Ocurrencias: mundos paralelos y festejos repartidos

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

CASI INFIEL.- Una semana de casi traiciones y casi derrotas. El reality de Icardi y Wanda nos recordó que la realidad admite varias lecturas y genera más de un desenlace. En una semana de enojos forzosos y festejos forzados, Mauro y Wanda convirtieron perdones y desmentidas en un escándalo en cámara lenta. Hay una sensación de cosa guionada alrededor de esta pareja que desde sus inicios frecuentó el revuelo y que fue avanzando entre arrepentimientos y revelaciones.

Indudablemente, el poder en todas sus versiones genera una actualidad paralela que escapa a la mirada del resto. Hoy la vida acepta esos vaivenes capaces de rehacer la verdad y de interpelar escrutinios. Como decía Paco Umbral: “Hace falta mucha imaginación para ver lo real”.

Mauro y Wanda avisan que los amores mansos y duraderos van por otro carril. El mundo de las celebridades rechaza la calma matrimonial y necesita que el fuego de lo inconfesable resplandezca en el mejor rincón de su rutina.

El mensaje de la China Suárez, explicándole a la señora engañada que se quede tranquila, que Mauro no funcionó en el hotel, es de una estudiada perversidad: de entrada marcó su supremacía en el juego y con un solo twitter dejó parado a Icardi y de paso le avisó a Wanda que, en lo sucesivo, no le preste juguetes que se quedan sin pilas.

Las féminas deben celebrar esta carambola a tres bandas que mostró un goleador sin pólvora que pifió en zona de definición y dejó una Wanda con bronca y una China con ganas.

Todos merecen disfrutar estos festejos sospechosos, sin vencedores ni vencidos

Fue una semana de enojos forzosos y festejos forzados

Ahora, ellas dos han vendido en exclusiva sus revelaciones. Relatarán ante las cámaras las entrelíneas de una salida sin entradas. Mientras tanto, el donjuán de capa (y algo más) caída debe sentirse como señuelo de dos señoritas que transformaron la venganza en algo rentable.

CASI FESTEJO.- La grieta retrocedió esta semana. Daba gusto presenciar, la noche del domingo, un verdadero milagro: todos parecían felices. Había júbilo extendido al cierre del conteo. Tanto, que daban ganas de salir a convencerlos de que se juntaran y dejaran inaugurada una modalidad celebratoria que ignorara los antipáticos escrutinios y le enseñara al confundido vecino que todos merecen disfrutar estos festejos sospechosos, sin vencedores ni vencidos. Está bien. Hay que terminar con los triunfos que tanto mal le hacen a los que derrotados. Hay que quitarle poder decisorio al voto, dejar que conteo final pierda trascendencia y enseñar que basta con el simple anhelo para ponerse a tiro de victoria.

Nunca un escrutinio tan esperado había generado tantas celebraciones multiplicadas. No era que se había alcanzado un empate glorioso. No, se trataba de abrirle la puerta a la llegada de una buena onda capaz de poder acabar al fin con ese desmedido deseo de ganar. Hay que educar para que cada uno festeje como pueda. Muchos han venido arremetiendo contra el daño que provoca una grieta tan empecinada y duradera. Pero esos jamás imaginaron que en una noche las matemáticas podían dejar de ser exactas y las sumas y las restas serían interpeladas.

En ese final de domingo, tan alborotado y con algo de Momo y de Papa Noel, fue una grieta replegada la que nos enseñó que la alegría tiene que estar por encima de las cifras y que en lo sucesivo le habrá que enseñarle al mundo, con la modestia que nos caracteriza, que en este bendito suelo, los que festejan las victorias y los que sufren las derrotas han sido superados por una nueva generación de celebrantes a toda costa que son capaces de juntar brindis y velorios.

Nunca se sabrá si al final el poder celestial, tan requerido en estos días, respondió a la rogativa de un ministro que pedía ayuda divina para alcanzar la victoria. Pero todos saben que hubo angelitos diligentes que aletearon gustosos para tratar de emparejar la cosa y poder sentar las bases de un país más parejo, capaz de levantar la copa al unísono y capaz también de inculcarles a las generaciones futuras que este es el camino: votaciones sin derrotados, elecciones que convoquen, pongan las cosas en su lugar y nos transporte a un mundo donde -como quería El (casi) Principito- lo esencial sea invisible a los escrutinios.

 

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