Silencio. No hay pasos que hagan la hojarasca crepitar. Tres teros inmóviles en el césped. Los candados acumulan herrumbre, imperceptible.

Silencio. Entibia el sol de abril.  Las copas de los árboles se mueven con el viento como pidiendo perdón por romper el estatismo. En lo alto, ondean las banderas.

En silencio, el viejo Bosque espera. Solo. Hubo que parar la pelota. No queda otra que esperar por el reencuentro.

En realidad, Bosque, nunca estarás solo.  Volverán pronto las semillitas y las garrapiñadas, los goles, los abrazos, las alegrías y las tristezas porque de eso está hecha la vida.

Y no estás solo porque te acompañan nuestros fantasmas queridos, quienes te dieron vida desde el tablón y desde el corazón, los que vistieron la franja azul marino al pecho, los inolvidables y aquellos que se perdieron en la bruma del tiempo interminable.

Y no estarás nunca solo porque siempre un papá llevará al hijo de la mano para que su vida cambie para siempre.

Pronto caerán las cadenas, escucharás risas, sentirás abrazos. Se reencontrarán en vos los amigos, que son todos tus amigos. Y el tal covid será una anécdota, como un penal mal cobrado o un partido perdido sobre la hora.

Feliz cumpleaños, Bosque. El triperío no ve la hora de abrazarte.

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