Paciencia y valor: la odisea de los padres confinados con hijos chicos

Luego de tres meses encerrados, en muchos hogares hacen malabares para surfear la ola del aislamiento con nenes en edad escolar. Qué dicen los especialistas a la hora de sobrellevar una realidad un tanto irreal

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Con dos nenes de 10 y 7 años acostumbrados a practicar natación y jugar al rugby en las menores de San Luis, Luis Speranza y su esposa Rosana Ranieri describen el encierro de la cuarentena con resignación, hartazgo y un dejo de humor: “Convivimos con dos demonios que no paran…”

Como ellos, entre el confinamiento y los temores propios de la pandemia, miles de padres con nenes chicos hacen malabares por estos días para surfear de la mejor manera posible la ola del aislamiento. ¿Pero es posible o muchos caen derrotados en el intento?

“Es bravo”, se sincera Julio, quien es el único de la casa que sale a cumplir con las obligaciones laborales -es dueño de la inmobiliaria que lleva su nombre y responsable de una pizzería en la zona de diagonal 78 y 57, donde ahora trabajan con delivery- y admite que en estos tres meses de cuarentena son con su mujer una suerte de “padres multifunción”: docentes, profes de educación física, cocineros y hasta peluqueros.

“Nuestros nenes están acostumbrados a hacer deporte y estar todo el tiempo en movimiento -explica Julio-. Por eso estamos con mucho zoom: además del que exige el colegio, tienen también zoom de rugby y mantienen su actividad física. Pero es bravo: son muchos días y uno hace lo que puede. Yo les corto el pelo y me la paso cocinando. Pero bueno, también están las responsabilidades laborales y todo se complica”.

Lo que cuentan Julio y Rosana con sus hijos Justino (10) y Salvador (7), se parece mucho al cuadro que pintan Analía Oliva y Francisco Urbano con su hija Violeta, de 8 años: “En estos momentos me hubiese gustado que Viole tuviera un hermanito -cuenta Analía-, pero bueno: la cuarentena nos tocó así y así nos tenemos que organizar”.

La organización es simple pero no siempre se logra: como Analía tiene que cumplir con sus obligaciones de teletrabajo y el confinamiento corre para todos igual, es Francisco el que tomó en estos tres meses la tarea de ayudar a su hija con las tareas que le manda el cole. “Pero hay veces que ni me acuerdo una cuenta de restar -se sincera Francisco-. Te digo la verdad: recién ahora empecé a valorar el trabajo de los maestros. Yo, me doy cuenta, no tengo paciencia ni para enseñarle la tabla del cinco. Es más: al principio le inventaba juegos y era todo mucho más divertido, pero la verdad es que ya llevamos noventa días adentro y a mí se me fue la imaginación”.

Lo que cuenta Francisco es moneda corriente en varios hogares. Es que muchos supieron más o menos cómo empezaba esta historia pero nadie tenía muy en claro cuánto iba a durar. Y en este tiempo de encierro, duda e incertidumbre, las preguntas que se hacen varios adultos también tienen su réplica en las dudas que plantean los más chicos. ¿Cuándo vuelvo a la escuela? ¿Cuándo se termina esto? ¿Cuándo puedo volver a ver a mis amigos?

“Todos estos cambios desestructuran”, precisa un informe elaborado por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) que busca describir y contextualizar el estado emocional de los chicos en días de aislamiento. Y la intención del escrito no parece caprichosa: en estos tres meses encuarentenados, los más chicos pasaron de la sensación de estar de vacaciones y tener tiempo de sobra para jugar a percibir que los adultos siguen trabajando y que algo de la realidad cotidiana cambió y sumó nuevas preocupaciones.

“El tema de la escolaridad virtual genera toda una gama de situaciones y conflictos -apuntan desde la SAP-. Es muy difícil generar espacios de aprendizaje porque falta un encuadre que sostenga la actividad, padres y madres que además de hacer su trabajo deben asumir el rol de maestros, turnos para usar la computadora (cuando se cuenta con este equipo) y hermanos menores que corretean alrededor”.

“Te digo la verdad -dice un padre-, ahora empecé a valorar el trabajo de los docentes...”

 

Para Cora Steinberg, especialista en Educación de Unicef Argentina, “81% de los hogares con los niños y niñas tiene actividades escolares y esto aumenta en los hogares con niños de primaria o y secundaria. Sin embargo, el 21% señala que no tiene retroalimentación por parte de los docentes. Al consultar a los adolescentes, se advierte que 9 de cada 10 está recibiendo tareas, pero en este grupo el 31% indicó que no cuentan con una devolución y un 23,4% dijo no haber tenido contacto directo con la escuela”.

Lo que dice Steinberg y los expertos de la SAP lo resume con oficio y un dejo de profunda paciencia Rosana, la mamá de Justino y Salvador: “Ellos se conectan, hacen zoom y siguen todas las instrucciones de la clase virtual. Pero todo depende del docente: si tenés un docente piola la cosa marcha. Pero si el maestro no está capacitado para esta coyuntura, no hay posibilidad pedagógica que resista...”

No muy distinto es lo que opina Analía, mamá de Violeta: “Es complejo porque uno también comprende que para la escuela y los docentes tampoco debe ser algo sencillo. Qué se yo. Es como que todo conspira para que la cosa se haga cuesta arriba: la falta de actividad física, el no verse con sus compañeritos, el exceso de información y de noticieros que se la pasan contando muertos. Qué se yo...es bravo pretender que los chicos incorporen como algo normal algo que es absolutamente anormal”.

Lo que opina Analía entra en perfecta sintonía con el diagnóstico que trazan desde la SAP, cuyos especialistas sugieren no negar la situación ni intentar hacer de cuenta que no pasa nada. “La vida cambio -apuntan-, el mundo no es el mismo. Aparecen miedos nuevos o que ya se habían superado, pesadillas y trastornos del sueño como una manera de depositar y tramitar allí la angustia que se vive. Por eso hay que poder ir hablando sobre esto sin dramatizarlo pero dándole la seriedad que merece. Hacerse a la idea de que estamos viviendo un momento de gran incertidumbre y aceptar que no tenemos todas las respuestas”.

En esta línea se inscribe la mirada de Laura Jurkowski, psicóloga y especialista en temas vinculados a familias y nuevas tecnologías: “Al quedarnos todos juntos en casa empiezan a surgir nuevos problemas en las familias -dice la experta-, pero también nuevas oportunidades para generar mejores vínculos con los hijos. La familia de hoy está acostumbrada a tener muchas actividades afuera y poco tiempo en casa. Entonces ahora pueden surgir problemas como el aburrimiento, el nerviosismo y la ansiedad en los chicos y en los padres la pérdida de la paciencia e irritabilidad. Sumado a todo esto está el estrés que produce la situación por el coronavirus, las emociones están más presentes que nunca”.

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