Inacción estatal frente al drama de los perros callejeros en nuestra región

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Perros vagabundos en el centro de las ciudades de la Región, en los barrios, en las localidades de la periferia; perros cimarrones en las zonas rurales. Todos potencialmente riesgosos. Jaurías de perros abandonados en la Terminal de ómnibus, en las plazas céntricas, en las calles más comerciales, en lugares transitados por miles de personas; canes peligrosos que originan toda clase de episodios violentos. Peleas entre ellos, mordeduras a los peatones. Y ahora, en lo que va del año, dos víctimas fatales por ataques de perros: hace unos días un trabajador rural de Bavio y, hace poco más de un mes, un jubilado de Berisso.

Perros sueltos que pululan por cualquier lugar: en los paseos públicos, en las salas de entrada de hospitales públicos, con niños y ancianos mordidos en numerosos episodios que las crónicas periodísticas reflejan. Está claro que las autoridades deben hacerse cargo del problema que implica la creciente presencia de perros vagabundos y cimarrones.

Los dos casos mencionados, con desenlace trágico, se encuentran bajo investigación judicial disponiéndose una serie de medidas. Habrá que esperar, entonces, que la Justicia determine responsabilidades.

Más allá del amor a los perros que profesa mucha gente, debiera sopesarse el hecho de que se estiman en varios miles a los ejemplares sin dueño. Estudios realizados en La Plata por especialistas universitarios aludieron, por dar otro ejemplo, a los enormes reservorios de parásitos eliminados por las heces que muy pocos recogen, además de los ataques que protagonizan esos canes sin dueño. Las jaurías de perros vagabundos o cimarrones son cada vez mayores, sin que ninguna autoridad, desde hace muchos años, intervengan en esta cuestión.

En el informe mencionado y publicado hace cuatro años se estimó que en nuestra ciudad hay un perro cada cuatro personas, y unos cien mil de ellos sin hogar fijo. El enorme déficit en la tenencia responsable de mascotas es un tema que fue abordado varias veces por el Concejo Deliberante local, sin que surgieran medidas llevadas a la práctica.

Lo cierto es que, entre las cuestiones que permanecen sin resolución alguna en nuestra zona figura, sin dudas, la de la creciente presencia de perros vagabundos, que se traduce en peligrosos ataques a transeúntes que terminan siendo víctimas de lesiones por mordeduras, en la que resulta ser tan sólo una de las nocivas derivaciones a las que se ven expuestas las poblaciones de La Plata, Berisso y Ensenada por esa situación.

Se sabe también que hace tres décadas la Municipalidad local dispuso el cese funcional de la siempre cuestionada “perrera”, que procedía a la captura y, días más tarde, a la muy controvertida eliminación de los ejemplares que no habían sido reclamados por sus dueños.

Fue después una ley provincial la que generalizó la prohibición de contar con perreras a todos los municipios y por cierto el sacrificio de animales. Pero esa norma y, acaso las nuevas pautas culturales incorporadas, fueron interpretadas erróneamente, en el sentido de que no se debe ni puede impulsar ningún tipo de política preventiva en esta materia, pese a que ella resulta imprescindible no sólo por los riesgos de ataques de los animales sino también por todas las cuestiones sanitarias conexas, que hacen al bienestar de los animales y al mejor resguardo de la salud e integridad física de las personas.

Es de esperar entonces que las autoridades de los distintos municipios dispongan la aplicación de normas que permitan regular la cada vez más acuciante cuestión que plantean los perros callejeros. Sería, en cambio, un verdadero absurdo insistir en la fórmula de suponer que la única solución posible es hacerse los distraídos y dejar irresuelto el problema.

 

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