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El 23 de febrero de 1917, una revuelta obrera que pedía por pan y la salida de la Rusia imperial de la Primera Guerra Mundial anticipaba el fin del zarismo y la aparición del comunismo
En los albores del siglo XX, el Imperio ruso abarcaba un sexto de toda la superficie mundial y lo habitaban 170 millones de personas, de las cuales un 80 por ciento eran campesinos.
La Rusia imperial se regía bajo una monarquía absolutista y solo después del Domingo Sangriento en 1905 -las protestas pacíficas ante el Palacio de Invierno que fueron violentamente reprimidas-, Nicolás II aceptó tímidamente introducir reformas para la creación de una monarquía parlamentaria.
Pero sus reformas no contentaron al pueblo lo que, unido al estallido de la I Guerra Mundial en 1914 y al asesinato el 30 de diciembre de 1916 de Rasputin (consejero de la dinastía Romanov), precipitaron la revolución de febrero (preludio de la Revolución de Octubre) contra Nicolás II, con la que Rusia terminó para siempre con el régimen zarista.
Hubo una combinación de causas para el levantamiento popular del 23 de febrero de 2017. Por entonces, el 85 por ciento de Rusia vivía aún de la agricultura en un sistema casi feudal pese a la abolición de la servidumbre en 1861, en estado de extrema pobreza, mientras el zar concentraba todo el poder político y la nobleza era una clase social muy opulenta. Por el contrario, el pueblo cumplía extensas jornadas laborales con escasos derechos.
En los pocos centros industriales -que florecían básicamente gracias al capital extranjero- comenzaron a aumentar el descontento y las huelgas. Sobre todo en Petrogrado, conocida luego como Leningrado y hoy como San Petersburgo.
La tensión social y política fue in crescendo cuando Rusia entró en la I Guerra Mundial, hecho que provocó un caos en la economía, con racionamiento, hambre y pobreza en amplias capas de la sociedad. El reclutamiento de campesinos para pelear en el frente dejó al sector agrícola sin mano de obra para trabajar la tierra. Todo esto provocó una escasez devastadora para la población.
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La moral estaba por el suelo. En 1916 cerca de un millón y medio de soldados rusos habían desertado y la población estaba pasando hambre y frío. La inflación era galopante: a fines de ese año, los precios de la mano de obra y las mercancías habían aumentado en un 400 por ciento.
En este marco, el zar Nicolás II se oponía a cualquier tipo de reforma, por lo que la toma de decisiones se concentraba en manos del propio zar, de la emperatriz y de su consejero Rasputín.
Golpeados por el hambre y con el ejército ruso sufriendo duras derrotas en el campo de batalla, la burguesía liberal reclamaba un sistema parlamentario, mientras que los campesinos pedían pan, paz y tierra. Sin embargo, la monarquía rusa no reaccionaba.
El 23 de febrero de 1917, en San Petersburgo, el pueblo salió a las calles demandando entre otras cosas alimentos y la salida de Rusia de la guerra. El descontento iría creciendo y a las protestas se sumaron los movimientos obreros con una huelga general el 25 de febrero. Tal era el malestar con el zar, que el 26 de febrero comenzaron los primeros motines en el ejército.
Con el pueblo ruso y el ejército levantándose en su contra, Nicolás II no tuvo más opción que abdicar. Así, un gobierno provisional liderado por el príncipe Gueorgui Lvov, terminó tomando las riendas del país como presidente provisional. Este Ejecutivo, caracterizado por la moderación y que incluía a liberales y socialistas (mencheviques), intentaba hacer de Rusia un estado democrático y de corte liberal, similar a las principales democracias occidentales.
Pero, frente al gobierno provisional se encontraba el sector más radical del movimiento obrero. Los soviets iban más allá de los postulados moderados de los mencheviques y estaban liderados por Lenin. El líder de los bolcheviques proponía la retirada de Rusia de la I Guerra Mundial, la dictadura del proletariado y el reparto de tierras.
Las ideas de Lenin eran inaceptables para el gobierno provisional, que seguía embarcado en la I Guerra Mundial, catastrófica para Rusia. En tanto, Lenin se hacía más popular entre el pueblo ruso y el 3 de julio de 1917, tras una fallida insurrección en Petrogrado, el líder de los bolcheviques optó por exiliarse.
Sin embargo, con la llegada de octubre de 1917, estalló la revolución bolchevique y los comunistas tomaron el control del país, derrocando al gobierno que presidía Aleksandr Kerenski (quien había asumido como primer ministro en julio tras la renuncia de Lvov). El fin del gobierno provisional abriría las puertas a un nuevo Ejecutivo dirigido por Lenin y con Trotsky y Stalin como ministros. Con los bolcheviques en el poder, Rusia salió de la I Guerra Mundial, mientras se confiscaban tierras sin compensación a la nobleza y se procedía a su reparto.
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