“Mapa de sueños latinoamericanos”, una serie de historias iluminadoras desde el corazón de América latina
Edición Impresa | 7 de Julio de 2021 | 03:02

El MALBA reabre sus puertas mañana con la ópera prima del reconocido fotógrafo y artista multimedia “Mapa de sueños latinoamericanos”: la película, que se verá jueves a las 19 y sábados a las 18, es un ensayo documental en el que Weber regresa a los parajes visitados para la realización de su libro homónimo de fotos, Argentina, Perú, Nicaragua, Cuba, Brasil, Colombia, Guatemala y México, para reencontrarse con los fotografiados.
En aquel libro, los protagonistas de las imágenes escriben sus sueños en una pizarra, en imágenes que “a través de los sueños de esa gente busqué retratar algo de la historia reciente de esos países”. ¿Qué fue de ellos, y de esas esperanzas, tras su encuentro con el fotógrafo?
Esa es la pregunta que dispara un nuevo viaje para el artista: “Pasé 20 años (entre 1993 y 2013) en esa primera experiencia en la cual recorrí ocho países pidiéndole a personas que escriban su sueño en una pizarra: cuando estaba terminando ese proyecto, me di cuenta de que en ese tiempo había cambiado, no era el mismo el que había empezado el proyecto que el que lo terminó. Entonces, me pregunté de qué manera habría cambiado la vida de ellos, a nivel individual pero también en su contexto, su familia, sus amigos, su pueblo, su país… Me di cuenta que habíamos creado una cápsula en el tiempo, que contenía un pasado, pero también una invitación a mirar un posible futuro. No eran imágenes que congelaran: está esta idea de que la imagen fotográfica congela, convierte todo en pasado. Yo incluí esta idea de pasado, presente y un posible futuro con estos escritos”, explica Weber, en diálogo con EL DIA.
De la misma forma que el fotógrafo le pidió a sus sujetos que escriban ellos mismos sus sueños, el cineasta novel quiso “que sean ellos los que me cuenten cómo se ven en esas transformaciones, de lo que habían deseado a ese momento de reencuentro”. “Pensé que el medio más apto para derretir esas cápsulas era la cámara en movimiento, para que fueran ellos, con su verbalidad, quienes pusieran en palabras esas reflexiones sobre el tiempo transcurrido”, revela Weber sobre la razón por la que este proyecto no tomó la forma de la fotografía.
Weber vuelve a los pueblos dispuesto a “no convertir el sufrimiento en espectáculo”
Pero, en definitiva, explica, “son acciones” que toman un formato, que son registradas como foto o en cine. En los días de su libro original, “me era más fácil hacer una producción que no involucrara ni presupuestos ni un equipo tan grande”, partir con una cámara a la aventura. Pero las fotos eran “solo el registro de la acción”: “Buscaba de hecho cuestionar la práctica fotográfica, lo documental, lograr que sean los fotografiados quienes pusieran el texto, y no que alguien agregara un epígrafe posteriormente. Que ellos tuvieran ese poder de representación”, agrega Weber.
Esa misma práctica, dice el reconocido fotógrafo argentino, intentó construirla cuando volvió a los lugares donde había fotografiado, ahora para filmar un documental: “En las fotos originales recurrí a una cámara antigua, puesta sobre un trípode, con fuelle. Yo no me escondo detrás de la cámara, y hago más lenta la toma, para compartir un momento con ellos, para capturar la foto a la vista de ellos. Me parecía significativo de la misma manera que devolver la voz a partir del texto que ellos escriben”, relata.
Y sigue: “De la misma manera, cuando regreso, elijo no hacer la cámara, paso esa responsabilidad a los directores de fotografía, y yo mantengo esta idea de mirar a los ojos, y de concentrarme en el sonido, en la palabra, en crear un espacio, una intimidad en la que se sientan cómodos para compartir sus historias”.
Al regresar, Weber encontró, desde ya, otra realidad a la que había dejado, en la América latina de las crisis cíclicas que se encarnan en esas historias retratadas. Weber, sin embargo, no cae en la habitual tentanción del miserabilismo, el golpe bajo, los sueños rotos: “Vi lo iluminadoras que son muchas de las historias en cuanto a su capacidad de reformularse, de encontrar el camino propio, de hacer trincheras, de generar escuelas”, afirma quien construye en su documental una mirada vitalista, empática, dispuesta a “no convertir el sufrimiento ajeno en espectáculo”, como denuncia desde la primera escena.
“Son decisiones muy conscientes”, explica, ligadas a lo ya planteado: “No quería hablar yo por ellos, sino construir un espacio donde el otro pudiera revelar su historia. Intento empoderar a quien aparece en una imagen, a quien presta su imagen. Es fundamental devolver dignidad en esa acción”.
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