares y hasta reivindicaron el valor del cálculo y el estudio. Ni un lastimado ni una lagrima ni un bolsillo saqueado. El banco le creyó a los despojados y pagó ahorros y daños. A la hora de la declaración, los ahorristas tuvieron la chance de ganarle una vez al banco gracias a estos robin hood del conurbano.

En un país demasiado acosado por tanto atracador violento, en un país donde los improvisados complican bastante, en un país donde los proyectos trastabillan y los grandes saqueadores nunca arriesgan nada, en un país así, la banda de Acassuso al menos invitó a empujar los límites de la planificación y la eficiencia.

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