Don José, un buen amigo
Edición Impresa | 17 de Agosto de 2020 | 03:31

Abel Blas Román
Ex Intendente Municipal
Desde Andalucía, con escasos 16 años, un muchacho, al influjo de las ideas de su tiempo conspiraba en sueños de libertad, heroicismo e ínfulas antimonárquicas. Era, sin dudas, romántico y soñador y la idea de la independencia americana lo atravesaba con fervor y alguna vanidad. Volver a una patria lejana era una utopía idealista y prometedora. Tenía buena planta su metro setenta, impresionaba como tanto o más porque estaba siempre erguido. Poseía una inteligencia ágil y sus conocimientos iban más allá de los propios de un militar. Nadie pudo ni podrá tacharlo de indiscreto, llegando en ocasiones a ser casi hermético. Profundamente reservado pero expansivo con sus afectos, ejercía con sencillez un natural don de mando.
Las conspiraciones pasaron de los sueños y ya era uno de muchos. Algunos sobrevivieron dedicados a tareas pacíficas, otros se batían en los mares o en los desiertos bajo diversas banderas. Otro, el más valioso de sus amigos murió en el patio de un cuartel fusilado cruelmente en nombre de la corona. Otros dieron su destino en el anonimato de las batallas napoleónicas. Esto lo hizo más republicano y libertario. La Patria, en la que había nacido él y también su 4 hermanos era un llamado cariñoso y epópeyico. Sus dudas se fueron disipando.-
En 1812 otra vez el agua y el océano inmenso lo atraparon y, en compañía de otros jóvenes militares, luego de 50 días de navegación azarosa llegó otra vez a Buenos Aires para ofrecer sus servicios que fueron aceptados inmediatamente. Tenía 34 años. Ignoraba que debería enfrentarse desde los inicios y hasta la eternidad con todo tipo de mitos, prejuicios, intrigas y contradicciones que lo perseguirían durante toda su vida y después de su muerte y hasta hoy que se cumplen 170 años de su fallecimiento.
De él se ha dicho que fue el gran Capitán de la libertad americana, el más grande de la independencia. Se le consagraron elegías, poemas, odas e himnos de todo tipo y el más excelso de todos: “El Santo de la Espada”.
“Bien se puede decir del héroe que sólo ambicionó una cosa: la libertad de América. Por alcanzarla sacrificó todo cuanto tenía en aras de ese alto principio. Fue en vida glorificado y atacado, pero ni una ni otra cosa influyeron en la línea que se trazara y que siguió en forma inmutable, desconcertando con su templanza a sus enemigos. Renunció a la gloria y envainó dignamente su corvo, que nunca fue usado para avasallar naciones. La posteridad, a quien San Martín confiaba el juicio de su vida y de sus acciones, lo proclama, como ha expresado el autor peruano Mariano Felipe Paz Soldán: “El más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza, y a quien el Perú, Chile y las Provincias Argentinas le deben su vida y su ser político” (La cita es de Mitre).
En Argentina se lo ha declarado “Padre de la Patria”, “Libertador de América”, “El más grande de los Argentinos”. Se han levantado cientos de monumentos, designado con su nombre pueblos, ciudades, calles, escuelas, clubes entidades y en 1950 se declaró: “El año del Liberador General don José de San Martín”.
No lo abrumaron ni el mármol y la gloria ni esa asidua retórica que hemos empleado desde niños “(Hoy 17 de agosto/ he llegado hasta el Jardín, /corté una flor/la más bella/se la ofrecí a San Martín”) toda esa exaltada laudatoria no han conseguido de este hombre firme y esforzado hacer nada más y nada menos que un Hombre.
Tampoco lo han mellado los miserables que mirando la historia por el agujero de la llave lo han cubierto de humillaciones e injurias. Bajo el pretexto de descubrir al ser de carne y hueso se han efectuado descalificaciones brutales e innecesarias. En tiempos más proclives a destruir mitos y romper ideales. Con inclinación más frecuente a destruir famas ajenas que a dar ejemplos de vida se ha incurrido en agravios deleznables. La creencia que hablar mal de los demás es redituable, sin advertir que no hace otra cosa que retratar la propia miseria, se han dicho y siguen diciendo bajezas sin respaldo científico y aseverado injusticias demostrables.
En Bulogne-sur-Mer, a las 3 de la tarde del 17 de agosto de 1850, falleció don José Francisco de San Martín y Matorras, brigadier general de la Confederación Argentina, capitán general de la República de Chile y generalísimo de la del Perú y fundador de su libertad. Tenía 72 años. En 1880, los restos del Padre de la Patria fueron trasladados desde Francia a Buenos Aires para ser depositados en el mausoleo que al efecto se erigió en la Catedral. Figuras simbólicas que representan a la Argentina, Chile y Perú le rinden guardia permanente.
El título de este modesto homenaje que lo menciona desprovisto de todos sus blasones como don José y lo une a lo que se grita por las gentes en las tribunas de fútbol, mi buen amigo se referencia solo con el hombre, “casi nada”, que nadie olvidará, y que nadie lo puede contar como propio, lo hemos sentido como la Patria.
Su obstinado gesto nos sigue salvando y camina entre nosotros cobrando su jornal de injurias o veneraciones, señal que no ha muerto. No es una estatua ni es la caricatura que dibujaron sus detractores. Es ese amigo que nos guía porque tuvo coraje, honradez y perseverancia, dando el ejemplo que tantos han olvidado traicionando su propio compromiso, a los que en ellos confiamos y los que en una casa lejana en Tucumán , al impulso de Don José, juraron hacer de este país: la Patria.
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