La automedicación no es la fórmula para combatir el COVID

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Hace ya tiempo que numerosos profesionales y entidades médicas alertan acerca de los muy elevados niveles de automedicación existentes en el país y, ahora, esa situación ha vuelto a hacerse pública a partir de la muerte de dos personas ocurridas en la semana anterior que habrían ingerido dióxido de cloro, un químico considerado peligroso, con la intención de prevenir el contagio de COVID.

En realidad, en el caso de la pandemia, la situación no se limita a la ingesta de ese producto, sino, tal como lo señalaron entidades médicas en fecha reciente, a usos y costumbres como el consumo supuestamente medicinal del ajo o a la utilización de barreras sanitizantes –entre otras fórmulas domésticas de índole presuntamente prevención- que, en definitiva, retardan para las personas el tratamiento médico que universalmente se recomienda para enfrentar al coronavirus.

Como se sabe, recientemente, en la localidad jujeña de San Pedro falleció un hombre de 50 años de edad luego de haber consumido dióxido de cloro para curarse un cuadro gripal y el sábado último un niño 5 años al que sus padres habrían administrado el compuesto para protegerlo del nuevo coronavirus y que falleció en la ciudad neuquina de Plottier.

Frente a estos dos episodios, las autoridades del ministerio de Salud de la Nación volvieron a advertir que el dióxido no cuenta con estudios que demuestren su eficacia ni posee autorización alguna para su comercialización, tal como lo señaló la secretaria nacional de Acceso a la Salud. También la Sociedad Argentina de Pediatría salió a advertir sobre el riesgo que la ingesta de este compuesto entraña para la salud. Y pese a que también la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advirtió sobre los peligros del uso de productos del dióxido de cloro, este compuesto sigue siendo visto por mucha gente como un antídoto contra el COVID.

Como se ha dicho, en nuestro país distintas fuentes médicas vienen advirtiendo que, más allá de la pandemia, se detectan fenómenos tales como el abuso de antibióticos y analgésicos sin prescripción médica. El caso más preocupante se relaciona con la automedicación con antibióticos. Ese tipo de remedios encabeza la lista de medicamentos que mucha gente compra sin receta, tal como lo determinó una encuesta realizada en varios países de Latinoamérica por la consultora D´Alessio Irol.

De acuerdo a ese estudio, el 75 por ciento de los argentinos se automedica con antibióticos, sobre todo en casos de gripe y resfrío. A su vez, hace dos años se que en la Argentina se vendían unas 70 millones de cajas de analgésicos, superando con creces la venta de otros medicamentos, lo que indujo a entidades médicas y farmacéuticas a advertir ante lo que consideraron un exceso por parte de muchas personas.

Se conoce que a los hospitales y centros de atención suelen llegar pacientes automedicados, con secuela de problemas hepáticos, gástricos y cardíacos, que representan un alto costo para el Estado o las obras sociales, al mismo tiempo que causan un deterioro en la salud de las personas involucradas, y que podrían ser absolutamente prevenidos.

Está claro que, sólo a partir de nociones fuertemente arraigadas, existe la posibilidad de que se reviertan tendencias que ya están incorporadas a la vida cotidiana y que también, en gran medida, son fomentadas por algunas propagandas que debieran ser controladas y equilibradas por las autoridades sanitarias, con algo más que el formulismo que recomienda consultar a su médico.

 

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