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"Un relámpago en la noche", la teoría que pudo haberle evitado la cárcel a Barreda

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

26 de Mayo de 2020 | 09:08

¿Merecía ir a la cárcel o a un psiquiátrico?. La pregunta todavía camina por los pasillos de la historia criminal argentina y suele ser breve debate de sobremesa entre quienes tienen experiencia en eso de asomarse a ver en los rincones más oscuros del alma humana.

"Barreda nunca se va a curar, porque los locos no se curan en la cárcel", dijo alguna vez el psiquiatra forense Miguel Maldonado, un reconocido profesional que en el juicio oral al odontólogo dejaría una frase cargada de polémica, entre otros argumentos para sostener que Barreda no tenía que ir a prisión: "fue un relámpago en la noche". Un relámpago que lo cegó, que cambió de manera brutal su percepción de la realidad  y lo llevó a cometer una acción impensada desde la visión de cualquiera que se considere cuerdo.

Pero en la otra mitad de la biblioteca hubo también fuertes razones que hicieron bajar el platillo de la balanza a un punto sin retorno: culpable, consiente de sus actos.

"Barreda no tuvo ningún tipo de miramientos con su suegra. Aseguraba que le había arruinado la vida, lo había alejado de sus hijas, que era uno de los pilares de su desgracia familiar". Acaso haya  sido por este diagnóstico, luego convalidado por Barreda en el juicio, que el morbo popular lo puso en un lugar del "justiciero" que algunos dicen llevar adentro. Y entre la bruma del humor negro Barreda se hizo un lugar. Si hasta canciones y cantitos en la cancha le hicieron. Y vaya paradoja: la mató con la escopeta que ella misma le había regalado.

Una mujer fue clave para sostener la hipótesis de que Barreda estaba completamente loco. Se llamaba "Pirucha" Guastavino, una presunta vidente y amiga que vivía por la calle 58 cerca del Sagrado Corazón y a quien se apuntó por considerar que alimentaba las ideas delirantes de su amigo.

Fue ella quien le habló de un muñeco de trapo para magia Vudú y lo empujó a la idea de que "eran ellas o yo".

Muchas cosas le hicieron ruido a los jueces. Por ejemplo, que el imputado haya sido capaz de sostener "un calvario" de diez años de tensa convivencia con su familia sin haber tomado antes una decisión más racional, como dar un portazo y dejar la casa.

"Barreda tenía amantes y las trataba como novias adolescentes a las que mimaba con regalos y poemas de amor. Y no se molestaba en ocultarlo", fue otra de las conclusiones periciales en el juicio. 

"Su padre era militar y maltrataba a su madre. Desde chico Barreda percibió todo eso", fue otra de los conceptos que la defensa puso sobre la mesa durante el juicio.

¿Y cómo trataba Barreda a su mujer e hijas?.

Un denso manto de reserva impidió entonces ver más allá en ese sentido. Sólo unas marcas en los glúteos de una de sus hijas, compatibles con golpes similares a las patadas, encendió alguna luz de atención en los jueces. Pero el testimonio del novio de una de las víctimas echó por tierra la idea de un maltratador familiar. O en todo caso el testigo prefirió callar la verdad.

Pasados los primeros minutos del cuádruple crimen. Barreda intentó disfrazar la escena como la de una casa robada. Tal fue su torpeza que desordenó todo menos la habitación donde dormía solo. Hay quienes aseguran que fue la primera cuestión que llamó la atención al comisario Petti, el hombre que estaba a cargo de la comisaría con jurisdicción en el barrio de Barreda la tarde en que hizo los  disparos.

"Después de matar fue a ver a su amante, tuvo sexo sin problemas", se diría para sostener la idea de un delirante psicótico, un alienado mental.

"Aquel domingo bajé lo más tranquilo. Ellas acababan de almorzar", empezó una declaración que quedaría en la historia criminal argentina.

"Pasé por la cocina y le dije a mi esposa: voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo, porque está lleno de insectos atrapados que causan una muy mala impresión. O sino, le digo, voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. Voy a sacar primero las telas de araña de la entrada, que es lo que más se ve".Y ahí lo que pudo haber sido el disparador femicida.

"Me dice: “mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar que los trabajos de conchita son los que mejor te quedan, es para lo que más servís.” No era la primera vez que me lo decía (lo de conchita) y me molestó sobremanera. El asunto viene a que yo me atendía mi ropa, si se me despegaba un botón me cosía el botón. Es decir, me atendía personalmente en todo lo referente a mi indumentaria. Al contestarme ella así, sentí como una especie de rebeldía y entonces le digo: el conchita no va a limpiar nada la entrada. El conchita va a atar la parra. Para hacer eso había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un casco que estaba en el bajo escalera, porque tuve dos conocidos que haciendo cosas similares se vinieron abajo y tuvieron lesiones serias en la cabeza. Entonces yo me había comprado un casco de esos de obreros de la construcción y voy a buscar el casco y encuentro que afuera del bajo escalera, entre una biblioteca y la puerta, estaba la escopeta parada. Los cartuchos estaban al lado, en el suelo, en una caja, y así habían estado desde hacía mucho tiempo. Y ahí, bueno, fue extraño. Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla. La tomo, voy hasta la cocina, donde estaba Adriana, y ahí disparé".

Un relámpago en la noche que lo enloqueció. Los jueces consideraron que actuó como lo planeó.

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